Los partidos políticos españoles, por su diseño, tienen que ser corruptos, necesariamente. Sin corrupción, morirían o tendrían que ser rediseñados. Esas organizaciones, dotadas de más poder del que es saludable y de menos controles de los que exige la democracia, tienen que abrazar la corrupción por tres razones principales:
La primera es porque necesitan financiar su clientelismo, que es la actividad más importante que despliegan porque el gran objetivo es ganar votos y conquistar el poder. Para financiar esa costosa captación de votos necesitan comprar voluntades, controlar medios de comunicación, regalar favores y contratos, premiar a los suyos con puestos bien remunerados y exhibir poder, actividades todas ellas muy costosas, que exigen grandes sumas de dinero.
La segunda es porque los partidos carecen de controles suficientes en la democracia española y su poder prácticamente no tiene límites, lo que les permite incursionar en la corrupción prácticamente sin riesgos.
La tercera es porque la obligación constitucional de practicar la democracia interna no se cumple y los partidos se han convertido en organizaciones autoritarias y verticales en las que el jefe es el dueño absoluto de las vidas y voluntades de sus súbditos, a los que tiene que premiar y cuidar con buenos sueldos y muchas veces con suplementos clandestinos en dinero negro.
Todo ese sistema, más propio de mafias que de democracias de ciudadanos libres, es posible porque la democracia ha sido previamente asesinada, eliminando factores tan importantes como la prensa libre, la separación de poderes, la libertad de los legisladores y la existencia de los frenos, cautelas, contrapesos y leyes que regulan la democracia y que fueron creados para impedir, precisamente, el abuso de poder y la corrupción.
Esas organizaciones, a las que llaman "partidos políticos", necesitan grandes masas de dinero para funcionar y no les basta con los cuantiosos ingresos que reciben del Estado, generoso financiador de los partidos y de los políticos a pesar de que la ciudadanía está en contra de esos abusos. A pesar de la abundancia de ingresos estatales, la codicia les puede y su organización les obliga a captar fondos de otras fuentes, siempre ilegales y corruptas.
Las principales fuentes mafiosas de ingresos para los partidos son:
Las comisiones ilegales y clandestinas que cobran a cambio de contratos públicos, subvenciones y otros privilegios.
Los porcentajes que reciben de las grandes empresas adjudicatarias de contratos y obras.
Los fondos incontrolados que se distraen de los ingresos publicos, muy mal controlados en España y vergonzosamente opacos.
Lo único que está cambiando en España es el modelo de corrupción, que ahora es más clandestino y disimulado. El corrupto no es ya aquel político de gafas oscuras que se comportaba como un cacique avasallador, sino por lo general un cuadro de tipo medio que aunque participa de lleno en el sistema de corrupción se siente inocente porque todo el partido hace lo mismo que él. Es un nuevo tipo de corrupto que incluso afirma que persigue la corrupción y que no es un hipócrita, como los anteriores, sino un desgraciado que subirá como la espuma guardando silencio y cerrando los ojos ante los abusos, robos, estafas y otras arbitrariedades que el partido y otros compañeros con más poder realizan delante de sus narices.
El nuevo corrupto recibe prebendas, premios, privilegios y hasta sobresueldos, pero los recibe del partido, lo que le permite creer que no es parte de la corrupción sino sólo un fiel y leal miembro de una organización política.
La corrupción es opaca e impersonal y los corruptos tienden a diluirse para que sea el partido el que cometa los delitos. Es todo un ejercicio sofisticado de delincuencia organizada diseñada para eludir la Justicia y engañar a los ciudadanos, que siguen siendo expoliados, pero sin que se den cuenta.
Si analizamos el escándalo de los ERES mafiosos de la junta de Andalucía socialista o el de las tarjetas black de Bankia descubrimos con sorpresa que los que se jubilaban sin tener derecho, consumían cocaina y prostitución con dinero publico o gastaban grandes sumas con sus tarjetas opacas ni siquiera eran conscientes de que eran corruptos y creían, simplemente, que el sistema funcionaba de ese modo canalla y sucio.
Es cierto que los grandes culpables de la Junta de Andalucía, que son los presidentes de los gobiernos que delinquieron, escaparán con escasos castigos y que el creador del sistema, Manuel Chaves, sólo quedará inhabilitado, pero eso no les libra de ser los máximos culpables reales, aunque digan que no sabían nada, porque la culpa en los delitos de carácter público siempre es directamente proporcional al poder que se tiene y al rango que se ostenta.
Francisco Rubiales
La primera es porque necesitan financiar su clientelismo, que es la actividad más importante que despliegan porque el gran objetivo es ganar votos y conquistar el poder. Para financiar esa costosa captación de votos necesitan comprar voluntades, controlar medios de comunicación, regalar favores y contratos, premiar a los suyos con puestos bien remunerados y exhibir poder, actividades todas ellas muy costosas, que exigen grandes sumas de dinero.
La segunda es porque los partidos carecen de controles suficientes en la democracia española y su poder prácticamente no tiene límites, lo que les permite incursionar en la corrupción prácticamente sin riesgos.
La tercera es porque la obligación constitucional de practicar la democracia interna no se cumple y los partidos se han convertido en organizaciones autoritarias y verticales en las que el jefe es el dueño absoluto de las vidas y voluntades de sus súbditos, a los que tiene que premiar y cuidar con buenos sueldos y muchas veces con suplementos clandestinos en dinero negro.
Todo ese sistema, más propio de mafias que de democracias de ciudadanos libres, es posible porque la democracia ha sido previamente asesinada, eliminando factores tan importantes como la prensa libre, la separación de poderes, la libertad de los legisladores y la existencia de los frenos, cautelas, contrapesos y leyes que regulan la democracia y que fueron creados para impedir, precisamente, el abuso de poder y la corrupción.
Esas organizaciones, a las que llaman "partidos políticos", necesitan grandes masas de dinero para funcionar y no les basta con los cuantiosos ingresos que reciben del Estado, generoso financiador de los partidos y de los políticos a pesar de que la ciudadanía está en contra de esos abusos. A pesar de la abundancia de ingresos estatales, la codicia les puede y su organización les obliga a captar fondos de otras fuentes, siempre ilegales y corruptas.
Las principales fuentes mafiosas de ingresos para los partidos son:
Las comisiones ilegales y clandestinas que cobran a cambio de contratos públicos, subvenciones y otros privilegios.
Los porcentajes que reciben de las grandes empresas adjudicatarias de contratos y obras.
Los fondos incontrolados que se distraen de los ingresos publicos, muy mal controlados en España y vergonzosamente opacos.
Lo único que está cambiando en España es el modelo de corrupción, que ahora es más clandestino y disimulado. El corrupto no es ya aquel político de gafas oscuras que se comportaba como un cacique avasallador, sino por lo general un cuadro de tipo medio que aunque participa de lleno en el sistema de corrupción se siente inocente porque todo el partido hace lo mismo que él. Es un nuevo tipo de corrupto que incluso afirma que persigue la corrupción y que no es un hipócrita, como los anteriores, sino un desgraciado que subirá como la espuma guardando silencio y cerrando los ojos ante los abusos, robos, estafas y otras arbitrariedades que el partido y otros compañeros con más poder realizan delante de sus narices.
El nuevo corrupto recibe prebendas, premios, privilegios y hasta sobresueldos, pero los recibe del partido, lo que le permite creer que no es parte de la corrupción sino sólo un fiel y leal miembro de una organización política.
La corrupción es opaca e impersonal y los corruptos tienden a diluirse para que sea el partido el que cometa los delitos. Es todo un ejercicio sofisticado de delincuencia organizada diseñada para eludir la Justicia y engañar a los ciudadanos, que siguen siendo expoliados, pero sin que se den cuenta.
Si analizamos el escándalo de los ERES mafiosos de la junta de Andalucía socialista o el de las tarjetas black de Bankia descubrimos con sorpresa que los que se jubilaban sin tener derecho, consumían cocaina y prostitución con dinero publico o gastaban grandes sumas con sus tarjetas opacas ni siquiera eran conscientes de que eran corruptos y creían, simplemente, que el sistema funcionaba de ese modo canalla y sucio.
Es cierto que los grandes culpables de la Junta de Andalucía, que son los presidentes de los gobiernos que delinquieron, escaparán con escasos castigos y que el creador del sistema, Manuel Chaves, sólo quedará inhabilitado, pero eso no les libra de ser los máximos culpables reales, aunque digan que no sabían nada, porque la culpa en los delitos de carácter público siempre es directamente proporcional al poder que se tiene y al rango que se ostenta.
Francisco Rubiales