España necesita con más urgencia un rescate ético que un rescate económico. Es posible que la economía resista y se rehaga después del terrible mandato de Zapatero, pero es seguro que la ética ha entrado en barrena y que cada día es mayor la sensación de que el país ha caído en manos de delincuentes.
Basta contemplar el vídeo de la sesión del Congreso de Diputados del 16 de febrero para darse cuenta que la política española está podrida hasta el tuétano y que los que se sientan en los sillones de las Cortes son mucho peores que los ciudadanos a los que dicen representar. El espectáculo de los dos grandes partidos acusándose mutuamente de chorizos fue espantoso. Han perdido la vergüenza y ni siquiera sienten miedo a unos ciudadanos que deberían ya haberlos corrido a gorrazos por indeseables.
El protagonista de la sesión no fue el sufrido pueblo español, al que los gobernantes han llevado hasta la pobreza, el desempleo, los impuestos abusivos, la desconfianza y la desesperación, sino los casos Faisan, Gürtel y los escandalosos EREs de Andalucía, quizás el más espeluznante de los casos de corrupción que han asolado España y el que demuestra con mayor solvencia que algunos gobernantes merecen la cárcel de por vida.
En esa Andalucía considerada por el socialismo como su reserva estratégica y su principal granero de votos se han cometido delitos públicos que no tienen perdón y que merecen la cárcel. Socialistas y sindicalistas de UGT han cobrado pensiones de empresas en las que nunca trabajaron, financiadas con dinero público, mientras la Junta y los sindicatos, al unísono, han falsificado vidas laborales para engañar a la Seguridad Social y conseguir pensiones suculentas para enchufados, protegidos y amigos del poder.
Pero esa marea de excrementos públicos visible no es nada comparada con la todavía oculta, que algún día saldrá a la luz, aunque ya puede señalarse y describirse: concursos públicos amañados, comisiones cobradas con chantajes por recaudadores que decían representar al partido, puestos de trabajo públicos otorgados a dedo, oposiciones trucadas para que beneficien a los "amigos del poder", listas negras de empresas y empresarios a los que les les negaban subvenciones y concursos, hijos y familiares de altos cargos que conseguían contratos exhibiendo el poder de sus protectores, reparto de dinero para comprar voluntades y silencios, intimidación, ocupación ilícita de espacios libres de la sociedad civil, urbanismo delictivo, financiación asquerosa, asesinato político de las cajas de ahorros, enchufismo, amiguismo, nepotismo, dictadura de partidos y un larguísimo etcétera que rezuma lodo putrefacto, desprestigio y vergüenza generalizada para la marca España.
La corrupción demuestra con claridad meridiana que algunos políticos se han sentido tan poderosos e impunes que han dinamitado la cConstitución y violado la ley con un descaro propio de tiranos.
Al igual que el rescate económico de España, si llegara a ser necesario, tendría que llegar de fuera, porque en España no existe dinero suficiente para neutralizar los estragos causados por los peores políticos de nuestra historia moderna, también el rescate ético de España tendrá que llegar de fuera, dado el alto grado de envilecimiento de los partidos políticos y de contagio e infección de grandes sectores de la sociedad.
El problema para España es que si bien el rescate económico llegará porque interesa a nuestros vecinos y socios, el ético nunca llegaría del exterior, donde se contempla con morbosa satisfacción la ruina moral de España, capitaneada por una de las peores y más corruptas castas políticas del mundo occidental. Para nuestros eternos competidores, en especial para franceses y sajones, la ruina ética de España es, lamentablemente, una ayuda inesperada que elimina a un competidos molesto.
Tendrán que ser los escasos ciudadanos que quedan en España, aquellos que están hoy distanciados del poder y considerados como enemigos por los partidos políticos corrompidos, los que tengan que capitanear la regeneración. Ocurre en España como en la vieja URSS, que los disidentes, odiados y maltratados por el régimen en decenas de oscuros Gulags, encerraban casi toda la dignidad, decencia y futuro que poseía aquel desvencijado y corrupto sistema soviético.
Basta contemplar el vídeo de la sesión del Congreso de Diputados del 16 de febrero para darse cuenta que la política española está podrida hasta el tuétano y que los que se sientan en los sillones de las Cortes son mucho peores que los ciudadanos a los que dicen representar. El espectáculo de los dos grandes partidos acusándose mutuamente de chorizos fue espantoso. Han perdido la vergüenza y ni siquiera sienten miedo a unos ciudadanos que deberían ya haberlos corrido a gorrazos por indeseables.
El protagonista de la sesión no fue el sufrido pueblo español, al que los gobernantes han llevado hasta la pobreza, el desempleo, los impuestos abusivos, la desconfianza y la desesperación, sino los casos Faisan, Gürtel y los escandalosos EREs de Andalucía, quizás el más espeluznante de los casos de corrupción que han asolado España y el que demuestra con mayor solvencia que algunos gobernantes merecen la cárcel de por vida.
En esa Andalucía considerada por el socialismo como su reserva estratégica y su principal granero de votos se han cometido delitos públicos que no tienen perdón y que merecen la cárcel. Socialistas y sindicalistas de UGT han cobrado pensiones de empresas en las que nunca trabajaron, financiadas con dinero público, mientras la Junta y los sindicatos, al unísono, han falsificado vidas laborales para engañar a la Seguridad Social y conseguir pensiones suculentas para enchufados, protegidos y amigos del poder.
Pero esa marea de excrementos públicos visible no es nada comparada con la todavía oculta, que algún día saldrá a la luz, aunque ya puede señalarse y describirse: concursos públicos amañados, comisiones cobradas con chantajes por recaudadores que decían representar al partido, puestos de trabajo públicos otorgados a dedo, oposiciones trucadas para que beneficien a los "amigos del poder", listas negras de empresas y empresarios a los que les les negaban subvenciones y concursos, hijos y familiares de altos cargos que conseguían contratos exhibiendo el poder de sus protectores, reparto de dinero para comprar voluntades y silencios, intimidación, ocupación ilícita de espacios libres de la sociedad civil, urbanismo delictivo, financiación asquerosa, asesinato político de las cajas de ahorros, enchufismo, amiguismo, nepotismo, dictadura de partidos y un larguísimo etcétera que rezuma lodo putrefacto, desprestigio y vergüenza generalizada para la marca España.
La corrupción demuestra con claridad meridiana que algunos políticos se han sentido tan poderosos e impunes que han dinamitado la cConstitución y violado la ley con un descaro propio de tiranos.
Al igual que el rescate económico de España, si llegara a ser necesario, tendría que llegar de fuera, porque en España no existe dinero suficiente para neutralizar los estragos causados por los peores políticos de nuestra historia moderna, también el rescate ético de España tendrá que llegar de fuera, dado el alto grado de envilecimiento de los partidos políticos y de contagio e infección de grandes sectores de la sociedad.
El problema para España es que si bien el rescate económico llegará porque interesa a nuestros vecinos y socios, el ético nunca llegaría del exterior, donde se contempla con morbosa satisfacción la ruina moral de España, capitaneada por una de las peores y más corruptas castas políticas del mundo occidental. Para nuestros eternos competidores, en especial para franceses y sajones, la ruina ética de España es, lamentablemente, una ayuda inesperada que elimina a un competidos molesto.
Tendrán que ser los escasos ciudadanos que quedan en España, aquellos que están hoy distanciados del poder y considerados como enemigos por los partidos políticos corrompidos, los que tengan que capitanear la regeneración. Ocurre en España como en la vieja URSS, que los disidentes, odiados y maltratados por el régimen en decenas de oscuros Gulags, encerraban casi toda la dignidad, decencia y futuro que poseía aquel desvencijado y corrupto sistema soviético.