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España: aprendiendo a ser demócratas



La España que surge de las elecciones del 20 de diciembre de 2015 tendrá que aprender aceleradamente a ser más ciudadana y democrática, asignaturas desconocidas y pendientes para un sistema político dominado por partidos con demasiado poder, sin ciudadanos que influyan, sin controles suficientes y poco habituados a dialogar y ceder ante el adversario para sellar pactos y alianzas que permitan construir mayorías y gobernar.
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La España política que nace del 20 D tiene tantos rasgos novedosos que puede considerarse nueva y distinta a la que gestionó la política con un bipartidismo mas o menos perfecto desde la muerte de Franco hasta nuestros días. A la vieja derecha, representada por el PP, y a la vieja izquierda, encarnada en el PSOE, se le agregan dos partidos no fácilmente clasificables, agrupaciones reivindicativas, mas cercanas a la ciudadanía y portadoras de una mezcla que combina el populismo con ideas renovadoras, estilos diferentes y algunos rasgos mesiánicos y autoritarios.

Todo lo viejo ha salido herido, aunque no muerto, de las elecciones. La caída afecta no sólo a los grandes partidos PP y PSOE, sino también al nacionalismo, en sus versiones vasca, catalana, gallega y canaria. Y cabe esperar que con la caida de los antiguo caigan también aberraciones como un Estado tan grueso y plagado de políticos inútiles enchufados que resultaba imposible de financiar.

La España que perece, nos guste o no, era impresentable: con mas políticos cobrande del Estado que los que tienen Francia, Alemania e Inglaterra juntos y ocupando los puestos altos en el ranking de casi todo lo detestable: desempleo, avance de la pobreza, blanqueo de dinero, corrupción, fracaso escolar, baja calidad de la enseñanza, trata de blancas, prostitución, tráfico y consumo de drogas, divorcio entre políticos y ciudadanos, desprestigio de la clase política, economía sumergida, impuestos abusivos, emigración de jóvenes sin horizontes...

La nueva España política tendrá que aprender ahora lo que es la democracia y poner en práctica hábitos y valores desconocidos o poco utilizados, como el diálogo entre fuerzas distintas, el control mutuo y la elaboración de pactos de gobierno que implican tener que ceder y renunciar a cuotas de poder.

En manos del PP y del PSOE, que se alternaban en el poder construyendo mayorías contundentes, a veces absolutas, España siempre fue una democracia degradada, con la corrupción y el abuso de poder dominando la escena, con los ciudadanos marginados y con partidos en el poder demasiado fuertes e incontrolados, que gobernaban al margen de los intereses ciudadanos y del bien común, como si tuvieron en el bolsillo un cheque en blanco, sin rendir cuentas a nadie, cargados de arrogancia y ajenos a las leyes básicas de la democracia, sin separación de poderes, sin una ley que fuera igual para todos y sin representar a los ciudadanos.

Las cosas tienen que cambiar ahora, necesariamente. La democracia es un sistema que permite la convivencia en la discrepancia, pero también es un mecanismo que controla el poder excesivo de los partidos políticos y gobiernos, una faceta esta última que en España nunca ha funcionado. Los partidos y gobiernos son controlados, en teoría, por los ciudadanos, por la sociedad civil organizada, por los demás partidos políticos, por los medios de prensa, que tienen que ser independientes y libres, y por unos poderes básicos del Estado que, al funcionar con independencia y libertad, se controlan mutuamente y evitan excesos y abusos.

En la España dominada por el PSOE y el PP, dos partidos que si bien se enfrentaban y vigilaban mutuamente, muchas veces votaban al unísono cuando estaban en discusión asuntos que beneficiaban a ambos, como el control de la ciudadanía y de la Justicia o la defensa de los privilegios de la clase política y de los partidos.

En la España nueva que emerge tras el 20 D esos contubernios entre los grandes partidos van a ser muy difíciles, al igual que la marginación de unos ciudadanos que han demostrado en las urnas que pueden cansarse de estar sometidos a una democracia falsa y que saben rebelarse e imponer cambios en el mapa político.

El mayor riesgo de esta nueva España es que la fragmentación del poder en el Congreso y el egoísmo intransigente hagan imposible la gobernabilidad y tengan que repetirse las elecciones en busca del bipartidismo perdido.

Pero ese capítulo es demasiado arriesgado y peligroso porque el pueblo podría reaccionar también fortaleciendo todavía más a los nuevos, a costa de los viejos.




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Lunes, 21 de Diciembre 2015
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