---
Gracias a la creación de Unión, Progreso y Democracia (UPyD), España cuenta por fin con un partido político decente, capaz de convertirse en grande y más interesado en mejorar el mundo que en instalarse en el poder político y en sus privilegios.
Aunque la indecencia no tiene color y afecta tanto a la derecha como a la izquierda, el hecho de que ese partido se nutra, principalmente, de gente escapada de la izquierda degradada tiene especial relevancia porque la izquierda española ha alcanzado niveles insospechados de degeneración política.
La irrupción del partido de Rosa Diéz en el escenario español representa una saludable bocanada de aire fresco y limpio que, a pesar del boicot de los poderosos y de sus medios de comunicación, está enriqueciendo la campaña electoral y la esperanza de los que habían sido desplazados de la política por la indecencia y la corrupción reinantes.
El rasgo que más distingue a una política de otra es que la decente apuesta por la cada día más urgente y necesaria regeneración de la democracia y del poder político, mientras que la indecente se siente a gusto en la pocilga moral y en el juego truculento y amañado que domina la vida política del país.
Mientras que la política indecente está dominada por la obsesión de gobernar y se muestra dispuesta a todo para seguir disfrutando de los privilegios del poder, incluso a pactar con partidos de ideología opuesta, hasta con nacionalistas descerebrados interesados en boicotear la convivencia, dinamitar la nación y destruir el Estado, la política decente pretende, antes que nada, regenerar un sistema político degradado, reformar la Constitución y la Ley Electoral para impedir, como afirma Rosa Diéz, portavoz de UPyD, que "un gobernante sin escrúpulos pueda llegar al poder" en España y lo arrase todo.
La indecencia política se siente a disgusto frente a la libertad de los individuos y dentro de la democracia porque sus reglas y controles le impiden gobernar a capricho. Su reacción frente al obstáculo suele ser corromper la democracia, degenerándola y manipulándola para que las libertades queden limitadas y las reglas y controles del poder puedan ser burlados por los políticos profesionales.
Por el contrario, la decencia reivindica la democracia como una coquista histórica de la civilización y lucha por la regeneración y limpieza del sistema.
Una y otra son dos mundos opuestos y diviergentes, únicamente unido por la etiqueta de "democracia", utilizada de manera bastarda por los indecentes y justamente por los decentes.
A la política indecente le aterra la democracia limpia y rechaza principios como el control del poder por parte de los ciudadanos, la separación e independencia de los poderes básicos del Estado, sobre todo del Judicial, las elecciones realmente libres, con listas abiertas, la limitación de los mandatos de los dirigentes, la penalización del abuso de poder y de la corrupción, la existencia de una prensa libre y crítica, la moralización de la vida públlica, lel fortalecimiento de la sociedad civil, la democratización de la vida interna de los partidos políticos y la participación de los ciudadanos en los procesos de toma de decisiones.
La decente, por el contrario, reivindica esas reformas porque sabe que son imprescindibles para que existan la libertad, la justicia y la democracia.
La última gran diferencia entre la decencia y la indecencia es que la decencia democrática utiliza argumentos para convencer y dirige sus mensajes a mentes libres y racionales, mientras que la indecencia, siempre atraída por el totalitarismo, se nutre del analfabetismo, la incultura y los cerebros débiles, donde sus mensajes no encuentran resistencia y donde puede crecer con facilidad en su caldo de cultivo preferido: el del dominio de las masas aborregadas.
Gracias a la creación de Unión, Progreso y Democracia (UPyD), España cuenta por fin con un partido político decente, capaz de convertirse en grande y más interesado en mejorar el mundo que en instalarse en el poder político y en sus privilegios.
Aunque la indecencia no tiene color y afecta tanto a la derecha como a la izquierda, el hecho de que ese partido se nutra, principalmente, de gente escapada de la izquierda degradada tiene especial relevancia porque la izquierda española ha alcanzado niveles insospechados de degeneración política.
La irrupción del partido de Rosa Diéz en el escenario español representa una saludable bocanada de aire fresco y limpio que, a pesar del boicot de los poderosos y de sus medios de comunicación, está enriqueciendo la campaña electoral y la esperanza de los que habían sido desplazados de la política por la indecencia y la corrupción reinantes.
El rasgo que más distingue a una política de otra es que la decente apuesta por la cada día más urgente y necesaria regeneración de la democracia y del poder político, mientras que la indecente se siente a gusto en la pocilga moral y en el juego truculento y amañado que domina la vida política del país.
Mientras que la política indecente está dominada por la obsesión de gobernar y se muestra dispuesta a todo para seguir disfrutando de los privilegios del poder, incluso a pactar con partidos de ideología opuesta, hasta con nacionalistas descerebrados interesados en boicotear la convivencia, dinamitar la nación y destruir el Estado, la política decente pretende, antes que nada, regenerar un sistema político degradado, reformar la Constitución y la Ley Electoral para impedir, como afirma Rosa Diéz, portavoz de UPyD, que "un gobernante sin escrúpulos pueda llegar al poder" en España y lo arrase todo.
La indecencia política se siente a disgusto frente a la libertad de los individuos y dentro de la democracia porque sus reglas y controles le impiden gobernar a capricho. Su reacción frente al obstáculo suele ser corromper la democracia, degenerándola y manipulándola para que las libertades queden limitadas y las reglas y controles del poder puedan ser burlados por los políticos profesionales.
Por el contrario, la decencia reivindica la democracia como una coquista histórica de la civilización y lucha por la regeneración y limpieza del sistema.
Una y otra son dos mundos opuestos y diviergentes, únicamente unido por la etiqueta de "democracia", utilizada de manera bastarda por los indecentes y justamente por los decentes.
A la política indecente le aterra la democracia limpia y rechaza principios como el control del poder por parte de los ciudadanos, la separación e independencia de los poderes básicos del Estado, sobre todo del Judicial, las elecciones realmente libres, con listas abiertas, la limitación de los mandatos de los dirigentes, la penalización del abuso de poder y de la corrupción, la existencia de una prensa libre y crítica, la moralización de la vida públlica, lel fortalecimiento de la sociedad civil, la democratización de la vida interna de los partidos políticos y la participación de los ciudadanos en los procesos de toma de decisiones.
La decente, por el contrario, reivindica esas reformas porque sabe que son imprescindibles para que existan la libertad, la justicia y la democracia.
La última gran diferencia entre la decencia y la indecencia es que la decencia democrática utiliza argumentos para convencer y dirige sus mensajes a mentes libres y racionales, mientras que la indecencia, siempre atraída por el totalitarismo, se nutre del analfabetismo, la incultura y los cerebros débiles, donde sus mensajes no encuentran resistencia y donde puede crecer con facilidad en su caldo de cultivo preferido: el del dominio de las masas aborregadas.