Convertirse en un partido radical está siendo la tumba de Podemos porque limita sus apoyos al reducido mercado de los ambiciosos sin control, desesperados, marginados e indignados sin esperanza. El tufo comunista, el radicalismo y el activismo duro espanta a la gente normal, a los demócratas y a los indignados moderados, que son mayoría. El camino que ha elegido Pablo Iglesias tiene un techo del 20 por ciento, siempre difícil de alcanzar porque esa clientela se reparte y alimenta también la abstención y otros votos de protesta. Con solo esos apoyos, es casi imposible alcanzar la Moncloa.
La clientela de Podemos es, además, efímera porque depende mucho de la situación económica. A medida que va mejorando la economía, los clientes de Podemos merman.
El gran error de Pablo Iglesias y su equipo ha sido dejar que se marchen sus amplios apoyos iniciales, cuando el nuevo partido era capaz de seducir a profesionales, pequeños empresarios y amplias capas de la castigada clase media española, muy influyente en la sociedad. Al perder esos apoyos, por haberse abrazado al radicalismo y al comunismo, sobre todo después del equivocado pacto con Izquierda Unida, que según los resultados electorales no le ha aportado ni un solo voto, Podemos ha limitado seriamente su alcance y ha quedado reducido a un partido que sólo pesca en las aguas revueltas de la izquierda radical, poco o nada democrática.
Si Podemos hubiera mantenido sus rasgos universales y centristas iniciales, hoy estaría ya gobernando.
Después existe otro problema: muchos de los que se inscriben en Podemos lo hacen esperando un puesto en la política o resultados concretos inmediatos que mejoren su vida. La mayoría son precarios que se consideran merecedores de mucho más en el duro y desigual reparto de la riqueza española, gente que si no consigue pronto sus objetivos tiende a desertar.
Por último, la imagen pública de Podemos se está deteriorando a gran velocidad, casi con la misma velocidad que construyó su popularidad como partido de jóvenes indignados cargados de razón. Sus coqueteos con la corrupción y sus caídas en el amiguismo y el nepotismo le pasan una dura factura, mientras que el poderoso apoyo que le prestaron algunas cadenas de televisión, lógicamente, decae.
El acoso y derribo del bipartidismo era posible en tiempos de crisis y aprovechando la ola de indignación y descontento que atravesaba a España desde 2010 en adelante, alimentada por la crisis y por la decepción ante el mal gobierno y el abuso de poder, pero los dos grandes partidos están aprendiendo a navegar en esas aguas y empiezan a rehacerse. Si el PSOE logra liberarse del terrible estigma y del lamentable estilo que les impusieron tipos sin valor como Zapatero y Pedro Sánchez, muchos de los clientes de Podemos volverán a votar socialista.
La estrategia correcta de Podemos sería la de convertirse en un partido más abierto a corrientes de centro izquierda y asumir el reto de la regeneración de España, siempre dentro de la democracia. Sólo de ese modo podría capitalizar la enorme fuerza del descontento, la indignación, la protesta y el deseo de resurgir en España.
Francisco Rubiales
La clientela de Podemos es, además, efímera porque depende mucho de la situación económica. A medida que va mejorando la economía, los clientes de Podemos merman.
El gran error de Pablo Iglesias y su equipo ha sido dejar que se marchen sus amplios apoyos iniciales, cuando el nuevo partido era capaz de seducir a profesionales, pequeños empresarios y amplias capas de la castigada clase media española, muy influyente en la sociedad. Al perder esos apoyos, por haberse abrazado al radicalismo y al comunismo, sobre todo después del equivocado pacto con Izquierda Unida, que según los resultados electorales no le ha aportado ni un solo voto, Podemos ha limitado seriamente su alcance y ha quedado reducido a un partido que sólo pesca en las aguas revueltas de la izquierda radical, poco o nada democrática.
Si Podemos hubiera mantenido sus rasgos universales y centristas iniciales, hoy estaría ya gobernando.
Después existe otro problema: muchos de los que se inscriben en Podemos lo hacen esperando un puesto en la política o resultados concretos inmediatos que mejoren su vida. La mayoría son precarios que se consideran merecedores de mucho más en el duro y desigual reparto de la riqueza española, gente que si no consigue pronto sus objetivos tiende a desertar.
Por último, la imagen pública de Podemos se está deteriorando a gran velocidad, casi con la misma velocidad que construyó su popularidad como partido de jóvenes indignados cargados de razón. Sus coqueteos con la corrupción y sus caídas en el amiguismo y el nepotismo le pasan una dura factura, mientras que el poderoso apoyo que le prestaron algunas cadenas de televisión, lógicamente, decae.
El acoso y derribo del bipartidismo era posible en tiempos de crisis y aprovechando la ola de indignación y descontento que atravesaba a España desde 2010 en adelante, alimentada por la crisis y por la decepción ante el mal gobierno y el abuso de poder, pero los dos grandes partidos están aprendiendo a navegar en esas aguas y empiezan a rehacerse. Si el PSOE logra liberarse del terrible estigma y del lamentable estilo que les impusieron tipos sin valor como Zapatero y Pedro Sánchez, muchos de los clientes de Podemos volverán a votar socialista.
La estrategia correcta de Podemos sería la de convertirse en un partido más abierto a corrientes de centro izquierda y asumir el reto de la regeneración de España, siempre dentro de la democracia. Sólo de ese modo podría capitalizar la enorme fuerza del descontento, la indignación, la protesta y el deseo de resurgir en España.
Francisco Rubiales