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Esclavizados por el Estado, expoliados por los políticos



El periodo de pago anual de los impuestos se está acabando, dejando con sabor amargo e indignación a millones de españoles, obligados a pagar más de lo justo a un Estado derrochador, incapaz de ser austero y sin altura moral para ser fiable y valorado. Los impuestos en España son una pesadilla, no sólo porque sean elevados, sino porque son desproporcionados y porque el Estado, a cambio del dinero que recibe, proporciona servicios y prestaciones decepcionantes, vulgares y tercermundistas.

Cada español está obligado a trabajar una media de medio año para el Estado, pero si eres un gran profesional o un empresario de éxito, trabajas para "ellos" casi nueve meses. Teniendo en cuenta que los gobiernos derrochan, que el Estado está preñado de parásitos que viven del erario y que es tres veces más grande de lo necesario, trabajar entre seis y nueve meses para los políticos es un abuso propio de tiranos sobre ciudadanos esclavizados.
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Montoro, ministro de Hacienda, ha sido reprobado. Todo un símbolo.
Pero lo más grave y triste para un español, a la hora de pagar sus impuestos, es que ya ha perdido hasta la última gota de aquel hermoso espíritu de solidaridad y de obligación cívica con el que pagaba sus tributos en el pasado, creyendo que los entregaba para ayudar a los más necesitados y fortalecer el bien común. Ahora los paga forzado, porque la ley castiga con dureza a los que defraudan, y ni siquiera confía en que los dineros que con tanto esfuerzo entrega a las administraciones públicas tengan buen fin. Millones de españoles abonan sus tributos temiendo que sean robados o saqueados por partidos y por políticos corruptos.

La intensa corrupción política y el comportamiento sucio y deleznable de los grandes partidos, a los que habría que considerar, por el número de condenados, imputados y sospechosos en espera de ser investigados , como las asociaciones delictivas más importante del país, justo con la banda terrorista ETA, ha pulverizado el prestigio de los partidos y el respeto a los políticos y a ese Estado del que se han apropiado. Millones de españoles sospechan con razón que si ese Estado gigantesco y lleno de grietas corruptas por donde desaparece el dinero fuera refundado y convertido en un Estado justo y decente, con un tamaño adecuado, es decir tres o cuatro veces más pequeño que el actual, los españoles tendrían que pagar menos impuestos, muchos menos, porque gran parte de los actuales tributos se emplean en costear la corrupción, el desorbitado número de parásitos políticos colocados en las administraciones y la inmerecida vida de lujo y privilegios con la que los políticos se han autopremiado, en contra de la voluntad popular.

Un sistema que cobra impuestos desproporcionados sin piedad y que después no es capaz ni siquiera de defender a los accionistas del Banco Popular, que lo han perdido todo, no merece recaudar ni un sólo euro en sus arcas.

Una vida como la que los españoles soportan obligados a trabajar más de la mitad de su vida para un Estado escasamente moral y corrompido, no merece la pena ser vivida porque carece de dignidad y está infectada de abuso.

Nuestros políticos han construido un Estado enorme para colocar a sus compañeros de partido, amigos y familiares. Nosotros tenemos que costear ese monstruo con impuestos injustos. Una clase política así ni siquiera merece respeto. Una España organizada de ese modo es imposible que no se rompa o se enfrente y es lógico que genere corrientes separatistas y centrífugas, incluso en regiones que siempre fueron rabiosamente españolas.

Cada día son más los españoles que no soportan que tengan que mantener con sus impuestos a más políticos colocados en el Estado que Alemania, Francia e Inglaterra juntos y otros abusos como que España sea el país del mundo occidental con más desempleados, con menos horizonte de futuro para sus jóvenes, con más coches oficiales y donde sus políticos españoles son campeones europeos en ventajas y privilegios.

Está claro que si uno contempla el panorama de la España actual y analiza la inmensa injusticia del Estado gigante que nos han construido los políticos, con pequeños y ridículos estados inútiles, innecesarios y furiosamente despilfarradores en cada una de las 17 autonomías, se entiende el separatismo y el deseo de cientos de miles de españoles, ocultado por vergüenza, de escapar hacia otro país más decente y mejor gobernado.

La media de los españoles trabajan 178 días al año para el Estado, pagando impuestos que representan la mitad de sus ingresos. Si eres empresario o profesional de éxito puedes trabajar para los políticos parásitos nada menos que nueve meses y solo tres para ti y tu familia, pagando hasta el 68 por ciento de tus ingresos al Estado, si sumas los tributos y tasas municipales, autonómicos y nacionales.

Si esa situación es justa y decente, que venga Dios y lo vea. En realidad, trabajar más de media vida para mantener un Estado mucho más grande de lo necesario y, además, controlado por demasiados golfos y rufianes, es una lacra terrible y algo demasiado indigno para que lo soporte un ser humano.

Lo que el Estado ofrece a cambio de esquilmarte es de tan mala calidad que resulta ridiculo. Es como si a cambio de jirones de tu vida y de tu escaso tiempo te entregaran miseria y chucherías. La educación es casi tercermundista y la sanidad pierde calidad cada día, con listas de espera para operaciones cruciales que en algunos casos superan los cinco meses. Los transportes, las becas, las ayudas sociales y otros servicios y derechos están en retroceso y lo único que sube en España son los privilegios de los políticos, sus sueldos, pensiones, ayudas, compatibilidades y otras muchas ventajas.

Lo único que es rentable en esta España injusta y saqueadora, donde los bancos, como el Popular, se esfuman de un día para otro, sin que el Estado haga nada para defender a sus accionistas de la ruina, es ser político. Lo demás, es complicado, injusto y cada día menos atractivo.

Francisco Rubiales


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Domingo, 2 de Julio 2017
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