La injusticia, la corrupción, la ineficacia y la baja calidad de la democracia española tienen su origen y causa principal en el lamentable y deficiente perfil humano, profesional y ético de los políticos españoles. La gente se sorprende de que la política española sea un bodrio, pero si se contemplan y analizan a los políticos y sus perfiles, todo cuadra y parece lógico. Es imposble que gente sin formación, sin sentido del esfuerzo, sin solvencia ética y sin conocimiento de la sociedad pueda gobernar con garantías.
Aunque hay algunos con altura y solvencia, el político medio, en la cloaca española, es una persona sin escrúpulos, con alta capacidad de comunicar, habituado a mentir, a tener desparpajo, desconocedor de la democracia y capaz de despreciar ese sistema en su realidad interior. Con ese perfil, si además se carece de orgullo y de honor y si se es capaz de someterse al líder, aunque carezca de razón, pensando siempre en que hay que subir y hacer carrera, existen muchas posibilidades de triunfar en la política española.
El aspirante a político sabe que militar en un partido político equivale en España a adquirir blindaje en la vida y a disponer de cierta dosis de impunidad. Fuera de la política, robar una gallina o un jamón porque tus hijos tienen hambre suele costar años de cárcel, mientras que en la política no es difícil incrementar el patrimonio con chanchullos, comisiones y corruptelas sin que nadie te pregunte por ese abundante dinero.
A pesar de que a los políticos españoles se les exigen menos conocimientos y títulos que a una secretaria o a un camarero, muchos políticos falsifican sus expedientes académicos y cirricula para exhibir méritos de los que carecen. Los partidos son territorios dominados por mediocres y poblados por mediocres sometidos, donde los inteligentes y reflexivos son considerados un peligro.
Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía, es un claro ejemplo de vocación política exitosa "a la española". Ha tardado diez años en aprobar Derecho y no ha conocido otra actividad importante en su vida que la de hacer carrera en su partido, algo a lo que los políticos llaman, pomposa y falsamente, "servicio público".
El político español suele tener una profunda confusión ética. Entiende la lealtad como omertá y silencio cómplice y la fidelidad como sometimiento al líder. La libertad debe sustituirse por la humildad y la sumisión frente al que manda y la "disciplina" sustituyen siempre a la libertad. Para ser un buen militante con futuro debes pensar antes en el bien del partido que en el bien común y comprender que, como en la mafia, "todos dependemos de todos y participamos del mismo destino". Para subir como la espuma solo te falta ya un principio: "los trapos sucios se lavan dentro de casa", lo que equivale a nunca criticar al partido ni a los compañeros, aunque estos sean unos chorizos impresentables.
Con ese bagaje terorifico, un militante sube y puede alcanzar muy rápido las mas altas responsabilidades del Estado. Cuando llega a esos puestos de alta responsabilidad, cansado de sometimiento e hipocresía, es cualquier cosa menos un demócrata y suele pensar que le ha llegado la hora de recoger la "cosecha" de sus sufrimientos y humillaciones como esclavo de otros, pegador de carteles, cómplice silenciosos de la corrupción y vocero de la mentira.
"Cocinados" en ese caldo mediocre y casi mafioso de los partidos, donde el debate está tan ausente como la libertad de pensamiento y la verdad, algunos políticos se tornan cretinos o cínicos, creyendo que los sobresueldos son el justo premio a sus desvelos y que el enriquecimiento ilícito de algunos compañeros es una forma de compensar sus escasos ingresos oficiales. He conocido a muchos que reniegan de la prensa y la acusan de generalizar injustamente acusando de "corruptos" a todos los políticos, cuando muchos están limpios, a los que siempre les respondo que cuando uno guarda silencio y no denuncia públicamente el delito y la corrupción que florece en su entorno, entre sus compañeros, se convierte en cómplice y puede ser llamado "corrupto".
Con esa cultura, suben y prosperan los perros mas fieles, nunca los mas valiosos y suelen tomar decisiones sobre economía los que no conocen las privaciones, los que nunca han sido empresarios y aquellos que han ido arrastrándose en las escuelas e institutos, sin esfuerzo, aprobando las asignaturas por lástima. Desde ese panorama, se miente sin pestañear, se nombran jueces y magistrados sin ni siquiera sospechar que se viola la democracia, se apoya la estafa masiva a los ahorradores con las participaciones preferentes y se cierran los ojos ante los "compañeros" y "aliados" que han saqueado las cajas de ahorro. Con ese pavoroso bagaje, te preguntan el precio de un café y dices que no lo sabes o te sorprendes de que existan en las calles el hambre y el dolor, males terribles que el partido protector ni siquiera le permite vislumbrar.
Es como si los curas regentaran prostíbulos, los vendedores de coches usados fueran presidiarios, los profesores de inglés nunca hubieran hablado ese idioma ni visitado Inglaterra y los de arte nunca hubieran ido a Roma, París o Berlín. España, bajo la partitocracia antidemocrática y repugnante que manda y gobierna es todo un despropósito cuyo resultado es la inmensa mediocridad moral, profesional y política que ha infectado y domina el poder en España.
El ciudadano no cuenta. Saben que cuando los borregos van a votar resulta sumamente fácil engañarlos.
Aunque hay algunos con altura y solvencia, el político medio, en la cloaca española, es una persona sin escrúpulos, con alta capacidad de comunicar, habituado a mentir, a tener desparpajo, desconocedor de la democracia y capaz de despreciar ese sistema en su realidad interior. Con ese perfil, si además se carece de orgullo y de honor y si se es capaz de someterse al líder, aunque carezca de razón, pensando siempre en que hay que subir y hacer carrera, existen muchas posibilidades de triunfar en la política española.
El aspirante a político sabe que militar en un partido político equivale en España a adquirir blindaje en la vida y a disponer de cierta dosis de impunidad. Fuera de la política, robar una gallina o un jamón porque tus hijos tienen hambre suele costar años de cárcel, mientras que en la política no es difícil incrementar el patrimonio con chanchullos, comisiones y corruptelas sin que nadie te pregunte por ese abundante dinero.
A pesar de que a los políticos españoles se les exigen menos conocimientos y títulos que a una secretaria o a un camarero, muchos políticos falsifican sus expedientes académicos y cirricula para exhibir méritos de los que carecen. Los partidos son territorios dominados por mediocres y poblados por mediocres sometidos, donde los inteligentes y reflexivos son considerados un peligro.
Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía, es un claro ejemplo de vocación política exitosa "a la española". Ha tardado diez años en aprobar Derecho y no ha conocido otra actividad importante en su vida que la de hacer carrera en su partido, algo a lo que los políticos llaman, pomposa y falsamente, "servicio público".
El político español suele tener una profunda confusión ética. Entiende la lealtad como omertá y silencio cómplice y la fidelidad como sometimiento al líder. La libertad debe sustituirse por la humildad y la sumisión frente al que manda y la "disciplina" sustituyen siempre a la libertad. Para ser un buen militante con futuro debes pensar antes en el bien del partido que en el bien común y comprender que, como en la mafia, "todos dependemos de todos y participamos del mismo destino". Para subir como la espuma solo te falta ya un principio: "los trapos sucios se lavan dentro de casa", lo que equivale a nunca criticar al partido ni a los compañeros, aunque estos sean unos chorizos impresentables.
Con ese bagaje terorifico, un militante sube y puede alcanzar muy rápido las mas altas responsabilidades del Estado. Cuando llega a esos puestos de alta responsabilidad, cansado de sometimiento e hipocresía, es cualquier cosa menos un demócrata y suele pensar que le ha llegado la hora de recoger la "cosecha" de sus sufrimientos y humillaciones como esclavo de otros, pegador de carteles, cómplice silenciosos de la corrupción y vocero de la mentira.
"Cocinados" en ese caldo mediocre y casi mafioso de los partidos, donde el debate está tan ausente como la libertad de pensamiento y la verdad, algunos políticos se tornan cretinos o cínicos, creyendo que los sobresueldos son el justo premio a sus desvelos y que el enriquecimiento ilícito de algunos compañeros es una forma de compensar sus escasos ingresos oficiales. He conocido a muchos que reniegan de la prensa y la acusan de generalizar injustamente acusando de "corruptos" a todos los políticos, cuando muchos están limpios, a los que siempre les respondo que cuando uno guarda silencio y no denuncia públicamente el delito y la corrupción que florece en su entorno, entre sus compañeros, se convierte en cómplice y puede ser llamado "corrupto".
Con esa cultura, suben y prosperan los perros mas fieles, nunca los mas valiosos y suelen tomar decisiones sobre economía los que no conocen las privaciones, los que nunca han sido empresarios y aquellos que han ido arrastrándose en las escuelas e institutos, sin esfuerzo, aprobando las asignaturas por lástima. Desde ese panorama, se miente sin pestañear, se nombran jueces y magistrados sin ni siquiera sospechar que se viola la democracia, se apoya la estafa masiva a los ahorradores con las participaciones preferentes y se cierran los ojos ante los "compañeros" y "aliados" que han saqueado las cajas de ahorro. Con ese pavoroso bagaje, te preguntan el precio de un café y dices que no lo sabes o te sorprendes de que existan en las calles el hambre y el dolor, males terribles que el partido protector ni siquiera le permite vislumbrar.
Es como si los curas regentaran prostíbulos, los vendedores de coches usados fueran presidiarios, los profesores de inglés nunca hubieran hablado ese idioma ni visitado Inglaterra y los de arte nunca hubieran ido a Roma, París o Berlín. España, bajo la partitocracia antidemocrática y repugnante que manda y gobierna es todo un despropósito cuyo resultado es la inmensa mediocridad moral, profesional y política que ha infectado y domina el poder en España.
El ciudadano no cuenta. Saben que cuando los borregos van a votar resulta sumamente fácil engañarlos.