Nos guste o no, en España ha quedado demostrado que la nación puede ser dominada por canallas y llevada hasta el borde del abismo sin que nadie lo impida. La inoperancia de los políticos ha hecho posible que Cataluña haya vivido en la ilegalidad, la corrupción y el abuso extremo durante décadas y que millones de catalanes que se sentían españoles hayan sido impunemente marginados y aplastados sin que nadie los defienda.
Las violaciones a la Constitución y a los derechos humanos han sido escandalosos y numerosos en la Cataluña nacionalista, como también han sido inmensa la corrupción y numerosos los desacatos y la burla a las leyes sin que, durante décadas, los gobernantes españoles hayan movido un dedo. Es más, los políticos, que estaban obligados a defender a las victimas del abuso catalán y a hacer cumplir la ley, no sólo cerraron los ojos ante los abusos y opresiones, sino que pactaron y llenaron de poder, privilegios y concesiones a los canallas, a cambio de sus votos para permanecer en el poder.
La historia de Cataluña ha sido una inmensa ciénaga que demuestra la escasa calidad de la democracia y la tremenda ausencia de ética y decencia en la política española.
La vileza que la política española ha demostrado en Cataluña ha alcanzado niveles de vómito, aunque muchos ciudadanos sean incapaces de percibir ese desastre ahora, cuando están bañados en la euforia que produce el desmoronamiento del independentismo más indecente que se ha creado en Europa desde el aniquilamiento nazi.
Los gobernantes, elegidos no para que gobiernen, sino para que solucionen los problemas, no cumplen con su misión básica en democracia.
Ese sistema que en Cataluña se ha llenado de oprobio tiene muchas cuentas abiertas con la decencia y la dignidad y sigue marginando y acosando a los ciudadanos con prácticas que no tienen cabida en democracia. Una de ellas es obligar a los ciudadanos a que financien con sus impuestos a partidos políticos cuyos postulados repugnan. Otra es soportar por la fuerza, sólo porque los políticos quieren, un Estado irracional e imposible de financiar, que tiene más políticos a sueldo que Francia, Alemania e Inglaterra juntos. Otro abuso, impuesto contra la voluntad popular, es tener que aceptar un sistema autonómico que, como ha quedado demostrado, genera divisiones, diferencias, corrupción, desigualdad, ruptura y despilfarro.
El drama de Cataluña nos ha hecho ver más claro que el sistema español es perverso, abusivo y antidemocrático, sobre todo en todo lo que se refiere a la esencia de la democracia, que es la relación entre la ciudadanía y el poder. Ninguna democracia decente debería admitir, sin reaccionar con dimisiones y cambios profundos, que en las encuestas los ciudadanos señalen a los políticos como uno de los grandes problemas del país y que la democracia, año tras año, pierda prestigio y adhesiones, siempre por la misma causa: porque los políticos la prostituyen y la alejan del ciudadano.
La conclusión después del drama catalán, es dura pero certera: El actual sistema, que es cualquier cosa menos democrático, te impide participar o influir como ciudadano, te obliga a comulgar con ruedas de molino, a soportar iniquidades y a financiar con tu dinero canalladas, mafias y políticas perversas.
Francisco Rubiales
Las violaciones a la Constitución y a los derechos humanos han sido escandalosos y numerosos en la Cataluña nacionalista, como también han sido inmensa la corrupción y numerosos los desacatos y la burla a las leyes sin que, durante décadas, los gobernantes españoles hayan movido un dedo. Es más, los políticos, que estaban obligados a defender a las victimas del abuso catalán y a hacer cumplir la ley, no sólo cerraron los ojos ante los abusos y opresiones, sino que pactaron y llenaron de poder, privilegios y concesiones a los canallas, a cambio de sus votos para permanecer en el poder.
La historia de Cataluña ha sido una inmensa ciénaga que demuestra la escasa calidad de la democracia y la tremenda ausencia de ética y decencia en la política española.
La vileza que la política española ha demostrado en Cataluña ha alcanzado niveles de vómito, aunque muchos ciudadanos sean incapaces de percibir ese desastre ahora, cuando están bañados en la euforia que produce el desmoronamiento del independentismo más indecente que se ha creado en Europa desde el aniquilamiento nazi.
Los gobernantes, elegidos no para que gobiernen, sino para que solucionen los problemas, no cumplen con su misión básica en democracia.
Ese sistema que en Cataluña se ha llenado de oprobio tiene muchas cuentas abiertas con la decencia y la dignidad y sigue marginando y acosando a los ciudadanos con prácticas que no tienen cabida en democracia. Una de ellas es obligar a los ciudadanos a que financien con sus impuestos a partidos políticos cuyos postulados repugnan. Otra es soportar por la fuerza, sólo porque los políticos quieren, un Estado irracional e imposible de financiar, que tiene más políticos a sueldo que Francia, Alemania e Inglaterra juntos. Otro abuso, impuesto contra la voluntad popular, es tener que aceptar un sistema autonómico que, como ha quedado demostrado, genera divisiones, diferencias, corrupción, desigualdad, ruptura y despilfarro.
El drama de Cataluña nos ha hecho ver más claro que el sistema español es perverso, abusivo y antidemocrático, sobre todo en todo lo que se refiere a la esencia de la democracia, que es la relación entre la ciudadanía y el poder. Ninguna democracia decente debería admitir, sin reaccionar con dimisiones y cambios profundos, que en las encuestas los ciudadanos señalen a los políticos como uno de los grandes problemas del país y que la democracia, año tras año, pierda prestigio y adhesiones, siempre por la misma causa: porque los políticos la prostituyen y la alejan del ciudadano.
La conclusión después del drama catalán, es dura pero certera: El actual sistema, que es cualquier cosa menos democrático, te impide participar o influir como ciudadano, te obliga a comulgar con ruedas de molino, a soportar iniquidades y a financiar con tu dinero canalladas, mafias y políticas perversas.
Francisco Rubiales