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España, castrada por Zapatero





Tener un mal líder, como Zapatero, es una auténtica desgracia. Todo grupo propende a asumir el espíritu y la energía de la persona que lo dirige. Si esa persona es débil y pasiva, el grupo tiende a dividirse en facciones. Si el líder en mentiroso y maniobrero, sus seguidores se alejan de la verdad y penetran en una dinámica envilecedora. Si un líder juega sucio con su pueblo, la sociedad se malea y termina castrada, sin impulso y sin esperanza.

Después de siete años gobernando España, Zapatero ha conseguido castrar al país, frenarlo, matar su impulso y desatar un cúmulo de desgracias que le conducen hacia el desastre: desde la falta de confianza a la desesperación, desde el asco de la vida presente al miedo al futuro, incluyendo la caída de los valores, la indefensión ante el poder político sin control, el desprestigio del liderazgo, el rechazo al sistema político y el triunfo de la corrupción pública.

Las víctimas de Zapatero son muchas, empezando por su propio partido, que, atenazado y castrado, es incapaz de reaccionar contra el mal dirigente, anteponer el bien común a otros intereses y pasiones y expulsarlo del poder para detener el drama de España. Pero hay legiones enteras de damnificados por el "Zapaterismo": cinco millones de desempleados, millones de nuevos pobres, millones de jóvenes que no pueden trabajar ni demostrar su valía en la sociedad, empresarios arruinados y muchos españoles, que han visto como la prosperidad acumulada se perdía, junto con la ilusión y la alegría, destruidas por un insensato con poder.

Zapatero, como todos los dirigentes, debió poseer al principio de su mandato alguna habilidad especial o algún talento propio que le hizo sobresalir de la masa. Tal vez fue su confianza ciega en si mismo, su sonrisa abierta, su capacidad para mentir o su habilidad para mandar con talante, sonrisa y aparente educación.

Pero, cuando los líderes suben a la cima, se quedan solos y entonces sufren presiones muy fuertes que no todos pueden superar. Muchos de ellos no aguantan y, sin darse cuenta, sucumben a todo tipo de miedos. Algunos se vuelven excesivamente dictatoriales y tratan de controlarlo todo, señal inequívoca de debilidad e inseguridad. Otros, los menos, se rinden y abandonan. Sólo algunos, los más preparados, consiguen dar la talla en la cima. Napoleón, Churchill, Gandhi y Luther King son algunos de ellos.

La historia está llena de tipos que no pudieron aguantar, de grandes políticos que fueron pésimos presidentes, de valientes oficiales que llegaron a ser generales incompetentes y de buenos trabajadores que llegaron a ser ejecutivos mediocres.

El caso de Zapatero es, claramente, el de un dirigente malogrado que no supo aguantar las presiones de la cima. Casi se volvió loco, mintió, sintió mucho miedo, perdió los nervios y, en una permanente huida hacia adelante, quiso ser intrépido y sólo logró ser temerario e inepto. Algunos que han estado cerca de él aseguran que vive en continuas depresiones, ayudado por pastillas.

La realidad se ha impuesto al final y Zapatero ha sido el primer presidente de la democracia española al que su pueblo ha obligado a renunciar. Aunque la poderosa maquinaria de propaganda del PSOE quiera ocultarlo, Zapatero ha tenido que prometer que no se presentará a las elecciones del 2012 porque ha acumulado tanto rechazo popular que su presencia política en el futuro amenazaba de muerte a su partido.

La renuncia de Zapatero ha sido la mayor victoria de los demócratas españoles y del espíritu ciudadano y libre en España desde hace muchas décadas, quizás siglos. A pesar de disponer de todos los recursos del Estado y del partido más cohesionado y disciplinado del país, la crítica y la resistencia ciudadana han derrotado al mentiroso presidente, culpable no sólo de arruinar España, sino también de castrarla y taponar su avance hacia el futuro.

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Lunes, 18 de Julio 2011
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