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En España, si alguien llama a las seis de la mañana a tu puerta, quizás no sea el lechero



La democracia es un sistema ideado para que los ciudadanos vivan y duerman tranquilos, sin temor a déspotas y criminales, muchas veces instalados en el gobierno y en las instituciones. Para que la democracia tenga vigencia real en España, primero hay que limpiar la política no sólo de ladrones sino también de totalitarios, de enemigos de la libertad y de violadores de la Constitución, todos ellos integrantes de la gran familia de los corruptos.

Pero en España, defender ese rigor democrático significa ser llamado "facha", ignorando que cuando la democracia no funciona dentro de la limpieza y los valores, el temor se instala en la sociedad, desaparece la imprescindible confianza en el poder político, la nación se sitúa en estado de peligro inminente y se retorna al pasado de crueldad y miedo.

Cada país tiene sus rasgos y tragedias. La democracia en España no genera confianza ni disipa el miedo. Aquí no ocurre, como explicaba Winston Churchill a los británicos, que sí alguien llama a tu casa, a las seis de la mañana, "seguro que es el lechero".

España ha alcanzado un grado tan alto de podredumbre y corrupción que sólo podrá decirse que hay democracia cuando veamos a la plana mayor de un gobierno o de un partido político sentada en el banquillo de los acusados, respondiendo por sus abusos y delitos.

La democracia habrá llegado a España solo cuando sea el gobierno el que tema al pueblo, no al revés, o tal vez cuando en las cárceles haya tanto o más políticos que delincuentes comunes.
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El lechero democrático
He escuchado a expertos juristas decir que en España hay decenas de miles de políticos incapaces de explicar el origen de su patrimonio y que hasta que eso no sea limpiado, la democracia sólo será una entelequia. Uno de esos juristas expertos formó parte del Consejo General del Poder Judicial y el otro fue magistrado del Constitucional. Uno de ellos fue tan tajante que dijo que únicamente cuando esos miles de corruptos con poder político, sospechosos con fundamento de haber dañado seriamente al país, económica y moralmente, sean juzgados, sólo entonces, "podremos hablar de democracia". Algo parecido oí decir, en la cena de un foro (Encuentros 2000, de Sevilla) que yo dirigía en los años 90 del pasado siglo, a Baltasar Garzón, por entonces juez estrella, pero no puedo reproducir sus palabras porque no las anoté y no las recuerdo con la debida precisión.

Cientos de miles de españoles pensantes y formados creen que el gran obstáculo que impide que la democracia exista en España es la clase política impune, habituada a robar y a cometer todo tipo de abusos, irregularidades y delitos sin tener que pagar por ello precio alguno.

Por todo eso, el gran signo que aseguraría la existencia de democracia en España sería que las cárceles estuvieran llenas de políticos delincuentes.

La lista de delincuentes políticos en España es casi interminable. Son tantos que puestos en fila india llegarían de Cádiz a Barcelona. Allí estarían, uno detrás de otro, los que cobran comisiones, los que trucan los contratos, los que practican el nepotismo, los ladrones puros, los que siembran odio, los que engañan al pueblo, los violadores de la Constitución, los que fortalecen su poder con el dinero público, los que compran periodistas y jueces, los que dan subvenciones a cambio de dinero o favores, los que elaboran listas negras, los que incumplen sus promesas electorales, los que anteponen sus intereses al bien común, los que subyugan y esclavizan a sus semejantes y los que utilizan el poder para hacer daño a otros, marginar o aplastar.

Una democracia como la española que acoge en su seno a partidos políticos contrarios a la Constitución y a la misma existencia de España como nación mas que una democracia es un aquelarre de delincuentes. Quien afirme que en democracia caben todos, incluyendo a los que defienden el terrorismo, emplean la violencia en las calles, quieren suprimir la propiedad privada y piden que el rey sea guillotinado, está protegiendo a forajidos.

Los políticos merecedores de juicio y tal vez de cárcel son legiones en España. Son como una inmensa nube de baba y detritos que lo contamina todo y que impide que entre la luz y que el sol limpie el ambiente.

Por esas razones, el único signo que en España refleja la vigencia de la democracia no es el lechero madrugador sino el político entre rejas.

En España es el pueblo el que teme al gobierno y nunca el gobierno teme al pueblo. Cuando eso cambie, entonces habrá democracia.

Ir a votar no es garantía alguna de democracia, sobre todo cuando las elecciones no son limpias y los partidos, además de incumplir sus promesas, engañan y fraguan alianzas contra natura, a espaldas de los electores. La democracia, en España, tiene que ser el Imperio de la ley y de la verdad, dos valores escondidos y proscritos.

Las legiones corruptas afirman que el pueblo es el que elige, pero después llega un psicópata y aliado con partidos contrarios a la Constitución y defensores de barbaridades como la destrucción de España y el totalitarismo, derrocan a un gobierno elegido mediante una pirueta llenada moción de censura, de la que nunca estuvo previsto que se beneficiaran los peores enemigos de España y de la democracia, como ocurrió con la moción del socialista Pedro Sánchez.

Pero que quede claro que la corrupción en España es patrimonio de toda la clase política, sobre todo de aquella que ha gobernado desde 1978. En ese paquete de presidiarios vocacionales entran las derechas, las izquierdas, los nacionalistas y hasta comunistas, proetarras y amigos de la subversión y la violencia, todos los cuales han suprimido al lechero en la España de los corruptos y delincuentes con poder.

El alma de la democracia es la confianza del pueblo en el gobierno y en las instituciones, pero es imposible que los ladrones y delincuentes con poder político generen confianza. Sin esa confianza, la democracia se torna un cónclave de rufianes y un peligro colectivo.

Francisco Rubiales

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Lunes, 29 de Junio 2020
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