Lo único que mantuvieron e, incluso, incrementaron, esos medios durante la caída fue el poder y la influencia, lo que tuvo un nocivo efecto en los consejos de administración porque el poder creciente y el brillo social renovados fueron el espejismo que les impidio ver el cáncer que crecía en las entrañas del viejo negocio. No se dieron cuenta o no quisieron admitir que el poder creciente, la influencia y el brillo social no eran producto del éxito informativo sino de las nuevas maniobras desplegadas ante la opinión pública y de las complicidades con políticos y grandes empresarios.
Mientras tanto, a lo largo de todo el proceso, las redacciones, verdaderos santuarios del negocio, se desmoralizaron y vieron como el valor de la información perdía enteros, al mismo tiempo que becarios y profesionales mal pagados e insatisfechos comenzaron a penetrar como torrentes en ámbitos que antes habían sido exclusivos de profesionales veteranos: comentarios, análisis, reportajes, ruedas de prensa, entrevistas y hasta editoriales. El amarillismo comenzó a contaminar la información, que era cada vez menos contrastada, y el noble y democrático periodismo de investigación fue poco a poco sustituido por "dossiers" filtrados, elaborados por gabinetes y lobbyes no con criterios periodísticos sino con fines vengativos y de ajuste de cuentas.
Durante años pudo disimularse la crisis, sobre todo gracias a dos factores truculentos: por un lado, las tiradas se mantuvieron artificialmente altas gracias a las promociones, mientras que por otro se captaba publicidad a cambio de poder, influencia e impunidad informativa.
Los errores se acumulaban y cada día eran mayores los daños causados por una política que desvirtuaba la esencia del producto informativo, que carecía de alcance estratégico y que alimentaba el suicidio. Era evidente que los lectores compraban el periódico más interesados en el DVD, en el libro o la cristalería que en la oferta informativa del medio, pero nadie lo reconocía. También era evidente que el dinero entraba disfrazado de publicidad, pero no era producto de estrategias de publicidad o de marketing sino pago de impunidades o producto de componendas y de tráfico de poder e influencias.
Algunas empresas editoriales aprovecharon su complicidad con los poderes para hacer negocios inmobiliarios con sus viejas sedes o para diversificar su actividad empresarial, incursionando en terrenos donde existían ventajas, oportunidades e información privilegiada. Esas maniobras producían más dinero y potenciaban el espejismo, pero el negocio tradicional, el de la información, continuaba su peligroso declive.
Por eso, cuando aparecieron nuevos productos como los blogs y periódicos digitales, cuando Internet se reveló como un especio independiente para informarse o cuando irrumpieron los gratuitos en el mercado, la crisis de la prensa tradicional se agudizó porque los ciudadanos recibieron esos nuevos medios con los brazos abiertos, porque ya habían roto antes sus vínculos de complicidad con la vieja prensa.
El divorcio entre prensa tradicional y ciudadanos es toda una tragedia para la democracia y para el equilibrio de la sociedad, que sigue necesitando esa prensa para cumplir aquellas funciones que motivaron su nacimiento: informar verazmente, crear opinión, entretener y controlar desde la independencia y el sentido crítico, a los grandes poderes, sobre todo al Estado.
Pero el mayor problema para la prensa escrita hoy es cómo recuperar el terreno perdido, si es que de verdad quiere recuperarlo, algo dudoso si se tienen en cuenta factores como la difícil ruptura de los pactos de hierro suscritos entre la vieja prensa y los poderes, el gran descrédito acumulado, la falta de credibilidad de esos medios y el desprestigio del periodista, antes considerado como el héroe democrático buscador incansable de la verdad y hostigador incomodo de los poderosos, y visto ahora como el villano que se ha hecho cómplice del poder y que ha entregado su independencia, su ética y su servicio a los ciudadanos y a la sociedad civil a cambio de poder, dinero y brillo social.
Fin
Mientras tanto, a lo largo de todo el proceso, las redacciones, verdaderos santuarios del negocio, se desmoralizaron y vieron como el valor de la información perdía enteros, al mismo tiempo que becarios y profesionales mal pagados e insatisfechos comenzaron a penetrar como torrentes en ámbitos que antes habían sido exclusivos de profesionales veteranos: comentarios, análisis, reportajes, ruedas de prensa, entrevistas y hasta editoriales. El amarillismo comenzó a contaminar la información, que era cada vez menos contrastada, y el noble y democrático periodismo de investigación fue poco a poco sustituido por "dossiers" filtrados, elaborados por gabinetes y lobbyes no con criterios periodísticos sino con fines vengativos y de ajuste de cuentas.
Durante años pudo disimularse la crisis, sobre todo gracias a dos factores truculentos: por un lado, las tiradas se mantuvieron artificialmente altas gracias a las promociones, mientras que por otro se captaba publicidad a cambio de poder, influencia e impunidad informativa.
Los errores se acumulaban y cada día eran mayores los daños causados por una política que desvirtuaba la esencia del producto informativo, que carecía de alcance estratégico y que alimentaba el suicidio. Era evidente que los lectores compraban el periódico más interesados en el DVD, en el libro o la cristalería que en la oferta informativa del medio, pero nadie lo reconocía. También era evidente que el dinero entraba disfrazado de publicidad, pero no era producto de estrategias de publicidad o de marketing sino pago de impunidades o producto de componendas y de tráfico de poder e influencias.
Algunas empresas editoriales aprovecharon su complicidad con los poderes para hacer negocios inmobiliarios con sus viejas sedes o para diversificar su actividad empresarial, incursionando en terrenos donde existían ventajas, oportunidades e información privilegiada. Esas maniobras producían más dinero y potenciaban el espejismo, pero el negocio tradicional, el de la información, continuaba su peligroso declive.
Por eso, cuando aparecieron nuevos productos como los blogs y periódicos digitales, cuando Internet se reveló como un especio independiente para informarse o cuando irrumpieron los gratuitos en el mercado, la crisis de la prensa tradicional se agudizó porque los ciudadanos recibieron esos nuevos medios con los brazos abiertos, porque ya habían roto antes sus vínculos de complicidad con la vieja prensa.
El divorcio entre prensa tradicional y ciudadanos es toda una tragedia para la democracia y para el equilibrio de la sociedad, que sigue necesitando esa prensa para cumplir aquellas funciones que motivaron su nacimiento: informar verazmente, crear opinión, entretener y controlar desde la independencia y el sentido crítico, a los grandes poderes, sobre todo al Estado.
Pero el mayor problema para la prensa escrita hoy es cómo recuperar el terreno perdido, si es que de verdad quiere recuperarlo, algo dudoso si se tienen en cuenta factores como la difícil ruptura de los pactos de hierro suscritos entre la vieja prensa y los poderes, el gran descrédito acumulado, la falta de credibilidad de esos medios y el desprestigio del periodista, antes considerado como el héroe democrático buscador incansable de la verdad y hostigador incomodo de los poderosos, y visto ahora como el villano que se ha hecho cómplice del poder y que ha entregado su independencia, su ética y su servicio a los ciudadanos y a la sociedad civil a cambio de poder, dinero y brillo social.
Fin