Cuando se analiza la actual precampaña, rastrera, descarada y de baja estirpe intelectual, lo primero que se descubre es que el ciudadano, transformado en mercancía y en subasta, ha muerto y que la política es ya un ámbito exclusivo del político profesional, nuevo señor y amo de esta cultura falsamente democrática.
En Cataluña, hace dos años, ni siquiera el 2 por ciento de lo catalanes querían un nuevo Estatuto. Ocurrió entonces que, con la valiosa complicidad (o quizás con el liderazgo) del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, el 90 por ciento de la clase política se confabuló para sacar adelante un nuevo Estatuto, hasta lograr su aprobación, a pesar de la vergüenza que representó el que apenas un tercio del electorado lo apoyara en referéndum.
Lo ocurrido en Cataluña, junto con otros cientos de detalles dudosamente democráticos, como el actual reparto de dinero público por los políticos para ganar votos en vísperas de las elecciones, son pruebas contundentes de que el ciudadano está siendo exterminado en España y que una democracia sin ciudadanos es un sólo gallinero para políticos profesionales.
En Andalucía, no existía demanda alguna de un nuevo Estatuto. Es más, ante el espectáculo catalán, los andaluces rechazaban la idea. Pero pero he aquí que el todopoderoso PSOE decide parir un nuevo Estatuto Andaluz y, sin oposición alguna por parte de una ciudadanía cobarde y anulada, lo saca adelante, con el incomprensible apoyo del Partido Popular, sin conseguir que ni siquiera un tercio de los electores le dieran su visto bueno en el referéndum.
Sin analizar la grave sospecha de inconstitucionalidad de ambos estatutos, que reducen la españolidad de Cataluña y Andalucía, pero incrementan el poder de sus castas políticas, sustituyendo el centralismo de Madrid por un centralismo de hierro con sedes en Barcelona y Sevilla, lo importante de ambos ejemplos es que los políticos impusieron su voluntad al pueblo para satisfacer sus intereses, ambiciones y ansias de poder.
En el País Vasco pasan cosas similares: el PSOE dio un giro de 180 grados a su tradicional política antiterrorista y optó, ante la sorpresa de los ciudadanos y hasta de su propia militancia, por pactar con ETA, por aflojar el dogal que asfixiaba al terrorismo y por hacer concesiones a los pistoleros que repugnan a los ciudadanos, sin temblarle el pulso a la hora de perpetrar, desde el poder democrático, políticas que desprecian y subyugan a la voluntad popular, valor supremo en democracia.
¿Qué está pasando en la democracia española?
Muy sencillo, los políticos españoles, desde su concepción oligárquica de la democracia, se creen con derecho a gobernar en contra de la opinión pública y de los deseos de los ciudadanos.
Zapatero ha hecho, una y otra vez, lo mismo que hizo Aznar cuando, en contra de la voluntad popular, implicó a España en la Guerra de Irak. Algunos dicen que aquella traición a la voluntad ciudadana, sagrada en democracia, le costó el poder a los populares, pero no debe ser así cuando Zapatero también ha abrazado la herejía democrática de gobernar en contra de lo opinión popular.
La política oficial española llama a ese estilo de gobierno que legisla y ordena contra la voluntad popular "Política con mayúsculas", cuando debería llamarle por su verdadero nombre: oligocracia de partidos.
La oligocracia de partidos es un tipo gobierno que elimina todos los contrapesos y cautelas que la democracia ideó para limitar el poder de los gobernantes y para mantener el equilibrio social: la división y la independencia de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, arrasada por los partidos políticos, la prensa independiente y libre, casi plenamente erradicada de España tras las alianzas entre empresas periodísticas y poder, la libertad y conciencia de los representantes ciudadanos en el Parlamento (férreamente sometida ahora a los partidos) y la existencia de una sociedad civil fuerte, que en España, acosada por el poder político, se encuentra en estado de coma.
Algunos dicen que la causa de este desastre democrático es que los socialistas, contaminados hasta la médula de un concepto del poder que fue y sigue siendo leninista, han asesinado a Montesquieu porque digieren mal la separación de poderes y la soberanía del pueblo. ¿Alguien ha olvidado que hace dos década Alfonso Guerra ya declaró la muerte de Montesquieu?.
Pero el problema es que aquí en España, a juzgar por los comportamientos de los distintos gobierno, han caído en el leninismo también los políticos de la derecha, con idéntica intensidad, aunque tal vez con menos descaro.
Lo único cierto que emana de una observación científica es que en España la política se ha degradado hasta extremos inquietantes y se ha convertido en el arte de la manipulación de las masas.
Si alguien lo duda, que pregunte al amigo socialista que tengan ¿Qué es la democracia? Se quedará de piedra cuando escuche que "democracia es el gobierno de la mayoría", sin agregar nada más, ni siquiera un matiz, una aberración intrínseca del sistema que se cree y se dice desde la izquierda sin que a nadie le tiemble la voz ni se le convulsione el alma.
Somos pocos lo que todavía tenemos claro que la democracia es el gobierno del pueblo, como su nombre indica, y que ser demócratas no consiste en ejercer la dictadura desde el poder porque se han ganado unas elecciones. Eso es simplemente una oligarquía que ha alcanzado el poder mediante elecciones. La democracia es mucho más de lo cree que es esa panda de hooligans y descerebrados que sostienen la degradación política española. La democracia es el imperio de la ley comúnmente aceptada, el supremo respeto a la voluntad popular y una cultura que respeta a las minorías y salvaguarda la convivencia en paz y armonía.
En Cataluña, hace dos años, ni siquiera el 2 por ciento de lo catalanes querían un nuevo Estatuto. Ocurrió entonces que, con la valiosa complicidad (o quizás con el liderazgo) del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, el 90 por ciento de la clase política se confabuló para sacar adelante un nuevo Estatuto, hasta lograr su aprobación, a pesar de la vergüenza que representó el que apenas un tercio del electorado lo apoyara en referéndum.
Lo ocurrido en Cataluña, junto con otros cientos de detalles dudosamente democráticos, como el actual reparto de dinero público por los políticos para ganar votos en vísperas de las elecciones, son pruebas contundentes de que el ciudadano está siendo exterminado en España y que una democracia sin ciudadanos es un sólo gallinero para políticos profesionales.
En Andalucía, no existía demanda alguna de un nuevo Estatuto. Es más, ante el espectáculo catalán, los andaluces rechazaban la idea. Pero pero he aquí que el todopoderoso PSOE decide parir un nuevo Estatuto Andaluz y, sin oposición alguna por parte de una ciudadanía cobarde y anulada, lo saca adelante, con el incomprensible apoyo del Partido Popular, sin conseguir que ni siquiera un tercio de los electores le dieran su visto bueno en el referéndum.
Sin analizar la grave sospecha de inconstitucionalidad de ambos estatutos, que reducen la españolidad de Cataluña y Andalucía, pero incrementan el poder de sus castas políticas, sustituyendo el centralismo de Madrid por un centralismo de hierro con sedes en Barcelona y Sevilla, lo importante de ambos ejemplos es que los políticos impusieron su voluntad al pueblo para satisfacer sus intereses, ambiciones y ansias de poder.
En el País Vasco pasan cosas similares: el PSOE dio un giro de 180 grados a su tradicional política antiterrorista y optó, ante la sorpresa de los ciudadanos y hasta de su propia militancia, por pactar con ETA, por aflojar el dogal que asfixiaba al terrorismo y por hacer concesiones a los pistoleros que repugnan a los ciudadanos, sin temblarle el pulso a la hora de perpetrar, desde el poder democrático, políticas que desprecian y subyugan a la voluntad popular, valor supremo en democracia.
¿Qué está pasando en la democracia española?
Muy sencillo, los políticos españoles, desde su concepción oligárquica de la democracia, se creen con derecho a gobernar en contra de la opinión pública y de los deseos de los ciudadanos.
Zapatero ha hecho, una y otra vez, lo mismo que hizo Aznar cuando, en contra de la voluntad popular, implicó a España en la Guerra de Irak. Algunos dicen que aquella traición a la voluntad ciudadana, sagrada en democracia, le costó el poder a los populares, pero no debe ser así cuando Zapatero también ha abrazado la herejía democrática de gobernar en contra de lo opinión popular.
La política oficial española llama a ese estilo de gobierno que legisla y ordena contra la voluntad popular "Política con mayúsculas", cuando debería llamarle por su verdadero nombre: oligocracia de partidos.
La oligocracia de partidos es un tipo gobierno que elimina todos los contrapesos y cautelas que la democracia ideó para limitar el poder de los gobernantes y para mantener el equilibrio social: la división y la independencia de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, arrasada por los partidos políticos, la prensa independiente y libre, casi plenamente erradicada de España tras las alianzas entre empresas periodísticas y poder, la libertad y conciencia de los representantes ciudadanos en el Parlamento (férreamente sometida ahora a los partidos) y la existencia de una sociedad civil fuerte, que en España, acosada por el poder político, se encuentra en estado de coma.
Algunos dicen que la causa de este desastre democrático es que los socialistas, contaminados hasta la médula de un concepto del poder que fue y sigue siendo leninista, han asesinado a Montesquieu porque digieren mal la separación de poderes y la soberanía del pueblo. ¿Alguien ha olvidado que hace dos década Alfonso Guerra ya declaró la muerte de Montesquieu?.
Pero el problema es que aquí en España, a juzgar por los comportamientos de los distintos gobierno, han caído en el leninismo también los políticos de la derecha, con idéntica intensidad, aunque tal vez con menos descaro.
Lo único cierto que emana de una observación científica es que en España la política se ha degradado hasta extremos inquietantes y se ha convertido en el arte de la manipulación de las masas.
Si alguien lo duda, que pregunte al amigo socialista que tengan ¿Qué es la democracia? Se quedará de piedra cuando escuche que "democracia es el gobierno de la mayoría", sin agregar nada más, ni siquiera un matiz, una aberración intrínseca del sistema que se cree y se dice desde la izquierda sin que a nadie le tiemble la voz ni se le convulsione el alma.
Somos pocos lo que todavía tenemos claro que la democracia es el gobierno del pueblo, como su nombre indica, y que ser demócratas no consiste en ejercer la dictadura desde el poder porque se han ganado unas elecciones. Eso es simplemente una oligarquía que ha alcanzado el poder mediante elecciones. La democracia es mucho más de lo cree que es esa panda de hooligans y descerebrados que sostienen la degradación política española. La democracia es el imperio de la ley comúnmente aceptada, el supremo respeto a la voluntad popular y una cultura que respeta a las minorías y salvaguarda la convivencia en paz y armonía.
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