La aprobación en las Cortes de los planes de socorro a la banca, que empeñan más del 15 por ciento de la riqueza española en el rescate del dañado sistema financiero, demuestra que el poder político en España ha alcanzado un poder casi absoluto y que la incipiente democracia española, cuyas dos principales exigencias son el equilibrio entre los distintos poderes y la vigencia de fuertes controles al Ejecutivo para que no se convierta en un poder arbitrario, descontrolado y absoluto, ha sido asesinada y enterrada en silencio.
Han empeñado buena parte de la riqueza de la nación y han garantizado que las próximas generaciones de españoles vivan endeudadas sin ni siquiera consultar a los ciudadanos, los cuales son, en teoría, los soberanos y dueños del sistema democrático. La asurpación del poder popular, la humillación de la voluntad política ciudadana y la degradación de la democracia no pueden llegar ya más lejos en España.
Del sueño democrático español que se inició con la muerte del dictador ya no queda nada porque los partidos políticos, tras haber acumulado un poder aterrador, han dominado el sistema hasta degradarlo, han subyugado al ciudadano, en teoría el soberano de la democracia, y se han convertido en el mayor problema para que la democracia tenga vigencia. Los partidos no sólo son los principales culpables de la muerte del sistema, sino que han emprendido un camino que conduce directamente al exterminio de la ciudadanía libre y a la dictadura.
Nacieron para que se movieran en un espacio equidistante entre el Estado y la ciudadanía, con la misión de canalizar y estimular la participación de los ciudadanos en la política y en los procesos de toma de decisiones, pero los partidos políticos han traicionado su misión original, han abandonado al ciudadano, se han convertido en Estado y han monopolizado el poder con una fuerza y obsesión preocupantes.
Los partidos, sin capacidad para controlar su insaciable ambición de poder, se han profesionalizado y alejado de su misión original, que era necesaria y util para el desarrollo de la democracia, transformándose hoy en el principal obstáculo para que florezcan valores tan imprescindibles en democracia como la igualdad, la cooperación, la participación ciudadana, el debate libre y las libertades de expresión y de crítica.
Los partidos se han convertido en le espina dorsal de la democracia, desplazando a los ciudadanos, que hoy están en el exilio a pesar de que son, en realidad, los soberanos y únicos legitimadores del sistema. Los partidos, de hecho, han asesinado la democracia auténtica al ocupar el lugar reservado a los ciudadanos, convirtiéndose, además, en el principal obstáculo para la regeneración democrática y el necesario retorno de los ciudadanos al sistema.
Pero las "fechorías" realizadas por los partidos dentro del sistema democrático son muchas más: han eliminado todos los controles y cautelas establecidos para evitar precisamente que la democracia e convirtiera en lo que hoy es, una oligocracia de partidos; han ocupado el Estado, dominándolo, sometiéndolo y utilizándolo en provecho propio; han pervertido la esencia del sistema, sustituyendo el servicio al ciudadano desde los poderes públicos por el ansia ilimitada de privilegios y poderes; han ocupado los poderes básicos del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) y liquidado su necesaria independencia, imprescindible en democracia; han arrebatado al ciudadano su derecho a elegir a sus representantes, sagrado en democracia, sustituyéndolos porque son los partidos los que elaboran esas listas cerradas y bloqueadas que el ciudadano no puede alterar y ante las que sólo puede aceptarlas o rechazarlas en bloque; han intentado liquidar la libertad e independencia de los medios de comunicación, controlándolos y sellando alianzas inconfesables con los grupos editoriales, privendo así a la democracia de la imprescindible capacidad de crítica y control del poder a través de la información; han sentido celos de la sociedad civil y la han extrangulado, sin comprender que es un espacio imprescindible para la libertad; han comprado o dominado a grandes instituciones como la universidad, los sindicatos, las religiones, los medios de comunicación y un sinnúmero de fundaciones, instituciones y organismos que, en democracia, deberían funcionar en libertad.
Pero el mayor "pecado" antidemocrático de los partidos políticos ha sido su intrínsica incapacidad para gestionar eficazmente la democracia desde el poder, pruducto de un vicio de origen extremadamente peligroso: los partidos son organizaciones con un funcionamiento interno autoritario, vertical y escasamente libre, en el que el líder siempre tiene razón y donde la libertad y la crítica quedan sustituidas por la sumisión a las élites y la fe ciega en las consignas y órdenes que emanan del partido.
Formados en esa antidemocrática escuela de vida, los dirigentes de esos partidos, cuando conquistan el poder, anteponen los intereses propios al bien común y son incapaces de gestionar la democracia, un sistema que debería funcionar justamente del modo inverso a como funcionan los partidos, con un flujo de influencia y poder que va desde abajo hacia arriba, desde el ciudadano al gobierno, un flujo que ha sido eliminado por unos partidos políticos que se han mostrado incapaces de entender la democracia sin dominio autocrático.
Han empeñado buena parte de la riqueza de la nación y han garantizado que las próximas generaciones de españoles vivan endeudadas sin ni siquiera consultar a los ciudadanos, los cuales son, en teoría, los soberanos y dueños del sistema democrático. La asurpación del poder popular, la humillación de la voluntad política ciudadana y la degradación de la democracia no pueden llegar ya más lejos en España.
Del sueño democrático español que se inició con la muerte del dictador ya no queda nada porque los partidos políticos, tras haber acumulado un poder aterrador, han dominado el sistema hasta degradarlo, han subyugado al ciudadano, en teoría el soberano de la democracia, y se han convertido en el mayor problema para que la democracia tenga vigencia. Los partidos no sólo son los principales culpables de la muerte del sistema, sino que han emprendido un camino que conduce directamente al exterminio de la ciudadanía libre y a la dictadura.
Nacieron para que se movieran en un espacio equidistante entre el Estado y la ciudadanía, con la misión de canalizar y estimular la participación de los ciudadanos en la política y en los procesos de toma de decisiones, pero los partidos políticos han traicionado su misión original, han abandonado al ciudadano, se han convertido en Estado y han monopolizado el poder con una fuerza y obsesión preocupantes.
Los partidos, sin capacidad para controlar su insaciable ambición de poder, se han profesionalizado y alejado de su misión original, que era necesaria y util para el desarrollo de la democracia, transformándose hoy en el principal obstáculo para que florezcan valores tan imprescindibles en democracia como la igualdad, la cooperación, la participación ciudadana, el debate libre y las libertades de expresión y de crítica.
Los partidos se han convertido en le espina dorsal de la democracia, desplazando a los ciudadanos, que hoy están en el exilio a pesar de que son, en realidad, los soberanos y únicos legitimadores del sistema. Los partidos, de hecho, han asesinado la democracia auténtica al ocupar el lugar reservado a los ciudadanos, convirtiéndose, además, en el principal obstáculo para la regeneración democrática y el necesario retorno de los ciudadanos al sistema.
Pero las "fechorías" realizadas por los partidos dentro del sistema democrático son muchas más: han eliminado todos los controles y cautelas establecidos para evitar precisamente que la democracia e convirtiera en lo que hoy es, una oligocracia de partidos; han ocupado el Estado, dominándolo, sometiéndolo y utilizándolo en provecho propio; han pervertido la esencia del sistema, sustituyendo el servicio al ciudadano desde los poderes públicos por el ansia ilimitada de privilegios y poderes; han ocupado los poderes básicos del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) y liquidado su necesaria independencia, imprescindible en democracia; han arrebatado al ciudadano su derecho a elegir a sus representantes, sagrado en democracia, sustituyéndolos porque son los partidos los que elaboran esas listas cerradas y bloqueadas que el ciudadano no puede alterar y ante las que sólo puede aceptarlas o rechazarlas en bloque; han intentado liquidar la libertad e independencia de los medios de comunicación, controlándolos y sellando alianzas inconfesables con los grupos editoriales, privendo así a la democracia de la imprescindible capacidad de crítica y control del poder a través de la información; han sentido celos de la sociedad civil y la han extrangulado, sin comprender que es un espacio imprescindible para la libertad; han comprado o dominado a grandes instituciones como la universidad, los sindicatos, las religiones, los medios de comunicación y un sinnúmero de fundaciones, instituciones y organismos que, en democracia, deberían funcionar en libertad.
Pero el mayor "pecado" antidemocrático de los partidos políticos ha sido su intrínsica incapacidad para gestionar eficazmente la democracia desde el poder, pruducto de un vicio de origen extremadamente peligroso: los partidos son organizaciones con un funcionamiento interno autoritario, vertical y escasamente libre, en el que el líder siempre tiene razón y donde la libertad y la crítica quedan sustituidas por la sumisión a las élites y la fe ciega en las consignas y órdenes que emanan del partido.
Formados en esa antidemocrática escuela de vida, los dirigentes de esos partidos, cuando conquistan el poder, anteponen los intereses propios al bien común y son incapaces de gestionar la democracia, un sistema que debería funcionar justamente del modo inverso a como funcionan los partidos, con un flujo de influencia y poder que va desde abajo hacia arriba, desde el ciudadano al gobierno, un flujo que ha sido eliminado por unos partidos políticos que se han mostrado incapaces de entender la democracia sin dominio autocrático.
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