Las encuestas en España demuestran, una y otra vez, que el PSOE sigue arriba, que Zapatero, a pesar de la imponente crisis que arrasa a la sociedad española y de sus notables errores como gobernante, continúa siendo el favorito para seguir en el poder y el mejor valorado por los votantes.
Arrogante, obtuso y alejado de la realidad, el Partido Popular que comanda Rajoy es incapaz de comprender que camina hacia el fracaso y que su estrategia de "sepultureros", consistente en esperar sentado a que llegue el cadáver de Zapatero, políticamente muerto cuando la crisis haya generado más parados y pobres, no puede funcionar.
Esperar con la pala en la mano a que, tras el hundimiento de España, llegue el féretro del enemigo, para enterrarlo, es una pobre estrategia política que tal vez pudo funcionar en el pasado, pero que no sirve para nada en una España como la actual, en bancarrota política y moral, que necesita urgentemente resurgir, dortarse de una democracia limpia y recuperar los valores perdidos y la ilusión en el futuro.
El PP que han diseñado Rajoy, Arenas y otros dirigentes viejos que quieren presentarse como nuevos y alejados del aznarismo tiene un grave problema: ni ha sabido acabar con el pasado ni es capaz de construir el futuro, lo que lo coloca en el corazón de la crisis, un fenómeno que se produce cuando lo viejo está muerto, pero lo nuevo no tiene fuerza suficiente para reemplazarlo.
La mayor parte de la España que apoya al PSOE y al nacionalismo no espera cambios, ni regeneración, ni ese "progreso" del que tanto hablan. La mayoría de ellos son una inmensa legión de "clientes" que viven del Estado y del partido, de sus privelegios, subvenciones, puestos de trabajo y concesiones. Ellos son los auténticos "conservadores" de esta España confusa, caótica y en declive, que tan certeramente gestionan Zapatero y sus aliados nacionalistas.
Sin embargo, en los caladeros de votos del PP sí se esperan nuevas ideas, cambios profundos y una revolución regeneradora que saque a España del foso de lodo donde retoza. Los potenciales votantes del PP quieren más democracia, una profunda revisión de la Constitución y de la Ley Electoral que acabe con los abusos de la partitocracia, con la injusticia galopante y con la corrupción intravenosa que envilece al país.
En estas circunstancias, al contemplar a los "sepultureros", los votantes naturales del PP, sobre todo la parte más demócrata e independiente de la sociedad, que vota a quien le convence, que es la que otorga las mayorías en España, se siente traicionada y busca partidos nuevos con olor a democracia en los que poder depositar su confianza, un espacio semidesierto en el que tan sólo aparecen UPyD y Ciudadanos.
Esa "huida" del PP de la gente de bien y de los no fanatizados será la causa de la ruina electoral de Rajoy y el fin de los sepultureros.
El PSOE de Zapatero, aunque en menor escala, también sufre una sangría de votantes. Son los residuos de idealistas y de gente honrada que todavía quedan en los caladeros de la izquierda española, que, también decepcionados, emigran hacia UPyD y, sobre todo, hacia los feudos de la abstención y del voto en blanco porque no pueden soportar escándalos y contradicciones como el apoyo de Zapatero a los grandes capitalistas y banqueros, cómo el socialismo se alia con el nacionalismo más indecente y cómo Zapatero dinamita cada día valores que ellos consideraban genuinos de la izquierda, como la igualdad y la solidaridad.
Los políticos españoles, tanto de la derecha como la izquierda, están sobrepasados por la sociedad y al margen de los tiempos y de las corrientes. Se sienten tan a gusto en la indecente partitocracia que son incapaces de percibir el clamor que empieza a alzarse en la sociedad, en demanda de regeneración, limpieza, esfuerzo común e ilusiones.
Todos, a su modo, son simples sepultureros de la política, cuyos mensajes sólo interesan a los cadáveres y cuya capacidad de conectar con la parte de la sociedad viva, inquieta y pujante, que quiere resurgir, es prácticamente nula. La diferencia es que los de izquierda están atiborrados porque gestionan el poder y alimentan a sus clientes, mientras que la derecha sólo puede gestionar miseria.
Arrogante, obtuso y alejado de la realidad, el Partido Popular que comanda Rajoy es incapaz de comprender que camina hacia el fracaso y que su estrategia de "sepultureros", consistente en esperar sentado a que llegue el cadáver de Zapatero, políticamente muerto cuando la crisis haya generado más parados y pobres, no puede funcionar.
Esperar con la pala en la mano a que, tras el hundimiento de España, llegue el féretro del enemigo, para enterrarlo, es una pobre estrategia política que tal vez pudo funcionar en el pasado, pero que no sirve para nada en una España como la actual, en bancarrota política y moral, que necesita urgentemente resurgir, dortarse de una democracia limpia y recuperar los valores perdidos y la ilusión en el futuro.
El PP que han diseñado Rajoy, Arenas y otros dirigentes viejos que quieren presentarse como nuevos y alejados del aznarismo tiene un grave problema: ni ha sabido acabar con el pasado ni es capaz de construir el futuro, lo que lo coloca en el corazón de la crisis, un fenómeno que se produce cuando lo viejo está muerto, pero lo nuevo no tiene fuerza suficiente para reemplazarlo.
La mayor parte de la España que apoya al PSOE y al nacionalismo no espera cambios, ni regeneración, ni ese "progreso" del que tanto hablan. La mayoría de ellos son una inmensa legión de "clientes" que viven del Estado y del partido, de sus privelegios, subvenciones, puestos de trabajo y concesiones. Ellos son los auténticos "conservadores" de esta España confusa, caótica y en declive, que tan certeramente gestionan Zapatero y sus aliados nacionalistas.
Sin embargo, en los caladeros de votos del PP sí se esperan nuevas ideas, cambios profundos y una revolución regeneradora que saque a España del foso de lodo donde retoza. Los potenciales votantes del PP quieren más democracia, una profunda revisión de la Constitución y de la Ley Electoral que acabe con los abusos de la partitocracia, con la injusticia galopante y con la corrupción intravenosa que envilece al país.
En estas circunstancias, al contemplar a los "sepultureros", los votantes naturales del PP, sobre todo la parte más demócrata e independiente de la sociedad, que vota a quien le convence, que es la que otorga las mayorías en España, se siente traicionada y busca partidos nuevos con olor a democracia en los que poder depositar su confianza, un espacio semidesierto en el que tan sólo aparecen UPyD y Ciudadanos.
Esa "huida" del PP de la gente de bien y de los no fanatizados será la causa de la ruina electoral de Rajoy y el fin de los sepultureros.
El PSOE de Zapatero, aunque en menor escala, también sufre una sangría de votantes. Son los residuos de idealistas y de gente honrada que todavía quedan en los caladeros de la izquierda española, que, también decepcionados, emigran hacia UPyD y, sobre todo, hacia los feudos de la abstención y del voto en blanco porque no pueden soportar escándalos y contradicciones como el apoyo de Zapatero a los grandes capitalistas y banqueros, cómo el socialismo se alia con el nacionalismo más indecente y cómo Zapatero dinamita cada día valores que ellos consideraban genuinos de la izquierda, como la igualdad y la solidaridad.
Los políticos españoles, tanto de la derecha como la izquierda, están sobrepasados por la sociedad y al margen de los tiempos y de las corrientes. Se sienten tan a gusto en la indecente partitocracia que son incapaces de percibir el clamor que empieza a alzarse en la sociedad, en demanda de regeneración, limpieza, esfuerzo común e ilusiones.
Todos, a su modo, son simples sepultureros de la política, cuyos mensajes sólo interesan a los cadáveres y cuya capacidad de conectar con la parte de la sociedad viva, inquieta y pujante, que quiere resurgir, es prácticamente nula. La diferencia es que los de izquierda están atiborrados porque gestionan el poder y alimentan a sus clientes, mientras que la derecha sólo puede gestionar miseria.
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