El Estado, el monstruo Leviatán
Si el siglo XX fue el del auge de los grandes estados poderosos (soviético, nazi, fascista y democrático), todo parece indicar que el XXI será testigo de la sustitución definitiva de esos monstruos estatales huecos y deshumanizados por sistemas más limpios y justos, capaces de dignificar al hombre. Tres de esos cuatro ogros (soviético, nazi y fascista) ya han desaparecido y ahora le toca el turno al único superviviente, a las democracias, que están degradadas y que están siguiendo, de manera inexorable, el mismo camino que llevó a la URSS hasta la perdición: prostitución de los conceptos básicos de la democracia, recorte de las libertades y derechos, invasión de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial por unos partidos políticos descontrolados y sedientos de poder, monopolio del poder por una casta política profesional, descrédito de esas castas poderosas, divorcio entre políticos y ciudadanos, desconfianza de la sociedad, injusticia social, crecimiento de la desigualdad, privilegios detestables para las castas poderosas, enroques defensivos del poder, huida hacia adelante en busca del crecimiento económico como salvación del sistema y un descontento creciente entre las masas.
No sabemos que será lo nuevo que sustituya a la democracia que han prostituido nuestros políticos, pero ojalá sea algo mejor que lo que tenemos, un sistema que recupere los valores perdidos, que desarme a los canallas que gobiernan con el hígado, sin corazón ni alma, y que recoloque al ciudadano en el centro del poder.
Esos políticos nuestros que roban, despilfarran, adoran los privilegios inmerecidos, gobiernan contra la voluntad popular y se rodean de miserables en el corazón del Estado y sus instituciones son muertos vivientes sin alma, miembros de un mundo corrupto y degradado que se extingue y que padece los estertores de la muerte.
La democracia está tan prostituida que quizás no tenga cura. Fue ideada como un sistema para controlar el poder del Estado, ese Estado-monstruo al que el filósofo inglés Thomas Hobbes llamó Leviatán. La democracia encierra al monstruo Leviatán en una jaula con muchos corrojos, controles, contrapesos y frenos, siempre para que no se desmadre y destroce al ser humano. Pero los políticos, ambiciosos, codiciosos, irresponsables y siempre ávidos de más poder, riqueza y ventajas, han destrozado la jaula, ha roto las cerraduras y ha dejado el monstruo en libertad, sin que ya sea posible volverlo a encerrar. La democracia ha sido asesinada precisamente por aquellos que tenían el deber de cuidarla: los políticos.
¿Cuánto tiempo tardará el animal enfermo en caer derrengado? La URSS tardó cuatro años desde el trauma de Chernobil, pero la democracia degradada tardará más porque su proceso de putrefacción interno es más lento, su economía funciona mejor y su cuota de libertades y derechos ciudadanos es muy superior. Sin embargo, terminará por hundirse, víctima de la falta de ética, el mal gobierno y el abuso de poder, las mismas enfermedades que arruinan todas las revoluciones, tal vez ahora, como consecuencia de la brutal crisis financiera del 2008, o dentro de cinco años, en no más de diez o quince. En cualquier caso, la sentencia de muerte ya está firmada.
Con la vieja democracia vigente, un gobierno como el de Pedro Sánchez nunca habría sido posible porque el sistema expulsaba a los corruptos, a los totalitarios y a los hijos del odio que quieren destruir las naciones y las libertades y derechos, pero hoy, esos contubernios que reúne a partidos diferentes y hasta antagónicos sólo por el ansia de poder son desgraciadamente posibles y hasta consiguen triunfar. La democracia original, con sus límites al poder, sus exigencias éticas, su prensa libre al servicio de los ciudadanos y de la verdad, sus leyes inquebrantables, garantizaba que jaurías unidas por el odio a la derecha y por otras pasiones inconfesables, como la que hoy gobierna España, pudieran cuajar.
Francisco Rubiales
No sabemos que será lo nuevo que sustituya a la democracia que han prostituido nuestros políticos, pero ojalá sea algo mejor que lo que tenemos, un sistema que recupere los valores perdidos, que desarme a los canallas que gobiernan con el hígado, sin corazón ni alma, y que recoloque al ciudadano en el centro del poder.
Esos políticos nuestros que roban, despilfarran, adoran los privilegios inmerecidos, gobiernan contra la voluntad popular y se rodean de miserables en el corazón del Estado y sus instituciones son muertos vivientes sin alma, miembros de un mundo corrupto y degradado que se extingue y que padece los estertores de la muerte.
La democracia está tan prostituida que quizás no tenga cura. Fue ideada como un sistema para controlar el poder del Estado, ese Estado-monstruo al que el filósofo inglés Thomas Hobbes llamó Leviatán. La democracia encierra al monstruo Leviatán en una jaula con muchos corrojos, controles, contrapesos y frenos, siempre para que no se desmadre y destroce al ser humano. Pero los políticos, ambiciosos, codiciosos, irresponsables y siempre ávidos de más poder, riqueza y ventajas, han destrozado la jaula, ha roto las cerraduras y ha dejado el monstruo en libertad, sin que ya sea posible volverlo a encerrar. La democracia ha sido asesinada precisamente por aquellos que tenían el deber de cuidarla: los políticos.
¿Cuánto tiempo tardará el animal enfermo en caer derrengado? La URSS tardó cuatro años desde el trauma de Chernobil, pero la democracia degradada tardará más porque su proceso de putrefacción interno es más lento, su economía funciona mejor y su cuota de libertades y derechos ciudadanos es muy superior. Sin embargo, terminará por hundirse, víctima de la falta de ética, el mal gobierno y el abuso de poder, las mismas enfermedades que arruinan todas las revoluciones, tal vez ahora, como consecuencia de la brutal crisis financiera del 2008, o dentro de cinco años, en no más de diez o quince. En cualquier caso, la sentencia de muerte ya está firmada.
Con la vieja democracia vigente, un gobierno como el de Pedro Sánchez nunca habría sido posible porque el sistema expulsaba a los corruptos, a los totalitarios y a los hijos del odio que quieren destruir las naciones y las libertades y derechos, pero hoy, esos contubernios que reúne a partidos diferentes y hasta antagónicos sólo por el ansia de poder son desgraciadamente posibles y hasta consiguen triunfar. La democracia original, con sus límites al poder, sus exigencias éticas, su prensa libre al servicio de los ciudadanos y de la verdad, sus leyes inquebrantables, garantizaba que jaurías unidas por el odio a la derecha y por otras pasiones inconfesables, como la que hoy gobierna España, pudieran cuajar.
Francisco Rubiales