Información y Opinión

El periodismo será la fuerza decisiva del siglo XXI



Aunque muchos periódicos que fueron poderosos y boyantes en el pasado estén hoy en crisis, los periodistas son ya la fuerza decisiva en el siglo XXI, en el que las batallas por el poder y las ideas se desarrollan en el escenario de la opinión pública. Pero el crecimiento del valor periodístico afecta no solo los periodistas profesionales, sino también los millones de periodistas amateurs que, provistos de teléfonos móviles, cámaras, ordenadores y deseos de influir, cubren la información y opinan cada día en Internet.
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El periodista, en este siglo XXI convulso, será la fuerza decisiva. Tanto los empresarios como los políticos y el establishment en pleno procurarán ganarlos para su causa y el periodista sentirá que es tentado, presionado y forzado, como si el futuro dependiera de cómo sean sus historias, noticias y opiniones. Verá cómo la profesión se desgaja y se rompe en dos bandos: el de los periodistas de élite, bien pagados, influyentes y próximos al poder, y el de los abandonados a su suerte, desempleados, con trabajos precarios y peor pagados. Antes de que se de cuenta descubrirá que estará trabajando no “en” un medio, institución o empresa, sino “para” fuerzas e intereses que muchas veces ni siquiera conoce. Algún día tomará conciencia de que, si no se rebela, el periodismo será cada día más basura.

Todos, ya sean tiranos, populistas, radicales o demócratas, tirarán del periodista para incorporarlo a su causa. Una batalla crucial de la profesión se librará en torno a la ética. Unos dirán que ser periodista significa únicamente saber contar historias de manera atractiva, mientras otros defenderán que periodismo no es escribir al dictado o someter la inteligencia y la libertad a los intereses del poder, sino publicar lo que alguien no quiere que publiques, cuestionar la realidad con rigor y sentido crítico, buscar los porqués, investigar en busca del núcleo de la verdad y actuar como contrapoder en un mundo cada vez más desequilibrado.

La democracia únicamente exige al periodista que difunda la verdad con independencia, justo para que no termine siendo un cómplice del discurso hegemónico o muleta de poderes sin control.

Pero el periodismo está tan secuestrado en el océano mediático aliado al poder y tan prisionero de las estructuras laborales que le resulta imposible rebelarse y recuperar su fidelidad a la democracia y al ciudadano. Cualquier regeneración del periodismo tendrá que nacer y propagarse al margen de los medios sometidos, probablemente en ese periodismo rabiosamente libre que resiste en la independencia crítica o en ese otro sin control y osado, que florece en Internet.

El periodismo con mayúsculas, el que informa de lo que ocurre, descubre historias originales, investiga en busca de la verdad, vigila al poder y analiza con independencia y libertad, es tan grandioso que tal vez gane la batalla, a pesar de que para conseguirlo tenga que doblegar a los poderes más imponentes y blindados del planeta.

En un futuro que ya se toca, el verdadero competidor del periodista ya no es otro periodista, sino el protagonista de la historia. Políticos, famosos, empresas y cada día más ciudadanos se comunican directamente con el público, ignorando muchas veces al periodista, que está dejando de ser el exclusivo intermediario.

El periodismo de ese futuro ya es presente. Es el de toda la vida: informamos con independencia y libertad, contamos historias, analizamos la actualidad para explicar lo que pasa y por qué pasa, siempre con verdad y rigor. Pero hay dos retos de gran importancia que habrá que superar: la adaptación a los nuevos soportes multiplataforma, redes sociales y periodismo digital y, sobre todo, la elección de la fidelidad, que tendrá que optar entre el gran poder que controla el mundo o la democracia de los ciudadanos.

En el presente, ya no son los medios de comunicación tradicionales los primeros demandantes de periodistas, sino los partidos políticos y las agencias especializadas en asesorar. El poder, en todas sus facetas, desde la política a la empresarial, sin olvidar los lobbies, se ha convertido en el gran patrón de periodistas, a los que usa para presentar sus ideas y propuestas de manera atractiva, pero también para manipular, mentir y destruir las ideas y la reputación del adversario.

Los grandes centros de poder, incluyendo a los partidos políticos y las grandes empresas, funcionan cada día más dividiendo su "comunicación" en tres grandes sectores: el think tank que genera las ideas, el aparato de elaboración y difusión, encargado de preparar esas ideas para que sean fácilmente asimiladas por a sociedad y los clientes prioritarios, y los aparatos de destrucción, también denominados "picadoras de carne", cuya misión es desacreditar al adversario, sus ideas, productos y propuestas.

No estamos hablando de un mundo futuro, sino de una realidad presente que, por el momento, funciona rodeado de cierta bruma que lo mantiene escondido, pero que pronto será plenamente visible.

Publicar que un trozo de rata ha aparecido en una hamburguesa de determinada marca o que un dirigente político adversario es pederasta son informaciones con efectos demoledores, capaces de cambiar el panorama político, el mercado y hasta el mundo que habitamos.

Esa labor de manipulación y destrucción es la que asusta a muchos pensadores modernos y les induce a considerar el periodismo también como una terrible amenaza.

Francisco Rubiales


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Martes, 18 de Julio 2017
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