Los catalanes tienen derecho a decidir sobre su futuro, pero no tienen derecho a odiar y a sostener el proceso independentista sobre la corrupción, la insolidaridad y el odio. El pecado de Artur Mas, de Jordi Pujol y de muchos de sus seguidores encaramados en la política y las instituciones catalanas no es querer la independencia sino haberla construido de manera sucia, manipulando las conciencias y las mentes de niños y jóvenes, degradando la sociedad catalana, fracturandola, generando odio y esparciendo desde el poder un océano de mentiras y falsedades.
La mentira y la trampa campean por el secesionismo catalán. Hay 187.000 marroquíes que podrán votar el 9-N para arrebatar a España un trozo de su territorio, pero no podrán hacerlo los 500.000 catalanes que viven en el resto de España y tampoco podrán votar los habitantes de Sevilla o los de Cuenca, a pesar de que amenazan con arrebatarles un trozo de su país cuya integridad aparece garantizada por la Constitución.
Pero no es esa la peor injusticia del soberanismo catalán. Lo mas sucio que han hecho es sembrar las almas catalanas con dosis altas de odio, de rencor y de mentira, durante décadas, hasta conseguir que germinara el odio a España.
Y peor todavía es que el objetivo de tanta maldad ni siquiera ha sido el deseo saludable de independencia o las ansias de identidad de un pueblo, sino la ambición de una élite corrupta, que desea seguir robando, cobrando comisiones y traficando desde el poder sin interferencias foráneas.
Pero lo que mas debería indignar a los españoles ante la marea independentista catalana es que los políticos españoles han sido cómplices y han alimentado el soberanismo y la cosecha del odio con su corrupción, egoísmo y bajeza política. El mal esparcido no ha sido una obra exclusiva de los catalanes porque sus dirigentes han contado siempre con la complicidad y la ayuda de otro grupo siniestro y habituado a dañar a España, anteponiendo sus intereses al bien común. Los políticos españoles, desde Felipe Gonzalez a Aznar, sin olvidar a Zapatero y al mismo Rajoy, han pactado con el poder secesionista y han pagado los votos catalanes que necesitaban para mantenerse en el poder con dinero público e impunidad para robar y cazar libremente, acumulando fortunas y alimentando el odio antiespañol.
Por eso, condenar u oponerse al secesionismo catalán implica también condenar y rechazar a los políticos españoles y a sus partidos, culpables de haber convertido el nacionalismo, que hace tres décadas era un insignificante arroyo, en el inmenso mar que es hoy.
¡Menuda caterva!
¡Malditos sean todos!
La mentira y la trampa campean por el secesionismo catalán. Hay 187.000 marroquíes que podrán votar el 9-N para arrebatar a España un trozo de su territorio, pero no podrán hacerlo los 500.000 catalanes que viven en el resto de España y tampoco podrán votar los habitantes de Sevilla o los de Cuenca, a pesar de que amenazan con arrebatarles un trozo de su país cuya integridad aparece garantizada por la Constitución.
Pero no es esa la peor injusticia del soberanismo catalán. Lo mas sucio que han hecho es sembrar las almas catalanas con dosis altas de odio, de rencor y de mentira, durante décadas, hasta conseguir que germinara el odio a España.
Y peor todavía es que el objetivo de tanta maldad ni siquiera ha sido el deseo saludable de independencia o las ansias de identidad de un pueblo, sino la ambición de una élite corrupta, que desea seguir robando, cobrando comisiones y traficando desde el poder sin interferencias foráneas.
Pero lo que mas debería indignar a los españoles ante la marea independentista catalana es que los políticos españoles han sido cómplices y han alimentado el soberanismo y la cosecha del odio con su corrupción, egoísmo y bajeza política. El mal esparcido no ha sido una obra exclusiva de los catalanes porque sus dirigentes han contado siempre con la complicidad y la ayuda de otro grupo siniestro y habituado a dañar a España, anteponiendo sus intereses al bien común. Los políticos españoles, desde Felipe Gonzalez a Aznar, sin olvidar a Zapatero y al mismo Rajoy, han pactado con el poder secesionista y han pagado los votos catalanes que necesitaban para mantenerse en el poder con dinero público e impunidad para robar y cazar libremente, acumulando fortunas y alimentando el odio antiespañol.
Por eso, condenar u oponerse al secesionismo catalán implica también condenar y rechazar a los políticos españoles y a sus partidos, culpables de haber convertido el nacionalismo, que hace tres décadas era un insignificante arroyo, en el inmenso mar que es hoy.
¡Menuda caterva!
¡Malditos sean todos!