Hablas con ellos en privado y te dicen que el partido está desquiciado, que la militancia en pleno está en contra del Estatuto catalán, que el Estado está en peligro, pero después guardan silencio en público y votan en el Congreso a favor de aceptar a trámite un Estatuto que no sólo es anticonstitucional, sino que también es contrario a la ideología básica del socialismo español.
Aunque las estadísticas digan que más de la mitad del PSOE rechaza el Estatuto catalán, ni la sociedad, ni la democracia perciben ese rechazo. Lo único que emana del socialismo español en estos días difíciles es un prudente silencio y una actitud sometida a las élites, a la que llaman "disciplina", porque saben que ir contra los dirigentes del partido significa caer en desgracia y poner en peligro la carrera política, la mayor de las tentaciones.
Para justificar ese silencio cobarde dicen que los trapos sucios se lavan en casa, pero uno no sabe si de verdad se trata de prudencia o de miedo.
Es cierto que la mayoría de los militantes socialistas padecen en estos días auténticas crisis de conciencia ideológica como consecuencia de las decisiones y políticas del gobierno Zapatero. También es cierto que muchos de ellos han demostrado en el pasado poseer una alta y valiosa dosis de principios y de honradez ideológica. Sin embargo, algo terrible ha debido ocurrir en su ideario para que se imponga “el silencio de los corderos” al ejercicio libre de su inalienable derecho a disentir en público, a defender sus principios.
Muchos de ellos afirman que están en contra de las reformas de los estatutos autonómicos y dicen que detrás de esas reformas sólo existe el ansia de acumular más poder y competencias. También difieren en masa de la debilidad general que proyecta el gobierno, de la poco exigente negociación con ETA, del comportamiento general del Partido Socialista de Cataluña, de la política exterior, de la proyectada reforma laboral, diseñada, según dicen, para beneficio de la patronal, de la política de ceder siempre ante los colectivos que protestan: astilleros, transportistas, pescadores, y pronto los agricultores, y de limitar la publicidad en la televisión pública para beneficiar a las cadenas privadas.
Pero la única "discrepancia" que se percibe es el silencio cobarde.
El mismo comportamiento de sometimiento a las élites se observa en el Parlamento, una institución que en democracia debe ser el templo de la libre voz del pueblo, cuyos miembros, sometidos a una férrea disciplina interna, sólo hablan cuando se lo permite el jefe de filas y son conscientes de que si opinaran en contra de la línea oficial, aunque las críticas respondieran a lo que les dicta la conciencia, estarían perdidos, porque no figurarán en las próximas listas electorales y sus carreras estarían arruinadas.
Mi amigo Luis, que ha sido alto cargo socialista en la Junta de Andalucía y que ahora es un serio militante de su agrupación, me confiesa que "El mayor problema del socialismo español e, incluso, de toda la izquierda europea es que a la hora de elegir entre la ideología y el coche oficial, siempre elegimos el coche".
Los auténticos socialistas tienen ahora y tendrán en los próximos meses muchas oportunidades para discrepar y demostrar que siguen existiendo las ideas y los principios en su programa.
Veremos qué pesa más en la balanza, el coche o la honradez ideológica.
Aunque las estadísticas digan que más de la mitad del PSOE rechaza el Estatuto catalán, ni la sociedad, ni la democracia perciben ese rechazo. Lo único que emana del socialismo español en estos días difíciles es un prudente silencio y una actitud sometida a las élites, a la que llaman "disciplina", porque saben que ir contra los dirigentes del partido significa caer en desgracia y poner en peligro la carrera política, la mayor de las tentaciones.
Para justificar ese silencio cobarde dicen que los trapos sucios se lavan en casa, pero uno no sabe si de verdad se trata de prudencia o de miedo.
Es cierto que la mayoría de los militantes socialistas padecen en estos días auténticas crisis de conciencia ideológica como consecuencia de las decisiones y políticas del gobierno Zapatero. También es cierto que muchos de ellos han demostrado en el pasado poseer una alta y valiosa dosis de principios y de honradez ideológica. Sin embargo, algo terrible ha debido ocurrir en su ideario para que se imponga “el silencio de los corderos” al ejercicio libre de su inalienable derecho a disentir en público, a defender sus principios.
Muchos de ellos afirman que están en contra de las reformas de los estatutos autonómicos y dicen que detrás de esas reformas sólo existe el ansia de acumular más poder y competencias. También difieren en masa de la debilidad general que proyecta el gobierno, de la poco exigente negociación con ETA, del comportamiento general del Partido Socialista de Cataluña, de la política exterior, de la proyectada reforma laboral, diseñada, según dicen, para beneficio de la patronal, de la política de ceder siempre ante los colectivos que protestan: astilleros, transportistas, pescadores, y pronto los agricultores, y de limitar la publicidad en la televisión pública para beneficiar a las cadenas privadas.
Pero la única "discrepancia" que se percibe es el silencio cobarde.
El mismo comportamiento de sometimiento a las élites se observa en el Parlamento, una institución que en democracia debe ser el templo de la libre voz del pueblo, cuyos miembros, sometidos a una férrea disciplina interna, sólo hablan cuando se lo permite el jefe de filas y son conscientes de que si opinaran en contra de la línea oficial, aunque las críticas respondieran a lo que les dicta la conciencia, estarían perdidos, porque no figurarán en las próximas listas electorales y sus carreras estarían arruinadas.
Mi amigo Luis, que ha sido alto cargo socialista en la Junta de Andalucía y que ahora es un serio militante de su agrupación, me confiesa que "El mayor problema del socialismo español e, incluso, de toda la izquierda europea es que a la hora de elegir entre la ideología y el coche oficial, siempre elegimos el coche".
Los auténticos socialistas tienen ahora y tendrán en los próximos meses muchas oportunidades para discrepar y demostrar que siguen existiendo las ideas y los principios en su programa.
Veremos qué pesa más en la balanza, el coche o la honradez ideológica.