España no sabe librarse de la vieja política
Albert Rivera, al contemplar lo que ha ocurrido en Francia, debe sentir una profunda sensación de fracaso y tristeza porque el triunfo de Emmanuel Macron pone al descubierto sus errores en la conducción de Ciudadanos. Albert Rivera y Ciudadanos pudieron haber sido en España lo que hoy son en Francia Macron y su movimiento socioliberal ¡En Marcha!, pero los errores estratégicos, las debilidades, las vacilaciones y las alianzas bastardas del político español le condenaron al fracaso y a la decadencia.
Macrón supo ser lo que Rivara jamás supo ser en España: un crítico del sistema desde la ideología liberal, renovador y enemigo de la Francia antigua y fracasada de la derecha y de la izquierda, mientras Rivera, en España, tiene confundido al electorado, que no sabe si es un renovador, un mediocre o un político más que aspira a mandar y a vivir en el lujo y el privilegio.
Quizás Rivera pueda rectificar todavía y reconducir su partido hacia la victoria, pero para ello debe abrazar el liberalismo con todas sus consecuencias, presentarse ante los ciudadanos como alternativa, no como aliado de los viejos partidos tradicionales, dejar de confundir y de provocar rechazo con sus alianzas, en un sitio con la derecha y en otro sitio con la izquierda y, sobre todo, abandonar su apoyo y sostén al socialismo andaluz, su mayor error, una grieta maloliente por la que se le escapan a chorros votos, confianza, seriedad y credibilidad.
Si Rivera entendiera algo tan elemental como que no se puede ser alternativa y aire fresco al mismo tiempo que aliado de corruptos, otro gallo le cantaría.
Por su parte, Podemos, la opción española creada para renovar la podrida izquierda representada por el socialismo y el comunismo, tambien se encuentra estancada y sin poder alcanzar su objetivo de enterrar lo viejo para sustituirlo por algo nuevo y más limpio, justo y decente. Su líder, Pablo Iglesias, ha logrado congregar sólo a parte de los indignados y decepcionados de la izquierda, sin terminar de rematar a un PSOE que, aunque herido, sigue con opciones de poder. Su mayor pecado ha sido abrazarse a algo tan caduco, antiguo y fracasado como el comunismo y a una bandera tan desprestigiada y repugnante como el chavismo bolivariano, fuente mundial de escándalo y símbolo de opresión.
La conclusión de que Francia se renueva mientras España sigue en el fango sucio de la política vieja es dura pero real. Los viejos partidos españoles están tan podridos que no pueden renovarse y se encuentran tan a gusto en la pocilga que odian todo atisbo de regeneración y cambio. Han logrado apoderarse del Estado, manejar la política con exclusividad, privilegios y ventajas que superan en muchos aspectos a las que disfrutaban los señores feudales y el clero medieval, desde una impunidad práctica hasta impuestos que quintuplican los antiguos diezmos y, con el corazón emponzoñado por la corrupción, la riqueza y la ausencia de valores, prefieren morir antes que regenerarse, aunque con esa actitud aplasten el presente y el futuro de España y de los españoles.
Francisco Rubiales
Macrón supo ser lo que Rivara jamás supo ser en España: un crítico del sistema desde la ideología liberal, renovador y enemigo de la Francia antigua y fracasada de la derecha y de la izquierda, mientras Rivera, en España, tiene confundido al electorado, que no sabe si es un renovador, un mediocre o un político más que aspira a mandar y a vivir en el lujo y el privilegio.
Quizás Rivera pueda rectificar todavía y reconducir su partido hacia la victoria, pero para ello debe abrazar el liberalismo con todas sus consecuencias, presentarse ante los ciudadanos como alternativa, no como aliado de los viejos partidos tradicionales, dejar de confundir y de provocar rechazo con sus alianzas, en un sitio con la derecha y en otro sitio con la izquierda y, sobre todo, abandonar su apoyo y sostén al socialismo andaluz, su mayor error, una grieta maloliente por la que se le escapan a chorros votos, confianza, seriedad y credibilidad.
Si Rivera entendiera algo tan elemental como que no se puede ser alternativa y aire fresco al mismo tiempo que aliado de corruptos, otro gallo le cantaría.
Por su parte, Podemos, la opción española creada para renovar la podrida izquierda representada por el socialismo y el comunismo, tambien se encuentra estancada y sin poder alcanzar su objetivo de enterrar lo viejo para sustituirlo por algo nuevo y más limpio, justo y decente. Su líder, Pablo Iglesias, ha logrado congregar sólo a parte de los indignados y decepcionados de la izquierda, sin terminar de rematar a un PSOE que, aunque herido, sigue con opciones de poder. Su mayor pecado ha sido abrazarse a algo tan caduco, antiguo y fracasado como el comunismo y a una bandera tan desprestigiada y repugnante como el chavismo bolivariano, fuente mundial de escándalo y símbolo de opresión.
La conclusión de que Francia se renueva mientras España sigue en el fango sucio de la política vieja es dura pero real. Los viejos partidos españoles están tan podridos que no pueden renovarse y se encuentran tan a gusto en la pocilga que odian todo atisbo de regeneración y cambio. Han logrado apoderarse del Estado, manejar la política con exclusividad, privilegios y ventajas que superan en muchos aspectos a las que disfrutaban los señores feudales y el clero medieval, desde una impunidad práctica hasta impuestos que quintuplican los antiguos diezmos y, con el corazón emponzoñado por la corrupción, la riqueza y la ausencia de valores, prefieren morir antes que regenerarse, aunque con esa actitud aplasten el presente y el futuro de España y de los españoles.
Francisco Rubiales