El independentismo habría perdido las elecciones en Cataluña con cualquier sistema electoral, menos con el vigente, que beneficia claramente a los nacionalismos.
Desde hace muchos años, expertos, pensadores y ciudadanos demócratas claman ante los dos grandes partidos políticos para que cambien la ley electoral y establezcan un sistema en el que cada voto valga lo mismo, pero tanto el PSOE como el PP, incomprensiblemente, se han negado a introducir cambios, desoyendo una vez más la voz del ciudadano. El cambio de sistema electoral es ya tan urgente y necesario que, si no se realiza, acabará con los dos grandes partidos y puede que también con la unidad de España.
Ese desprecio reiterado a los deseos y reivindicaciones populares se ha convertido en la más perversa constante del actual sistema político español y en su mayor déficit democrático, un comportamiento de la clase política española que aleja el sistema del ciudadano, lo deslegitima y lo hace incompatible con la democracia.
El pueblo quiere el fin de las autonomías poderosas, pero los dos partidos le dicen que "NO"; el pueblo quiere que los partidos no se financien con dinero procedente de los impuestos, pero los partidos dicen "NO"; los ciudadanos quieren cadena perpetua para los políticos ladrones, si no devuelven el botín, pero los partidos dicen "NO"; el pueblo quiere que el monstruoso Estado español, con más políticos a sueldo que los de Francia, Alemania y Gran Bretaña juntos, adelgace, pero los partidos, desde su miserable antidemocracia, dicen "NO"; el pueblo quiere menos impuestos, que se limiten los mandatos de los presidentes del gobierno, que exista una segunda vuelta para elegir a los partidos gobernantes, que la Justicia sea independiente, que la ley ponga freno al endeudamiento y que los partidos estén obligados por ley a practicar la democracia interna y que los partidos políticos pierdan poder y lo ganen el ciudadano y la sociedad civil, pero los dos viejos y cuarteados partidos españoles, probablemente en proceso de agonía, siguen diciendo "NO", como papagayos estúpidos y ajenos a la voluntad popular.
Ante la gravedad de la situación española y después de la experiencia dramática de la rebelión catalana, parece llegado el momento en que el pueblo se plante frente a los corruptos y inmoviles partidos y diga "BASTA", tras haber comprobado hasta la saciedad que han sido el PP y el PSOE los principales artífices del drama catalán, por haber permitido a los nacionalistas toda la acumulación de poder, competencias y deniro y de haberles permitido cometer desmanes como el adoctrinamiento, la violación de los derechos humanos y la constanto construcción de una sociedad a la que han inculcado el odio y la conciencia de que ser catalán significa ser superior y mejor que el resto de los españoles.
Los dos grandes partidos españoles tienen que pagar por sus muchas fechorías y daños a la nación, sobre todo por su miserable y delictivo comportamiento en Cataluña, desde los tiempos de Felipe González, presidente tras presidente, todos ellos coqueteando, a cambio de votos para mantenerse en el poder, con el más repugnante y peligroso nacionalismo vivo en Europa.
Cualquier español demócrata y decente, después de la angustia vivida con Cataluña y tras contemplar el estado de corrupción, injusticia y abuso vigente en España, ne debería volver a votar nunca más al PSOE y al PP, dos partidos amortizados, caducados y nocivos para España.
Desde hace muchos años, expertos, pensadores y ciudadanos demócratas claman ante los dos grandes partidos políticos para que cambien la ley electoral y establezcan un sistema en el que cada voto valga lo mismo, pero tanto el PSOE como el PP, incomprensiblemente, se han negado a introducir cambios, desoyendo una vez más la voz del ciudadano. El cambio de sistema electoral es ya tan urgente y necesario que, si no se realiza, acabará con los dos grandes partidos y puede que también con la unidad de España.
Ese desprecio reiterado a los deseos y reivindicaciones populares se ha convertido en la más perversa constante del actual sistema político español y en su mayor déficit democrático, un comportamiento de la clase política española que aleja el sistema del ciudadano, lo deslegitima y lo hace incompatible con la democracia.
El pueblo quiere el fin de las autonomías poderosas, pero los dos partidos le dicen que "NO"; el pueblo quiere que los partidos no se financien con dinero procedente de los impuestos, pero los partidos dicen "NO"; los ciudadanos quieren cadena perpetua para los políticos ladrones, si no devuelven el botín, pero los partidos dicen "NO"; el pueblo quiere que el monstruoso Estado español, con más políticos a sueldo que los de Francia, Alemania y Gran Bretaña juntos, adelgace, pero los partidos, desde su miserable antidemocracia, dicen "NO"; el pueblo quiere menos impuestos, que se limiten los mandatos de los presidentes del gobierno, que exista una segunda vuelta para elegir a los partidos gobernantes, que la Justicia sea independiente, que la ley ponga freno al endeudamiento y que los partidos estén obligados por ley a practicar la democracia interna y que los partidos políticos pierdan poder y lo ganen el ciudadano y la sociedad civil, pero los dos viejos y cuarteados partidos españoles, probablemente en proceso de agonía, siguen diciendo "NO", como papagayos estúpidos y ajenos a la voluntad popular.
Ante la gravedad de la situación española y después de la experiencia dramática de la rebelión catalana, parece llegado el momento en que el pueblo se plante frente a los corruptos y inmoviles partidos y diga "BASTA", tras haber comprobado hasta la saciedad que han sido el PP y el PSOE los principales artífices del drama catalán, por haber permitido a los nacionalistas toda la acumulación de poder, competencias y deniro y de haberles permitido cometer desmanes como el adoctrinamiento, la violación de los derechos humanos y la constanto construcción de una sociedad a la que han inculcado el odio y la conciencia de que ser catalán significa ser superior y mejor que el resto de los españoles.
Los dos grandes partidos españoles tienen que pagar por sus muchas fechorías y daños a la nación, sobre todo por su miserable y delictivo comportamiento en Cataluña, desde los tiempos de Felipe González, presidente tras presidente, todos ellos coqueteando, a cambio de votos para mantenerse en el poder, con el más repugnante y peligroso nacionalismo vivo en Europa.
Cualquier español demócrata y decente, después de la angustia vivida con Cataluña y tras contemplar el estado de corrupción, injusticia y abuso vigente en España, ne debería volver a votar nunca más al PSOE y al PP, dos partidos amortizados, caducados y nocivos para España.