Aunque parezca increíble, el reciente Referendun de Holanda sobre la Constitución Europea era la primera vez que los holandeses votaban en un referendo nacional desde 1797, cuando Napoleón dominaba en Europa.
¿Cómo es posible que el Parlamento holandés vote y apruebe la nueva Constitución Europea por más del 80 por ciento de los votos y que esa misma Constitución, poco después, cuando se somete al criterio del pueblo, sea rechazada por más del 62 por ciento de los ciudadanos?
En Francia, los ciudadanos votan "No" mientras que los principales partidos políticos recomiendan el "Sí".
El mismo día, en el Parlamento de Letonia, donde los únicos que votan son los políticos, es ratificada la Constitución europea por amplia mayoría.
¿Son necesarias más pruebas para concluir que la democracia europea está enferma y que los ciudadanos y los políticos están profundamente divorciados?
Un día después de la votación, los ciudadanos de Holanda festejaban el triunfo del Sí" como si se tratara de una victoria contra el enemigo.
"Nunca nos han preguntado nada, nunca hemos podido decidir, ni sobre el euro ni nada. Por fin podemos opinar", comentó un votante en la ciudad céntrica de Utrecht. En el resto de las ciudadades holandesas, el grito patético de los ciudadanos era el mismo: "nunca nos habían preguntado nada".
Resulta evidente que los políticos se han equivocado, que se han ganado a pulso la repulsa de los ciudadanos, que hoy los contemplan, con razón, más como portunistas y usurpadores del poder que como representantes de la ciudadanía en un régimen democrático.
Los políticos se han pasado, se han equivocado, han cometido varios pecados en cadena, el primero el de la soberbia y el segundo el del abuso del poder. Nadie se explica cómo ha podido deteriorarse tanto una democracia avanzada, como teorícamente era la de Holanda, para que sus políticos hayan podido gobernar la nación, durante más de dos siglos, sin haber consultado ni una sóla vez a sus ciudadanos sobre asuntos de interés nacional. Nadie pueden creer hoy que este Referendum sobre la Constitución Europea sea la primera consulta sobre asuntos de interés colectivo que se hace a los ciudadanos holandeses desde la época de Napoleón.
La clave del desastre es evidente: los políticos han perdido el norte, han olvidado que la democracia no es un ritual sino una forma de vivir en comunidad y se han acostumbrado a ejercer el poder como un monopolio, sin los ciudadanos y reduciendo la democracia a un ritual repetitivo que consiste en abrir las urnas cada cuatro o cinco años.
Alguien está enfermo y todos sabemos que el enefermo es la democracia, decía hoy uno de los comentaristas de la televisión holandesa, al analizar el extraño rechazo de los ciudadanos al texto constitucional, festejado, increiblemente, como una victoria contra los políticos y celebrado como una especie de triunfo contra el mal.
Estos acontecimientos recientes en Europa, desde el "No" de Francia al "No" de Holanda, sin olvidar el "Sí" de los españoles, pronunciado sin debate y como reflejo del desproporcionado dominio de los partidos en ese país, constituyen una evidencia patente de que la democracia europea está enferma y que la enfermedad que padece tiene su origen en la altivez de los políticos y en el desencanto de unos ciudadanos que, aunque lo hayan olvidado los políticos, son los únicos dueños de la soberanía y los que tienen la capacidad para legitimar el sistema.
Es patético que la frase más repetida en Holanda, el día después, haya sido "Por fin nos piden nuestra opinión". Por supuesto que Holanda siempre ha tenido elecciones democráticas, a todos los niveles, y en los registros constan 114 referendos. Pero 113 de éstos eran locales, de pueblos o ciudades que pedían la opinión de sus vecinos sobre temas muy locales. No algo tan poco identificable, tan difuso en su amplitud como una Constitución europea.
El único antecedente de un referendo a nivel nacional era lejano, muy lejano, pero el resultado ya fue una premonición. Nadie en las calles del pequeño país lo puede relatar. Fue en 1797, cuando los Países Bajos eran la República Bátava. Dominaba Napoleón en Europa, y los revolucionarios franceses pedían a esos holandeses rebeldes que se pronunciaran sobre qué pensaban de una constitución para su país. Unos 28.000 de los bátavos estaban a favor, nada menos que 108.000 en contra, y pocos años después Napoleón acabó con esa república conflictiva al nombrar a su hermano rey de Holanda.
Hace muchos años que los expertos de todo el mundo vienen advirtiendo que el foso que separa a los ciudadanos de los políticos es cada día más grande. Lo ocurrido en Francia y en Holanda con la ratificación, vía referendum, de la nueva Constitución Europea, es una constatación de que esa separación, todo un cáncer para la democracia, es una realidad hiriente y preocupante.
¿Cómo es posible que el Parlamento holandés vote y apruebe la nueva Constitución Europea por más del 80 por ciento de los votos y que esa misma Constitución, poco después, cuando se somete al criterio del pueblo, sea rechazada por más del 62 por ciento de los ciudadanos?
En Francia, los ciudadanos votan "No" mientras que los principales partidos políticos recomiendan el "Sí".
El mismo día, en el Parlamento de Letonia, donde los únicos que votan son los políticos, es ratificada la Constitución europea por amplia mayoría.
¿Son necesarias más pruebas para concluir que la democracia europea está enferma y que los ciudadanos y los políticos están profundamente divorciados?
Un día después de la votación, los ciudadanos de Holanda festejaban el triunfo del Sí" como si se tratara de una victoria contra el enemigo.
"Nunca nos han preguntado nada, nunca hemos podido decidir, ni sobre el euro ni nada. Por fin podemos opinar", comentó un votante en la ciudad céntrica de Utrecht. En el resto de las ciudadades holandesas, el grito patético de los ciudadanos era el mismo: "nunca nos habían preguntado nada".
Resulta evidente que los políticos se han equivocado, que se han ganado a pulso la repulsa de los ciudadanos, que hoy los contemplan, con razón, más como portunistas y usurpadores del poder que como representantes de la ciudadanía en un régimen democrático.
Los políticos se han pasado, se han equivocado, han cometido varios pecados en cadena, el primero el de la soberbia y el segundo el del abuso del poder. Nadie se explica cómo ha podido deteriorarse tanto una democracia avanzada, como teorícamente era la de Holanda, para que sus políticos hayan podido gobernar la nación, durante más de dos siglos, sin haber consultado ni una sóla vez a sus ciudadanos sobre asuntos de interés nacional. Nadie pueden creer hoy que este Referendum sobre la Constitución Europea sea la primera consulta sobre asuntos de interés colectivo que se hace a los ciudadanos holandeses desde la época de Napoleón.
La clave del desastre es evidente: los políticos han perdido el norte, han olvidado que la democracia no es un ritual sino una forma de vivir en comunidad y se han acostumbrado a ejercer el poder como un monopolio, sin los ciudadanos y reduciendo la democracia a un ritual repetitivo que consiste en abrir las urnas cada cuatro o cinco años.
Alguien está enfermo y todos sabemos que el enefermo es la democracia, decía hoy uno de los comentaristas de la televisión holandesa, al analizar el extraño rechazo de los ciudadanos al texto constitucional, festejado, increiblemente, como una victoria contra los políticos y celebrado como una especie de triunfo contra el mal.
Estos acontecimientos recientes en Europa, desde el "No" de Francia al "No" de Holanda, sin olvidar el "Sí" de los españoles, pronunciado sin debate y como reflejo del desproporcionado dominio de los partidos en ese país, constituyen una evidencia patente de que la democracia europea está enferma y que la enfermedad que padece tiene su origen en la altivez de los políticos y en el desencanto de unos ciudadanos que, aunque lo hayan olvidado los políticos, son los únicos dueños de la soberanía y los que tienen la capacidad para legitimar el sistema.
Es patético que la frase más repetida en Holanda, el día después, haya sido "Por fin nos piden nuestra opinión". Por supuesto que Holanda siempre ha tenido elecciones democráticas, a todos los niveles, y en los registros constan 114 referendos. Pero 113 de éstos eran locales, de pueblos o ciudades que pedían la opinión de sus vecinos sobre temas muy locales. No algo tan poco identificable, tan difuso en su amplitud como una Constitución europea.
El único antecedente de un referendo a nivel nacional era lejano, muy lejano, pero el resultado ya fue una premonición. Nadie en las calles del pequeño país lo puede relatar. Fue en 1797, cuando los Países Bajos eran la República Bátava. Dominaba Napoleón en Europa, y los revolucionarios franceses pedían a esos holandeses rebeldes que se pronunciaran sobre qué pensaban de una constitución para su país. Unos 28.000 de los bátavos estaban a favor, nada menos que 108.000 en contra, y pocos años después Napoleón acabó con esa república conflictiva al nombrar a su hermano rey de Holanda.
Hace muchos años que los expertos de todo el mundo vienen advirtiendo que el foso que separa a los ciudadanos de los políticos es cada día más grande. Lo ocurrido en Francia y en Holanda con la ratificación, vía referendum, de la nueva Constitución Europea, es una constatación de que esa separación, todo un cáncer para la democracia, es una realidad hiriente y preocupante.