Información y Opinión

El miedo a la libertad, la gran debilidad de la izquierda española



El miedo a la libertad hará perder a la izquierda española la batalla frente a la derecha y, a la larga, frente al ciudadano libre. Será también su tumba. En algunos países avanzados de Occidente, la izquierda se ha reconciliado con la libertad individual y con la verdad, pero en España no.
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La izquierda del presente tiene cada día más miedo a la libertad y por eso cae en la tentación de regular y prohibir. Le teme a Internet y, si pudiera, lo cerraría, sólo porque no lo controla. Teme también al debate, a la cultura universal y abierta, a la verdad y a la libre competencia. Pero a lo que más teme es al individuo. Le tiene tanto pánico a la persona que procura destruir la individualidad y lucha siempre por agrupar y encuadrar a la gente en grupos. Por eso se sienten tan agusto en los partidos políticos. Nunca hablan de "ciudadanos", sino de "ciudadanía" y siempre pugnan por transformar la democracia en partitocracia, donde el predominio es de los partidos políticos, nunca del ciudadano. Dirigen su política a "las mujeres" a "los gays", a "los pobres", a "los trabajadores", pero fracasan estrepitosamente cuando analizamos sus efectos sobre la mujer, que sigue marginada y minusvalorada, el homosexual, que sigue con sus derechos en crisis, el pobre, cada día más desgraciado y hundido, el trabajador, que suele estar en paro y viviendo sin dignidad de la caridad y los subsidios. Prefieren el orden a la libertad y odian todo lo que surge espontáneo del espíritu humano. La izquierda teme a la libertad de mercados, al contraste de las ideas y a la polémica y prefiere siempre mandar y dictar antes que discutir. Del miedo a la libertad de la izquierda nace su obsesión por controlar los medios de comunicación, por dominar a los periodistas y por comprar a intelectuales y prescriptores. Se siente más a gusto con las consisgnas y con la propaganda que con el libre juego de la verdad. Aunque no ha tenido más remedio que adaptarse a la democracia, en realidad la considera un odioso invento burgués y liberal. Cuando puede, la persigue, la manipula, la adultera y la prostituye. Por eso, donde hay un gobierno de izquierdas suele oler a tiranía, aunque ellos mismos se avergúencen de sus aires autoritarios y procuren disimular el hedor a dictadura con mil trucos y engaños.

Como rechazan la libertad, niegan a los padres el derecho a escoger el idioma de escolarización de sus hijos e intentan que el Estado (que ellos controlan) sustituya a la familia como transmisor de valores y principios morales. Su mayor sueño es crear una religión del Estado que sustituya al cristianismo, una fe que desprecian porque apuesta por la libertad y antepone el valor del individuo al del grupo. Cuando pueden, hacen todo lo posible para que los ciudadanos lean los periódicos que ellos controlan y vean los canales de televisión que propagan sus doctrinas. Incluso se atreven a prohibir que hablen un determinado idioma y obligan a sus gobernados a hablar la lengua de los nacionalistas que les venden sus votos.

Tienen alergia aguda a la libertad y su pecado más inconfesable es que anteponen el poder a todo lo demás, incluso a las ideas, principios y valores. Se han desprendido de la ideología porque era un obstáculo para el poder. La prueba está en que, para conquistar y mantener el poder, han sido capaces de pactar con partidos teóricamente situados en las antípodas, ideológicamente incompatibles, como ha ocurrido con los pactos del PSOE con el nacionalismo excluyente y extremo del País Vasco, Cataluña y Galicia.

Las encuestas e investigaciones sociológicas demuestran que la izquierda gana siempre en las provincias más analfabetas, donde hay menor consumo de prensa y de Internet, donde hay menos universitarios y menor desarrollo. En las ciudades, sus bolsas de votantes más fieles se concentran en los barrios más pobres y lumperizados, donde el subsidio es más apreciado que el trabajo y donde la cultura genera desprecio. La prueba es el dominio ancestral del PSOE en las regiones más atrasadas de España: Extremadura, Castilla La Mancha y Andalucía. La única excepción es Cataluña, pero el fanómeno catalán es distinto porque es un caso de democracia degradada, tipo PRI mexicano, impulsado siempre por el nacionalismo extremo y por una casta política envilecida como pocas, que incluye tanto a la izquierda como a la derecha.

Ese miedo a la libertad transporta la semilla de la derrota de la izquierda, ya visible en Europa, donde los partidos de izquierda han demostrado su incapacidad de renovar sus ideas y de adaptarse a los nuevos tiempos y a las nuevas tecnologías. Apenas media docena de países europeos están hoy gobernados por la izquierda. Entre los importantes, sólo han confiado en la izquierda los electorados de Inglaterra y España, lo que evidencia un profundo retroceso y pérdida de atractivo.

La izquierda, presa de profundas contradiciones como su odio a la libertad y a la democracia, está casi ausente de Internet, del debate libre y es incapaz de funcionar con eficacia en una política que también necesita renovarse, innovar y adaptarse a las nuevas exigencias de cambio tecnológico y competitividad.

Cuando asume el poder, utiliza la mentira, la manipulación y el engaño para gobernar y prefiere la propaganda a la verdad, las consignas a los argumentos y la coacción al convencimiento. Los dos princiaples rasgos de la izquierda, cuando administra el poder en democracia, son su tendencia a legislar y gobernar en contra de la opinión pública y la marginación del ciudadano, al que sólo tiene en cuenta cuando se abren las urnas y necesita su voto.

En manos de gente como Zapatero, cuyo autoritarismo depredador se huele a leguas de distancia, la verdadera izquierda que creía en la democracia es un cadáver, la izquierda de los valores y los principios es un recuerdo y la izquierda que apostaba por los más débiles es poco más que una añoranza.

Sus amigos internacionales denotan su aversión a la libertad y su cercanía al peor totalitarismo: Fidel y Raul Castro, Hugo Chávez y autoritarios aferrados al sillón en Irán, China y otros países, muchos de ellos islamistas y protectores de la yihad.

El gran drama de España es que la derecha, aunque afirme lo contrario, tampoco ama la libertad, ni se siente identificada con las raíces liberales. Teme al individuo, se siente insegura en el debate y rehuye al ciudadano, al que también margina de la política, lo que la convierte, en muchos aspectos, en un triste "clon" de la izquierda.


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Lunes, 22 de Marzo 2010
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