Ya domina la Fiscalía y la Abogacía del Estado y ahora va a por los jueces y magistrados. Sánchez parece desear para él todo el poder, sin límites democráticos
No respalda ni respeta la reciente sentencia del Tribunal Constitucional que declara ilegal su "Estado de Alarma" porque las medidas adoptadas fueron demasiado lejos y requerían un "Estado de Excepción". El gobierno de Sánchez, ante esa sentencia, ha reaccionado con soberbia, ira y desprecio, una actitud chulesca incompatible con la democracia y la decencia.
En el espíritu de la sentencia flota el criterio de que Sánchez eligió el "Estado de Alarma" en lugar del de "Excepción" para librarse de lo que más estorba a los tiranos: el control parlamentario.
Los españoles, ante el enfrentamiento de Pedro Sánchez con la Justicia, a la que no tolera que le ponga obstáculos a su dictado, empiezan a comprender todo el peligro que encierra el sanchismo, que es lo más parecido a una tiranía instalada en el corazón de Europa y de Occidente, que no entiende lo que es la democracia ni la libertad y que pugna continuamente por recortar libertades y derechos, al mismo tiempo que incrementa, por todos los medios posibles, el poder del Estado, que Sánchez controla con mano de hierro.
Muchos piensan que tenemos en la Moncloa una especie de Calígula enloquecido que no puede entender que en el Estado interactúan diferentes poderes para evitar, precisamente, lo que el pretende: la implantación de una tiranía socialcomunista con él a la cabeza, como mando único.
Su cuestionamiento de la Justicia es, hasta ahora, el rasgo más grave, sorprendente y revelador de la tiranía sanchista, inexplicablemente respaldada por el PSOE, un partido que ha cambiado de piel y se ha transformado en venenoso.
Por fortuna, España es un país que conserva, en lo profundo de su alma, un concepto férreo de la libertad, como ha quedado demostrado en diversos momentos de su Historia, aunque muchas veces parezca que esa dignidad frente al abuso haya desaparecido. Cada avance de Sánchez hacia el modelo tiránico de gobierno provoca miles de deserciones en sus partidarios y en la gente española digna y decente, que se pasan con armas y bagajes, al antisanchismo militante, donde cada vez hay más españoles dispuestos a cerrarle el paso al mentiroso de la Moncloa.
Muchos ciudadanos creen que todavía no hemos visto lo peor del sanchismo y están temiendo pasos bochornosos y delictivos hacia episodios como la manipulación de las elecciones y el asalto final para someter al Poder Judicial.
La condena a los golpistas catalanes por el Supremo ya ha sido neutralizada por el sanchismo con los indultos. La condena del Tribunal de Cuentas a los activistas indepedentistas a que respondan con su patrimonio de los fondos públicos malversados está siendo burlada por la Generalitat, que pagará esas multas con dinero de nuestros impuestos, con el silencio cómplice del gobierno de Sánchez. El asalto al poder judicial, que ya fue criticado por Europa, no ha cesado y sólo está dormido, en espera de tiempos propicios. Y, finalmente, el desacuerdo y crítica a la reciente sentencia del Tribunal Constitucional, que declara ilegal su "Estado de Alarma", está siendo vapuleada por el poder Ejecutivo, saltándose lo que constituye el corazón de la democracia, que es el respeto a la independencia de los distintos poderes del Estado, en esta caso a los jueces y magistrados.
La sospecha de que Sánchez es un Calígula agazapado, capaz de matar la democracia de un zarpazo, crece cada día y provoca preocupación, miedo y rabia en millones de españoles, cada día más decididos a frenar las locuras de la Moncloa y del sanchismo.
Francisco Rubiales
En el espíritu de la sentencia flota el criterio de que Sánchez eligió el "Estado de Alarma" en lugar del de "Excepción" para librarse de lo que más estorba a los tiranos: el control parlamentario.
Los españoles, ante el enfrentamiento de Pedro Sánchez con la Justicia, a la que no tolera que le ponga obstáculos a su dictado, empiezan a comprender todo el peligro que encierra el sanchismo, que es lo más parecido a una tiranía instalada en el corazón de Europa y de Occidente, que no entiende lo que es la democracia ni la libertad y que pugna continuamente por recortar libertades y derechos, al mismo tiempo que incrementa, por todos los medios posibles, el poder del Estado, que Sánchez controla con mano de hierro.
Muchos piensan que tenemos en la Moncloa una especie de Calígula enloquecido que no puede entender que en el Estado interactúan diferentes poderes para evitar, precisamente, lo que el pretende: la implantación de una tiranía socialcomunista con él a la cabeza, como mando único.
Su cuestionamiento de la Justicia es, hasta ahora, el rasgo más grave, sorprendente y revelador de la tiranía sanchista, inexplicablemente respaldada por el PSOE, un partido que ha cambiado de piel y se ha transformado en venenoso.
Por fortuna, España es un país que conserva, en lo profundo de su alma, un concepto férreo de la libertad, como ha quedado demostrado en diversos momentos de su Historia, aunque muchas veces parezca que esa dignidad frente al abuso haya desaparecido. Cada avance de Sánchez hacia el modelo tiránico de gobierno provoca miles de deserciones en sus partidarios y en la gente española digna y decente, que se pasan con armas y bagajes, al antisanchismo militante, donde cada vez hay más españoles dispuestos a cerrarle el paso al mentiroso de la Moncloa.
Muchos ciudadanos creen que todavía no hemos visto lo peor del sanchismo y están temiendo pasos bochornosos y delictivos hacia episodios como la manipulación de las elecciones y el asalto final para someter al Poder Judicial.
La condena a los golpistas catalanes por el Supremo ya ha sido neutralizada por el sanchismo con los indultos. La condena del Tribunal de Cuentas a los activistas indepedentistas a que respondan con su patrimonio de los fondos públicos malversados está siendo burlada por la Generalitat, que pagará esas multas con dinero de nuestros impuestos, con el silencio cómplice del gobierno de Sánchez. El asalto al poder judicial, que ya fue criticado por Europa, no ha cesado y sólo está dormido, en espera de tiempos propicios. Y, finalmente, el desacuerdo y crítica a la reciente sentencia del Tribunal Constitucional, que declara ilegal su "Estado de Alarma", está siendo vapuleada por el poder Ejecutivo, saltándose lo que constituye el corazón de la democracia, que es el respeto a la independencia de los distintos poderes del Estado, en esta caso a los jueces y magistrados.
La sospecha de que Sánchez es un Calígula agazapado, capaz de matar la democracia de un zarpazo, crece cada día y provoca preocupación, miedo y rabia en millones de españoles, cada día más decididos a frenar las locuras de la Moncloa y del sanchismo.
Francisco Rubiales