Felix Millet "cantando"
El saqueo del Palau no es pequeño. Hacienda cifra el desvío de fondos del Palau en 24 millones de euros, pero admite que hay 9,6 millones que desaparecieron sin dejar rastro. Pero ese robo es apenas la punta del iceberg de una corrupción que a medida que fue agrandándose y ensuciando las conciencias de los políticos fue recurriendo al independentismo y al odio para esconder sus miserias detrás de la estelada.
La confesión de Millet es sólo la llave que abre la caja de los truenos catalana y destapa el estiercol acumulado desde los primeros tiempos en los que un cacique llamado Pujol, multimillonario y sospechoso de mil corrupciones, era el dueño de Cataluña y logró que los políticos españoles que mandaban en Madrid, corrompidos como él, miraran hacia otro sitio y guardaran silencio ante sus fechorías, a cambio de apoyos parlamentarios y votos.
La realidad de España permite afirmar, sin miedo a error, que tanto la independencia catalana como la llamada democracia española están tejidas con la misma estofa maloliente: la de la corrupción y el abuso de poder, perpetrados por políticos cuyo sitio natural no es el Estado sino la celda.
Los españoles en general y los catalanes en particular deberían situarse bajo techo porque la lluvia de excrementos comenzará a caer pronto con la fuerza de un tornado, conmoviendo hasta los cimientos de un Estado que, a pesar de toda la propaganda que rodeó a la Transición, siempre estuvo construido sobre un basurero.
Si los corruptos catalanes empiezan a "cantar" para reducir sus penas y si se rompen los pactos de silencio entre los partidos políticos españoles, que habían colocado la porquería bajo una losa de plomo, todo un tsunami procedente de las cloacas del Estado arrasará España y obligará a rediseñar el sistema, esta vez sin trampas ni trucos, con limpieza y con una democracia que, por desgracia, sigue siendo la gran desconocida en este desgraciado país.
Francisco Rubiales
La confesión de Millet es sólo la llave que abre la caja de los truenos catalana y destapa el estiercol acumulado desde los primeros tiempos en los que un cacique llamado Pujol, multimillonario y sospechoso de mil corrupciones, era el dueño de Cataluña y logró que los políticos españoles que mandaban en Madrid, corrompidos como él, miraran hacia otro sitio y guardaran silencio ante sus fechorías, a cambio de apoyos parlamentarios y votos.
La realidad de España permite afirmar, sin miedo a error, que tanto la independencia catalana como la llamada democracia española están tejidas con la misma estofa maloliente: la de la corrupción y el abuso de poder, perpetrados por políticos cuyo sitio natural no es el Estado sino la celda.
Los españoles en general y los catalanes en particular deberían situarse bajo techo porque la lluvia de excrementos comenzará a caer pronto con la fuerza de un tornado, conmoviendo hasta los cimientos de un Estado que, a pesar de toda la propaganda que rodeó a la Transición, siempre estuvo construido sobre un basurero.
Si los corruptos catalanes empiezan a "cantar" para reducir sus penas y si se rompen los pactos de silencio entre los partidos políticos españoles, que habían colocado la porquería bajo una losa de plomo, todo un tsunami procedente de las cloacas del Estado arrasará España y obligará a rediseñar el sistema, esta vez sin trampas ni trucos, con limpieza y con una democracia que, por desgracia, sigue siendo la gran desconocida en este desgraciado país.
Francisco Rubiales