El hundimiento del catolicismo tiene reflejo claro en la política. El PSOE dice que quitará bienes a la Iglesia católica si gana las elecciones. Ciudadanos quiere que la religión, como se enseña hoy, salga de las aulas. Podemos está a favor de una ley por la muerte digna y muy lejos de la Iglesia española. Es evidente que la Iglesia se juega mucho en las próximas elecciones del 20 de diciembre, de la que podría salir con su poder e influencia muy mermados.
Si la sociedad española estuviera próxima a la Iglesia, los partidos políticos no se atreverían a arremeter contra ella, pero el alejamiento de la sociedad de la religión es cada día mas visible y profundo. Ni siquiera siete de cada diez personas se declaran católicos y menos del 20 por ciento de la población es seriamente practicante. Y para colmo, los bautismos han caído un 21% desde 2007. Por primera vez en los sondeos, menos de la mitad de los españoles afirman que no van a misa nunca o casi nunca.
En el ámbito de las bodas, según los datos de la Estadística de Movimientos de Población del INE, la caida también es enorme. Hace tan sólo quince años, siete de cada diez bodas se celebraban según el ritual católico, pero en 2013, sólo 3 de cada diez se celebraron en una Iglesia.
Si bien la mayoría de los españoles sigue declarándose católica, no ocurre lo mismo con la participación en las misas. En 2007, siempre de acuerdo con los datos del Barómetro del CIS, ocurrió un cambio clave: ese fue el primer año en el que más del mitad de los españoles declaraba que iba a misa "nunca o casi nunca".
¿Que está ocurriendo?
Es evidente que la Iglesia no ha sabido adaptarse a los tiempos modernos para evangelizar, ni ha sido ejemplar, ni ha incorporado a su lenguaje y agenda los grandes dramas del siglo XXI, como la corrupción, el desprestigio de los políticos, la indefensión de los débiles, la inexistencia de justicia en la Tierra y otras vengüenzas, ante las que la Iglesia elude comprometerse con fuerza amparada en aquello de "A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del Cesar", como si el desamparo y la esclavitud fueran cosas exclusivas del César y no de Dios y sus seguidores. Pecados como el de la pederastia y las muchas traiciones a la castidad de miles de clérigos han hecho a la Iglesia un daño inmenso porque el pueblo les exigía ejemplaridad y en la jerarquía ha encontrado suciedad.
El acoso de la política a la Iglesia se incrementa ante su debilidad. El Estado ve ahora la oportunidad de debilitar o neutralizar un poder que no controla y que tiene todavía una enorme influencia sobre la sociedad. Los ataques a la Iglesia no habrían tenido efectos negativos si la Iglesia hubiera estado fuerte y hubiera contado con el apoyo de los fieles, pero la arremetida anticlerical y laicista de los políticos ha pillado a la Iglesia débil y poco conectada con la sociedad.
La situación es preocupante porque el alejamiento de los ciudadanos es una tendencia sólida que a la Iglesia le va a costar mucho cambiar. Los muchos esfuerzos de comunidades de vanguardia, la recuperación de la pastoral entre los jóvenes y actuaciones ejemplares de la Iglesia como la de Cáritas en el socorro a los desamparados parece que no tienen la fuerza suficiente para recuperar el pulso.
La Iglesia, como los políticos y sus partidos, necesita una regeneración que implique una mayor presencia en la sociedad, una mayor implicación en los debates y problemas de los ciudadanos y, por encima de todo, una actitud ejemplar en los sacerdotes y obispos, a los que el pueblo les exige que sean fieles a la doctrina que predican y que exhiban comportamientos modélicos.
Si la sociedad española estuviera próxima a la Iglesia, los partidos políticos no se atreverían a arremeter contra ella, pero el alejamiento de la sociedad de la religión es cada día mas visible y profundo. Ni siquiera siete de cada diez personas se declaran católicos y menos del 20 por ciento de la población es seriamente practicante. Y para colmo, los bautismos han caído un 21% desde 2007. Por primera vez en los sondeos, menos de la mitad de los españoles afirman que no van a misa nunca o casi nunca.
En el ámbito de las bodas, según los datos de la Estadística de Movimientos de Población del INE, la caida también es enorme. Hace tan sólo quince años, siete de cada diez bodas se celebraban según el ritual católico, pero en 2013, sólo 3 de cada diez se celebraron en una Iglesia.
Si bien la mayoría de los españoles sigue declarándose católica, no ocurre lo mismo con la participación en las misas. En 2007, siempre de acuerdo con los datos del Barómetro del CIS, ocurrió un cambio clave: ese fue el primer año en el que más del mitad de los españoles declaraba que iba a misa "nunca o casi nunca".
¿Que está ocurriendo?
Es evidente que la Iglesia no ha sabido adaptarse a los tiempos modernos para evangelizar, ni ha sido ejemplar, ni ha incorporado a su lenguaje y agenda los grandes dramas del siglo XXI, como la corrupción, el desprestigio de los políticos, la indefensión de los débiles, la inexistencia de justicia en la Tierra y otras vengüenzas, ante las que la Iglesia elude comprometerse con fuerza amparada en aquello de "A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del Cesar", como si el desamparo y la esclavitud fueran cosas exclusivas del César y no de Dios y sus seguidores. Pecados como el de la pederastia y las muchas traiciones a la castidad de miles de clérigos han hecho a la Iglesia un daño inmenso porque el pueblo les exigía ejemplaridad y en la jerarquía ha encontrado suciedad.
El acoso de la política a la Iglesia se incrementa ante su debilidad. El Estado ve ahora la oportunidad de debilitar o neutralizar un poder que no controla y que tiene todavía una enorme influencia sobre la sociedad. Los ataques a la Iglesia no habrían tenido efectos negativos si la Iglesia hubiera estado fuerte y hubiera contado con el apoyo de los fieles, pero la arremetida anticlerical y laicista de los políticos ha pillado a la Iglesia débil y poco conectada con la sociedad.
La situación es preocupante porque el alejamiento de los ciudadanos es una tendencia sólida que a la Iglesia le va a costar mucho cambiar. Los muchos esfuerzos de comunidades de vanguardia, la recuperación de la pastoral entre los jóvenes y actuaciones ejemplares de la Iglesia como la de Cáritas en el socorro a los desamparados parece que no tienen la fuerza suficiente para recuperar el pulso.
La Iglesia, como los políticos y sus partidos, necesita una regeneración que implique una mayor presencia en la sociedad, una mayor implicación en los debates y problemas de los ciudadanos y, por encima de todo, una actitud ejemplar en los sacerdotes y obispos, a los que el pueblo les exige que sean fieles a la doctrina que predican y que exhiban comportamientos modélicos.