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España: arrogancia, provocación y escasa democracia





Los dos grandes partidos políticos españoles, el PSOE, en la izquierda, y el PP, en la derecha, proyectan arrogancia, ignoran y provocan a los ciudadanos y no pueden ser considerados demócratas. Uno y otro están urgente e intensamente necesitados de una refundación que les acerque a la democracia.

Internamente, funcionan como maquinarias verticales y autoritarias orientadas, de manera obsesiva, hacia la conquista y la conservación del poder. Todos los recursos del partido, incluídas las ideas, los principios y hasta la militancia, se supeditan al líder y a su estrategia, sin que exista lugar alguno para el auténtico debate, ni para la disensión, ni para el voto de conciencia. Quien critique al lider o rompa la intocable y sagrada "diciplina" del partido, habrá arruinado irremediablemente su carrera. Para colmo de males, al servicio a los ciudadanos ha quedado desplazado en los partidos por nuevas prioridades como la obsesión por el poder y el reparto de privilegios y ventajas entre los del bando propio.

Funcionando así, en ambientes cerrados, alejados del ciudadano y sometidos a las élites, donde la libertad y la crítica están ausentes, los partidos no pueden generar jamás a dirigentes democráticos capaces de gestionar un gobierno democrático, cuando ganan las elecciones.

En lo externo, el comportamiento tampoco es democrático, como lo están demostrando en los tiempos presentes Zapatero y Rajoy. El primero con una actitud arrogante, provocadora y democráticamente incomprensible al mantener como ministros a personas que, como Magdalena Álvarez y Mariano Fernández Bermejo, han fracasado en sus respectivas gestiones ministeriales, recibiendo el rechazo de buena parte de la ciudadanía y de los medios de comunicación. Ambos, en cualquier democracia, incluso en las de escasa calidad, habrían tenido que dimitir, pero en España, el comportamiento arrogante y antidemocrático del poder político les mantiene en sus puestos, precisamente para demostrar a la sociedad y al adversario quien manda y quien decide. Por su parte, Rajoy está realizando una lectura falsa y truculenta de la democracia al negarse a asumir su derrota electoral y empeñarse en continuar al frente de su partido, a pesar de que lleva acumulados dos fracasos ante las urnas y de arrastrar el estigma de haber sido designado líder de su partido "a dedo", por José María Aznar, sin ningún proceso democrático interno de selección.

El comportamiento antidemocrático de los dos grandes partidos españoles se manifiesta en muchos más ámbitos y rasgos: en el desprecio al principio de igualdad, en el control que ejercen sobre unos medios de comunicación que, en democracia, deberían ser independientes y críticos, en la asfixia de la sociedad civil, ocupada por los partidos hasta en los espacios que les están claramente vedados, como son las universidades, sindicatos, asociaciones, cajas de ahorros, etc., en el control obsceno de una Justicia que debe ser independiente y autónoma en democracia y, sobre todo, en querer mantener sin cambios, a toda costa, una ley electoral y una Constitución que presentan graves deficiencias democráticas, como las listas cerradas y bloqueadas, que impiden al ciudadano el sagrado derecho a elegir, otorgándo ese derecho a los partidos, que son los que confeccionan las listas, en la desigualdad fiscal, permitiendo que los españoles paguen más o menos impuestos según el ugar donde nacen y viven, o permitiendo cobardemente que los que hablen el idioma común de la nación, el español, sean marginados y hasta castigados en algunas comunidades autónimas.

Para los demócratas españoles, la visión global de la política ha cambiado y ya no la contempla dividida en partidos de derecha o de izquierda. La división correcta es entre partidos democráticos y antidemocráticos.

El bando contrario a la democracia están prácticamente todos, desde los grandes a los nacionalistas, mientras que en el bando "democrático" está tristemente huerfano, con una sola excepción, la de UPyD, un partido nuevo que, hostigado por los demás y por la densa fuerza mediática sometida al poder político, aspira a una democracia impècable y se atreve a echar en cara a los demás su escaso respeto a la democracia y a plantear con valiente osadía las vitales reformas de la Constitución, la ley electoral y el espírito de los partidos que España necesita para regenerarse y dejar de ser una lamentable pocilga política..


   FRM
Domingo, 13 de Abril 2008
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