El boicot empezó en Cataluña, contra productos españoles, pero hoy crece en todo el país, en ambos bandos.
Basta echar un vistazo a las redes sociales para descubrir que Cataluña está invadida por el odio y que en esas condiciones celebrar unas elecciones es estúpido y suicida. La gente votará sin serenidad, movida por el fuego del odio y la revancha, lo que podría arrojar resultados muy alterados y peligrosos.
En Cataluña coexisten hoy dos comunidades enfrentadas por el odio, la de los independentistas y la de los que quieren seguir siendo españoles y catalanes, dos grupos por ahora irreconciliables, cargados de reproches y de recuerdos imborrables, muchos de cuyos miembros acarician en su interior deseos de venganza que se reflejan a diario en comentarios y en insultos que se plasman en las redes sociales, reflejo de una sociedad enferma y en estado de ebullición.
Celebrar unas elecciones en esas condiciones sólo sirve para avivar el fuego, ya que la campaña electoral y el enfrentamiento que representan las urnas abiertas alimenta el fuego en lugar de introducir calma y sosiego.
Si el futuro gobierno fuera independentista y continuara con su política de ruptura, el gobierno de España tendría que aplicar de nuevo el artículo 155, lo que agravaría la situación y agudizaría el ya enconado asunto catalán. Si, por el contrario, el gobierno fuera de los constitucionalistas, algo improbable, la otra mitad de Cataluña se encerraría en el odio y desarrollaría una política obstruccionista, de resistencia y rechazo que ojalá no incluya manifestaciones de violencia.
Lo lógico y lo racional habría sido suspender la autonomía catalana durante dos años al menos y aprovechar ese tiempo para demostrar a los catalanes que bajo la paz y la concordia las cosas van mejor, incluyendo la economía, la convivencia y la prosperidad de los negocios. Ese tiempo precioso se podría aprovechar para el diálogo entre partidos y dirigentes políticos y para convencer a todos de que colocarse al margen de la ley nunca conviene.
Si ganaran de nuevo los independentistas, como reflejan las encuestas, se produciría una nueva estampida de empresas, esta vez con traslado también de centros de producción, lo que representaría un paso importante en el avance de Cataluña hacia el empobrecimiento.
Rajoy, al caer en la tentación de exhibir un espíritu democrático que él no tiene, como lo demuestran sus actos de gobierno, su convivencia con la corrupción y sus incumplimientos de promesas, ha cometido su segundo gran error al convocar elecciones tan pronto. El primer error fue el intento fallido y torpe del Estado por impedir un referendum que al final se celebró, poniendo en ridículo a un gobierno que ni siquiera supo encontrar las urnas y prever que los catalanes podrían votar en cualquier colegio.
Todo hace prever que el proceso electoral va a calentar todavía más un ambiente que, en algunos aspectos, con sospechas de asesinatos, derribos de aviones e intervención de potencias extranjeras, además de amenazas de muerte e insultos graves, es casi prebélico. Todo indica que el conflicto catalán va para largo y que representará el gran quebradero de cabeza para España durante todo el siglo XXI.
Hasta el boicot, expresión máxima del rechazo y el odio que impera en ambos bandos, se está agudizando en uno y otro lado, lo que constituye una auténtica desgracia que impide lo único que es importante hoy en Cataluña: la reconciliación.
Francisco Rubiales
En Cataluña coexisten hoy dos comunidades enfrentadas por el odio, la de los independentistas y la de los que quieren seguir siendo españoles y catalanes, dos grupos por ahora irreconciliables, cargados de reproches y de recuerdos imborrables, muchos de cuyos miembros acarician en su interior deseos de venganza que se reflejan a diario en comentarios y en insultos que se plasman en las redes sociales, reflejo de una sociedad enferma y en estado de ebullición.
Celebrar unas elecciones en esas condiciones sólo sirve para avivar el fuego, ya que la campaña electoral y el enfrentamiento que representan las urnas abiertas alimenta el fuego en lugar de introducir calma y sosiego.
Si el futuro gobierno fuera independentista y continuara con su política de ruptura, el gobierno de España tendría que aplicar de nuevo el artículo 155, lo que agravaría la situación y agudizaría el ya enconado asunto catalán. Si, por el contrario, el gobierno fuera de los constitucionalistas, algo improbable, la otra mitad de Cataluña se encerraría en el odio y desarrollaría una política obstruccionista, de resistencia y rechazo que ojalá no incluya manifestaciones de violencia.
Lo lógico y lo racional habría sido suspender la autonomía catalana durante dos años al menos y aprovechar ese tiempo para demostrar a los catalanes que bajo la paz y la concordia las cosas van mejor, incluyendo la economía, la convivencia y la prosperidad de los negocios. Ese tiempo precioso se podría aprovechar para el diálogo entre partidos y dirigentes políticos y para convencer a todos de que colocarse al margen de la ley nunca conviene.
Si ganaran de nuevo los independentistas, como reflejan las encuestas, se produciría una nueva estampida de empresas, esta vez con traslado también de centros de producción, lo que representaría un paso importante en el avance de Cataluña hacia el empobrecimiento.
Rajoy, al caer en la tentación de exhibir un espíritu democrático que él no tiene, como lo demuestran sus actos de gobierno, su convivencia con la corrupción y sus incumplimientos de promesas, ha cometido su segundo gran error al convocar elecciones tan pronto. El primer error fue el intento fallido y torpe del Estado por impedir un referendum que al final se celebró, poniendo en ridículo a un gobierno que ni siquiera supo encontrar las urnas y prever que los catalanes podrían votar en cualquier colegio.
Todo hace prever que el proceso electoral va a calentar todavía más un ambiente que, en algunos aspectos, con sospechas de asesinatos, derribos de aviones e intervención de potencias extranjeras, además de amenazas de muerte e insultos graves, es casi prebélico. Todo indica que el conflicto catalán va para largo y que representará el gran quebradero de cabeza para España durante todo el siglo XXI.
Hasta el boicot, expresión máxima del rechazo y el odio que impera en ambos bandos, se está agudizando en uno y otro lado, lo que constituye una auténtica desgracia que impide lo único que es importante hoy en Cataluña: la reconciliación.
Francisco Rubiales