Es cierto que la mayor amenaza para la prensa escrita en los últimos años no ha sido la consecuencia de una gran innovación, ni ha llegado de la mano de las nuevas tecnologías, sino por la aplicación de una idea tan simple como eficaz: regalar en horas tempranas un periódico que pueda leerse fácilmente y que cubra las apetencias informativas básicas.
Sin embargo, también es cierto que el éxito del gratuito, que ya acapara nada menos que el 41,1% del mercado español, que a lo largo del año 2005 se ha revelado como el mayor enemigo de la prensa diaria tradicional y una de cuyas cabeceras, el "20 minutos", quizás sea ya el diario con más lectores en España, no se explica únicamente por la simpleza y genialidad de su fórmula.
España es uno de los paises del mundo con mayor penetración de la prensa gratuíta, lo que indica, en opinión de los expertos, que los periódicos gratuitos corroen los cimientos de la prensa tradicional porque ésta ya había contraído antes enfermedades mortales.
Cuando los periodistas suecos Pelle Anderson y Robert Braunerhielm y la editora Monica Lindstedt y distribuyeron el primer ejemplar de "Metro" en Estocolmo, en febrero de 1995, los grandes diarios ya habían cometido graves errores estratégicos y mostraban síntomas evidentes de su decadencia.
El primer error fue perder el norte y olvidar los nobles orígenes de la prensa moderna. Esa prensa fue una creación del ciudadano en el siglo XVIII, que concibió la prensa libre como un instrumento imprescindible para la defensa de la democracia y para controlar al poder del Estado, siempre desbocado, siempre insaciable. Las empresas editoriales cambiaron su alianza natural con los ciudadanos por una alianza artificial e interesada con la política y los grandes poderes. El resultado fue una catástrofe: la prensa sucumbió a la fascinación del poder, perdió la independencia, se alejó del concepto "objetividad" y creyó a pie juntillas aquel mensaje envenenado que describía a los periódicos como "el cuarto poder". El error fue garrafal porque las empresas editoras lucharon por ser el cuarto poder, cuando eran más que el primero. Al estar al lado del ciudadano, la prensa libre y democrática compartía el poder del ciudadano, que es el supremo en democracia, el que posee la soberanía, el que otorga o quita la legtimidad al poder público y el que pone y quita gobiernos.
El segundo gran error fue perder los nervios ante los primeros reveses y descensos en los índices de lectores. En lugar de apoyarse en los profesionales y reforzar las redaciones para enderezar el rumbo mediante renovadas capacidades informativas, las empresas editoras se apoyaron en los gerentes y abrieron las puertas del negocio a los economistas y técnicos del marketing, a los que entregaron el timón de un negocio que no entendían y al que aplicaron, sustancialmente, las mismas recetas que servían para relanzar supermercados, empresas eléctricas o negocios de venta de coches.
Después de esos errores iniciales llegaron, en cadena y con cierta lógica, todos los demas: alianzas con los poderes públicos para incrementar poder, influencia e ingresos publicitarios, algo que impedía una información política veraz e independiente; alianzas con grandes empresas anunciantes, sobre las que ya no se podía informar libremente; incremento artificial de las tiradas, basadas en acuerdos de venta de paquetes de periódicos con grandes anunciantes y, sobre todo, de grandes promociones, algo que, además de ser enormemente costoso, confundió al lector y desprestigió a unos medios que, ante los ojos del ciudadano aparecían ya como "bazares" distribuidores de porcelana, relojes, libros, vídeos, cuberterías y mil artilugios más.
Esta política potenció la debilidad de los medios porque sólo introdujo parches paliativos, mientras que la esencia del negocio, peridística, informativa y cívica, continuaba enferma y sin tratamiento. A partir de ahi, todo fue cuestión de tiempo y los errores en cadena consagraron los tres grandes males de la prensa escrita actual: divorcio con los ciudadanos y lectores, pérdida de credibilidad y pérdida de prestigio.
(sigue)
Sin embargo, también es cierto que el éxito del gratuito, que ya acapara nada menos que el 41,1% del mercado español, que a lo largo del año 2005 se ha revelado como el mayor enemigo de la prensa diaria tradicional y una de cuyas cabeceras, el "20 minutos", quizás sea ya el diario con más lectores en España, no se explica únicamente por la simpleza y genialidad de su fórmula.
España es uno de los paises del mundo con mayor penetración de la prensa gratuíta, lo que indica, en opinión de los expertos, que los periódicos gratuitos corroen los cimientos de la prensa tradicional porque ésta ya había contraído antes enfermedades mortales.
Cuando los periodistas suecos Pelle Anderson y Robert Braunerhielm y la editora Monica Lindstedt y distribuyeron el primer ejemplar de "Metro" en Estocolmo, en febrero de 1995, los grandes diarios ya habían cometido graves errores estratégicos y mostraban síntomas evidentes de su decadencia.
El primer error fue perder el norte y olvidar los nobles orígenes de la prensa moderna. Esa prensa fue una creación del ciudadano en el siglo XVIII, que concibió la prensa libre como un instrumento imprescindible para la defensa de la democracia y para controlar al poder del Estado, siempre desbocado, siempre insaciable. Las empresas editoriales cambiaron su alianza natural con los ciudadanos por una alianza artificial e interesada con la política y los grandes poderes. El resultado fue una catástrofe: la prensa sucumbió a la fascinación del poder, perdió la independencia, se alejó del concepto "objetividad" y creyó a pie juntillas aquel mensaje envenenado que describía a los periódicos como "el cuarto poder". El error fue garrafal porque las empresas editoras lucharon por ser el cuarto poder, cuando eran más que el primero. Al estar al lado del ciudadano, la prensa libre y democrática compartía el poder del ciudadano, que es el supremo en democracia, el que posee la soberanía, el que otorga o quita la legtimidad al poder público y el que pone y quita gobiernos.
El segundo gran error fue perder los nervios ante los primeros reveses y descensos en los índices de lectores. En lugar de apoyarse en los profesionales y reforzar las redaciones para enderezar el rumbo mediante renovadas capacidades informativas, las empresas editoras se apoyaron en los gerentes y abrieron las puertas del negocio a los economistas y técnicos del marketing, a los que entregaron el timón de un negocio que no entendían y al que aplicaron, sustancialmente, las mismas recetas que servían para relanzar supermercados, empresas eléctricas o negocios de venta de coches.
Después de esos errores iniciales llegaron, en cadena y con cierta lógica, todos los demas: alianzas con los poderes públicos para incrementar poder, influencia e ingresos publicitarios, algo que impedía una información política veraz e independiente; alianzas con grandes empresas anunciantes, sobre las que ya no se podía informar libremente; incremento artificial de las tiradas, basadas en acuerdos de venta de paquetes de periódicos con grandes anunciantes y, sobre todo, de grandes promociones, algo que, además de ser enormemente costoso, confundió al lector y desprestigió a unos medios que, ante los ojos del ciudadano aparecían ya como "bazares" distribuidores de porcelana, relojes, libros, vídeos, cuberterías y mil artilugios más.
Esta política potenció la debilidad de los medios porque sólo introdujo parches paliativos, mientras que la esencia del negocio, peridística, informativa y cívica, continuaba enferma y sin tratamiento. A partir de ahi, todo fue cuestión de tiempo y los errores en cadena consagraron los tres grandes males de la prensa escrita actual: divorcio con los ciudadanos y lectores, pérdida de credibilidad y pérdida de prestigio.
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