La Iglesia Española vive momentos muy delicados, demostrando una y otra vez a los españoles que no está a la altura de su misión. En el caso catalán, el balance ha sido decepcionante, con una Iglesia que parece reproducir en su interior las miserias de la clase política: confusión, egoísmo, cobardía, incapacidad para iluminar a la sociedad y una lamentable división entre nacionalistas independentistas y partidarios de la legalidad vigente.
El silencio fue ostentoso en los primeros días, cuando solo se escuchaban los gritos de los curas y frailes independentistas. El posicionamiento del Vaticano y de la Conferencia Episcopal al lado de la legalidad vigente tardó demasiado en llegar.
Por desgracia, es ya habitual en la vida de España que la Iglesia esté ausente de los grandes debates. Cuando los españoles, cada día más preocupados por la baja calidad de su democracia, por el deterioro de la convivencia y por la caída de los valores, discuten y se sienten confundidos ante amenazas como las voraces, insolidarias y despilfarradoras autonomías, las violaciones a la Constitución, el avance de la pobreza, la corrupción, la injusticia y otras muchas, la voz de la Iglesia nunca suele oírse o se emite en tan baja frecuencia que no llega a la audiencia.
Es como si la Iglesia, que para bien o para mal fue el gran faro que iluminaba España en el pasado, se hubiera apagado, abandonando a la sociedad y a sus fieles a la más dura orfandad.
La Iglesia dispone de todos los recursos necesarios para hacerse oír. Sus púlpitos son tribunas de influencia directa con una audiencia fiel y predispuesta, pero cada púlpito, sin coordinación, emite su propio mensaje y, según la experiencia acumulada en la sociedad moderna, cuando los mensajes son miles es como si no se emitiera nada.
Pero la Iglesia tiene, también, medios de comunicación propios, colegios, universidades, hospitales y muchas instituciones benéficas, perfectamente imbricadas en la sociedad y con evidencia capacidad de influir que no sabe aprovechar para que su luz ilumine la sociedad confusa y preocupada de España.
Muchos cristianos, preocupados ante la ausencia en el debate y el magisterio, creen que la iglesia española se está comportando como el ejército de Pancho Villa, sin orden ni concierto, sin eficacia y derrochando a diario recursos y potencialidades, consiguiendo algo tan peligroso como que la sociedad se acostumbre a sus silencios y ausencias.
Francisco Rubiales
El silencio fue ostentoso en los primeros días, cuando solo se escuchaban los gritos de los curas y frailes independentistas. El posicionamiento del Vaticano y de la Conferencia Episcopal al lado de la legalidad vigente tardó demasiado en llegar.
Por desgracia, es ya habitual en la vida de España que la Iglesia esté ausente de los grandes debates. Cuando los españoles, cada día más preocupados por la baja calidad de su democracia, por el deterioro de la convivencia y por la caída de los valores, discuten y se sienten confundidos ante amenazas como las voraces, insolidarias y despilfarradoras autonomías, las violaciones a la Constitución, el avance de la pobreza, la corrupción, la injusticia y otras muchas, la voz de la Iglesia nunca suele oírse o se emite en tan baja frecuencia que no llega a la audiencia.
Es como si la Iglesia, que para bien o para mal fue el gran faro que iluminaba España en el pasado, se hubiera apagado, abandonando a la sociedad y a sus fieles a la más dura orfandad.
La Iglesia dispone de todos los recursos necesarios para hacerse oír. Sus púlpitos son tribunas de influencia directa con una audiencia fiel y predispuesta, pero cada púlpito, sin coordinación, emite su propio mensaje y, según la experiencia acumulada en la sociedad moderna, cuando los mensajes son miles es como si no se emitiera nada.
Pero la Iglesia tiene, también, medios de comunicación propios, colegios, universidades, hospitales y muchas instituciones benéficas, perfectamente imbricadas en la sociedad y con evidencia capacidad de influir que no sabe aprovechar para que su luz ilumine la sociedad confusa y preocupada de España.
Muchos cristianos, preocupados ante la ausencia en el debate y el magisterio, creen que la iglesia española se está comportando como el ejército de Pancho Villa, sin orden ni concierto, sin eficacia y derrochando a diario recursos y potencialidades, consiguiendo algo tan peligroso como que la sociedad se acostumbre a sus silencios y ausencias.
Francisco Rubiales