Los estrategas y escenógrafos de Zapatero, los mismos que diseñan sus mítines, están preparando ya el escenario desde el que Su Majestad el Rey Juan Carlos se dirigirá este año a los españoles para interpretar un papel que, con seguridad plena, tiene que ser ridículo y penoso porque nuestro monarca no se atreverá a salirse del guión para decir la verdad e intentará edulcorar la tragedia de España con paños calientes, omisiones y medias verdades.
¿Tendrá la valentía de decirnos que el fin de la crisis no está próximo, como afirma el gobierno mentiroso? ¿Se atreverá a decirnos que el número real de parados es ya superior a cinco millones y que para el año próximo se esperan más de seis? ¿nos dirá que la media de desahucios al año supera ya los 200.000 y que el año próximo ese número se elevará considerablemente? ¿Reconocerá que hay 800.000 familias españolas que no mueren de hambre sólo porque las socorre Cáritas? ¿Reconocerá ante los ciudadanos, que son los verdaderos "soberanos" del sistema democrático, el auténtico alcance de la corrupción pública en España? ¿Revelará la verdad sobre el 11 M? ¿Nos hablará de los acuerdos secretos del actual gobierno con su "primo", el sultán de Rabat? ¿Nos dirá, como es su deber, que el gobierno miente a los ciudadanos habitualmente? ¿Reconocerá el grado de deterioro real de la economía española? ¿Nos mostrará su oculta preocupación por la pérdida de fe y confianza de los ciudadanos en sus instituciones, en la Justicia, en el Parlamento, en el gobierno, el las fuerzas del orden, en el liderazgo, en la misma democracia y hasta en la Monarquía que él representa? ¿Se atreverá a decirnos que el país está tan deteriorado que quizás ya no tenga arreglo y que, seguramente, habrá que empezar a construir de nuevo su estructura política, social y territorial?
Pensándolo bien, si quiere evitar revueltas y conservar sus privilegios, quizás sea mejor que pronuncie el discurso anodino de todas las navidades y que oculte y disfrace la verdad sobre el deterioro de España. Sin embargo, si lo hace, si oculta al pueblo lo que debería saber y le corresponde saber en democracia, ¡Que Dios se apiade de su alma!
¿Tendrá la valentía de decirnos que el fin de la crisis no está próximo, como afirma el gobierno mentiroso? ¿Se atreverá a decirnos que el número real de parados es ya superior a cinco millones y que para el año próximo se esperan más de seis? ¿nos dirá que la media de desahucios al año supera ya los 200.000 y que el año próximo ese número se elevará considerablemente? ¿Reconocerá que hay 800.000 familias españolas que no mueren de hambre sólo porque las socorre Cáritas? ¿Reconocerá ante los ciudadanos, que son los verdaderos "soberanos" del sistema democrático, el auténtico alcance de la corrupción pública en España? ¿Revelará la verdad sobre el 11 M? ¿Nos hablará de los acuerdos secretos del actual gobierno con su "primo", el sultán de Rabat? ¿Nos dirá, como es su deber, que el gobierno miente a los ciudadanos habitualmente? ¿Reconocerá el grado de deterioro real de la economía española? ¿Nos mostrará su oculta preocupación por la pérdida de fe y confianza de los ciudadanos en sus instituciones, en la Justicia, en el Parlamento, en el gobierno, el las fuerzas del orden, en el liderazgo, en la misma democracia y hasta en la Monarquía que él representa? ¿Se atreverá a decirnos que el país está tan deteriorado que quizás ya no tenga arreglo y que, seguramente, habrá que empezar a construir de nuevo su estructura política, social y territorial?
Pensándolo bien, si quiere evitar revueltas y conservar sus privilegios, quizás sea mejor que pronuncie el discurso anodino de todas las navidades y que oculte y disfrace la verdad sobre el deterioro de España. Sin embargo, si lo hace, si oculta al pueblo lo que debería saber y le corresponde saber en democracia, ¡Que Dios se apiade de su alma!
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