No pude conocer al “Che” cuando viví en Cuba porque él ya había muerto, pero seguí su rastro como un podenco y pude comprobar que el argentino era violento, inmisericorde y de gatillo fácil, todo un adicto al asesinato, un personaje en nada parecido al romántico e idealista luchador que se presenta en la película “Che: El argentino”, dirigida por Steven Soderbergh, protagonizada por Benicio del Toro y estrenada recientemente.
La película, basada en la obra del propio Che “Recuerdos de la guerra revolucionaria cubana” (1963), es parcial y escasamente crítica con el revolucionario, cuyos valores destaca y cuyos defectos ignora.
Llegué a Cuba en 1977, con 28 años, como corresponsal de la Agencia EFE, y permanecí allí dos años. Reconozco que llegué admirando la revolución cubana, como tantos jóvenes de mi generación, y que salí de la isla muy distante, tras haber comprobado “in situ” y personalmente que la famosa “Revolución” era un timo que poco tenía de libre, igualitaria o justa.
Buena parte de mi tiempo la dediqué a seguirle el rastro a los antiguos compañeros de armas de Fidel, a Camilo Cienfuegos, Hubert Matos, el Che, Gutiérrez Menoyo y otros. Entrevisté a muchos compañeros de lucha del revolucionario argentino, incluyendo a su padre, Ernerto Guevara Linch, con quien pasé una tarde periodísticamente memorable en el Hotel Habana Libre, y a Jorge “Papito” Serguera, que también era comandante y, junto con el Che, presidía los juicios a los partidarios de Batista.
Tras mis investigaciones, la conclusión sólida fue que “el Che” era un radical peligroso e incómodo, de gatillo fácil, que estorbaba a todos en Cuba, incluyendo al propio Fidel, a Raúl y al resto de los comandantes de la revolución, la élite de la Cuba castrista.
Muchos de los que lo conocieron recalcan su personalidad despectiva hacia las personas de raza negra y el desprecio por los mexicanos a quienes el “Che” denominaba “indiada”. Lázaro Guerra, ex militante de los movimientos revolucionarios cubanos y uno de los sobrevivientes de la expedición del Corintians, recuerda al Che como un “tipo maquiavélico” al que le gustaba actuar como “soplón” de Fidel. "Era un tipo repugnante -agrega Guerra-, que corría detrás de Castro, a quien le gustaba que lo adulasen"
Es interesante el testimonio de Dariel Alarcón Ramírez, alias “Benigno”, uno de los más antiguos y fieles compañeros de armas del Che Guevara, sobreviviente de la guerrilla en Bolivia, exiliado político en Francia desde 1996. “Benigno”, que siguió ciegamente al Che en todas sus aventuras, primero en la guerrilla contra Batista, luego cuando era miembro del Gobierno en Cuba, por fin en el Congo y en Bolivia, cuenta que el “Che” contemplaba personalmente los fusilamientos y que parecía disfrutar con ese espectáculo.
Como “comandante en jefe” de la prisión de La Cabaña, puesto que ocupó desde el 3 de enero de 1959 hasta el mes de julio, y como responsable de la Comisión Depuradora (según su denominación oficial), el Che dio la orden de ejecutar cerca de ciento ochenta sentencias de muerte. Los tribunales revolucionarios funcionaban sin parar dentro de la fortaleza. Las órdenes, sin embargo, llegaban desde más arriba, de Fidel Castro en persona.
El Che pronunció ante las Naciones Unidas la célebre frase “Hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando”. Esas palabras pronunciadas por Guevara y otras muchas que proyectaban una imagen violenta y cruel de la Revolución castrista, no siempre controladas por Fidel Castro, en distintas conferencias internacionales, iban a provocar su caída en desgracia y su partida de Cuba unos meses más tarde, en 1965.
Pero, claro, la película ignora todo esto y ensalza el idealismo y la generosidad de un revolucionario al que, temerariamente, presenta casi como un modelo a seguir.
La película, basada en la obra del propio Che “Recuerdos de la guerra revolucionaria cubana” (1963), es parcial y escasamente crítica con el revolucionario, cuyos valores destaca y cuyos defectos ignora.
Llegué a Cuba en 1977, con 28 años, como corresponsal de la Agencia EFE, y permanecí allí dos años. Reconozco que llegué admirando la revolución cubana, como tantos jóvenes de mi generación, y que salí de la isla muy distante, tras haber comprobado “in situ” y personalmente que la famosa “Revolución” era un timo que poco tenía de libre, igualitaria o justa.
Buena parte de mi tiempo la dediqué a seguirle el rastro a los antiguos compañeros de armas de Fidel, a Camilo Cienfuegos, Hubert Matos, el Che, Gutiérrez Menoyo y otros. Entrevisté a muchos compañeros de lucha del revolucionario argentino, incluyendo a su padre, Ernerto Guevara Linch, con quien pasé una tarde periodísticamente memorable en el Hotel Habana Libre, y a Jorge “Papito” Serguera, que también era comandante y, junto con el Che, presidía los juicios a los partidarios de Batista.
Tras mis investigaciones, la conclusión sólida fue que “el Che” era un radical peligroso e incómodo, de gatillo fácil, que estorbaba a todos en Cuba, incluyendo al propio Fidel, a Raúl y al resto de los comandantes de la revolución, la élite de la Cuba castrista.
Muchos de los que lo conocieron recalcan su personalidad despectiva hacia las personas de raza negra y el desprecio por los mexicanos a quienes el “Che” denominaba “indiada”. Lázaro Guerra, ex militante de los movimientos revolucionarios cubanos y uno de los sobrevivientes de la expedición del Corintians, recuerda al Che como un “tipo maquiavélico” al que le gustaba actuar como “soplón” de Fidel. "Era un tipo repugnante -agrega Guerra-, que corría detrás de Castro, a quien le gustaba que lo adulasen"
Es interesante el testimonio de Dariel Alarcón Ramírez, alias “Benigno”, uno de los más antiguos y fieles compañeros de armas del Che Guevara, sobreviviente de la guerrilla en Bolivia, exiliado político en Francia desde 1996. “Benigno”, que siguió ciegamente al Che en todas sus aventuras, primero en la guerrilla contra Batista, luego cuando era miembro del Gobierno en Cuba, por fin en el Congo y en Bolivia, cuenta que el “Che” contemplaba personalmente los fusilamientos y que parecía disfrutar con ese espectáculo.
Como “comandante en jefe” de la prisión de La Cabaña, puesto que ocupó desde el 3 de enero de 1959 hasta el mes de julio, y como responsable de la Comisión Depuradora (según su denominación oficial), el Che dio la orden de ejecutar cerca de ciento ochenta sentencias de muerte. Los tribunales revolucionarios funcionaban sin parar dentro de la fortaleza. Las órdenes, sin embargo, llegaban desde más arriba, de Fidel Castro en persona.
El Che pronunció ante las Naciones Unidas la célebre frase “Hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando”. Esas palabras pronunciadas por Guevara y otras muchas que proyectaban una imagen violenta y cruel de la Revolución castrista, no siempre controladas por Fidel Castro, en distintas conferencias internacionales, iban a provocar su caída en desgracia y su partida de Cuba unos meses más tarde, en 1965.
Pero, claro, la película ignora todo esto y ensalza el idealismo y la generosidad de un revolucionario al que, temerariamente, presenta casi como un modelo a seguir.