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El sueño independentista de los vascos y catalanes se ha acabado



El independentismo vasco y catalán está herido de muerte después de que el Parlamento europeo votó, el 26-N del 2020, en contra de una enmienda, presentada por la diputada Diana Ribas (ERC), en la cual proponía el reconocimiento del derecho de autodeterminación. La derrota fue estruendosa, por 487 votos en contra, 170 a favor y 37 abstenciones. A partir de ese momento, los proyectos independentistas de vascos y catalanes están heridos de muerte.

En España, donde hay un gobierno opaco y de intenciones oscuras, se han dado órdenes a los medios y periodistas sometidos para que esa importante resolución del Parlamento Europeo pase inadvertida. Esa votación crucial en Europa, debería haber sido festejada por los que aman España y sueñan con su unidad, regeneración y avance hacia el futuro en unidad y paz, pero Pedro Sánchez, cuya ausencia de patriotismo y de respeto a la unidad y la grandeza de España son evidentes, no quiere que los independentistas que le sostienen en el poder se desanimen y que sus propuestas de romper España desgajando Cataluña y Vascongadas, se vayan al traste.

En Cataluña y el País Vasco, donde esa derrota de la autodeterminación debería haber provocado llanto y decepción, también se ha intentado esconder la derrota porque a los nacionalistas radicales que promueven la ruptura con España no les interesa que el pueblo sepa que los procesos independentistas están muertos o en agonía real.
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En Europa hay un antes y un después para los que aspiran a romper las naciones con la independencia, sentimiento que es fuerte en Vascongadas, Cataluña, Flandes, el Tirol y algunas otras regiones. El derecho de autodeterminación ha sido derrotado en el Parlamento Europeo y ahora cualquier intento de independizarse carece de viabilidad.

Los independentistas vascos y catalanes, sin argumentos, buscan desesperadamente nuevas salidas para conservar el poder y mantener encendida la llama del odio a España que les da poder y votos. Lo tienen difícil porque la única ruta que les queda es peligrosa y nada popular: abandonar la Unión Europea para, una vez fuera, independizarse.

Aunque no se diga, ser independentista en Cataluña o en el País Vasco significa hoy estar en contra del proyecto europeo. Los líderes de los procesos de ruptura rumian la derrota en silencio y meditan que camino tomar.

El siniestro exiliado Puigdemont ya ha marcado la ruta, pero la perspectiva del de Waterloo no gusta al catalanismo radical. Puigdemont ha dicho que “No negociaremos con la UE la independencia de Cataluña, porque la UE es un sindicato de Estados y, allá, quien determina es el Estado español”. Y ha añadido, enigmático como siempre: “Es verdad que hay vida más allá de la UE”.

Lo que Puigdemont propone, ante el frio silencio de sus seguidores del "proces", es que los catalanes avancen claramente por la ruta antieuropea, como proscritos de la legalidad vigente en la Unión, enfrentados no sólo al Estado Español sino también a la totalidad de la Unión.

Aunque lo escondan porque le tienen pánico, las próximas elecciones catalanas tendrán que dilucidar si Cataluña sigue manteniendo su fe en el proyecto europeo de unidad y mercado o se pasa claramente al anti europeísmo, con todas las consecuencias dramáticas que ese camino tendría para Cataluña, su economía y su prosperidad.

¿Van a sumar su esfuerzo al independentismo, como ha hecho hasta ahora gran parte de la burguesía catalana, y el empresariado, si el camino que eligen los políticos es la guerra contra Bruselas? Por muy independentista que sean, apostar por la salida de Europa y del euro representa para cualquier empresario catalán la ruina inmediata.

Si se impusiera la cordura, los catalanes regresarían a la ruta de la unión con España, de cuyo Estado han conseguid la autonomía más amplia y generosa de toda Europa. Ese camino les ha resultado rentable y es el que ha cimentado la actual prosperidad de la región. Internarse en las veredas oscuras y peligrosas del anti europeísmo es estéril, como lo es también el grito de "lo volveremos a hacer", que conduce claramente al abismo.

Aunque lo nieguen, la votación europea del 26 de noviembre es una derrota del proceso independentista catalán, convertido en motor y protagonista de la turbulenta vida política y económica de Cataluña en los últimos años.

Si el espíritu pragmático y sensato (seny) de los catalanes se impone y logra marginar la locura de los nazis disfrazados de independentistas, infiltrados en el proceso, bastaría con declarar "Queremos ser europeos" y renunciar a la independencia unilateral, una ruta que ahora mas que nunca conduce a la destrucción de la prosperidad y el progreso de los catalanes.

El problema es que los políticos nacionalistas se han acostumbrado a vivir y a dominar estimulando el independentismo y el odio a España y ahora tendrán que cambiar sus planteamientos. Nadie sabe si el radicalismo catalanista querrá o podrá reciclarse y cambiar de ruta. Lucharan el "seny" y la locura y de esa lucha dependerá el futuro de los catalanes.

Francisco Rubiales

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Lunes, 14 de Diciembre 2020
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