El PP se encuentra inmerso en una batalla por el poder en la que la única candidatura visible es la de Mariano Rajoy, pero donde otra opción más aguerrida, liberal y menos acomplejada se abre camino. El partido está dividido y sometido a movimientos telúricos internos de gran intensidad. Los descontentos con la floja renovación de Rajoy han sumado sus fuerzas a la oposición, apoyada desde la trastienda por los peones de Esperanza Aguirre.
El discurso pronunciado ayer por Esperanza Aguirre, que no descartó presentar una candidatura para presidir el PP, sacudió a la derecha española como un latigazo y hizo ver a los militantes que existe la esperanza, que no hay por qué seguir respirando desidia y derrota, que bajo la dirección de Rajoy llevan años con la cabeza agachada, aceptando sin resistencia que la derecha española es el pasado y sometidos a una direccción política acomplejada, sin empuje, sin nervio, incapaz de plantar cara a la propaganda socialista.
En esa lucha por el poder, que será intensa y tendrá un gran peso en el futuro de España, hay dos factores que serán decisivos: el primero es que alguien apueste por una auténtica renovación del partido, no tanto de personas como de ideas y métodos, un cambio profundo que transforme al PP en un partido auténticamente democrático; el segundo es lograr el apoyo de los dos personajes actualmente más influyentes de la derecha española, que son el ex presidente José María Aznar y Rodrigo Rato.
El gran problema del actual PP es que los ciudadanos no lo perciben como un partido diferente al PSOE, ni más democrático, ni más limpio, porque sus semejanzas pesan más que sus diferencias: su arrogancia es la misma, su veneración a la partitocracia es idéntica, su desprecio a la ciudadanía es similar y ambos partidos se sienten a gusto en las aguas sucias de la degenerada democracia española, necesitada de una urgente regeneración ética y política.
Si uno de los líderes del PP que aspiran a controlar el partido en los próximos años fuera capaz de conectar con la ciudadanía abandonada, si se decidiera a emprender la senda que ha iniciado Unión Progreso y Democracia (UPyD), tal vez se encontraría con sorpresas muy agradables, sobre todo con una masa de votantes que recuperarían la fe en el partido, el entusiasmo por la política, la esperanza en el sistema y la confianza en sus dirigentes. Pero si la lucha se mantiene, como hasta ahora, en los pobres y estrechos límites de una disputa interna por el poder, cualquier solución dejará a la derecha española inerme y escuálida, sin muchas esperanzas de victoria frente a un PSOE que sí es capaz de arriesgar y de intentar cambiar el país, aunque lo esté haciendo mal, poniendo en peligro la cohesión, rompiendo la igualdad y alimentando la corrupción, la bestia del nacionalismo y la ineficiencia.
Si ún factor decisivo para la batalla que libra la derecha es la voluntad regeneradora, el otro factor decisivo será el apoyo concreto de los dos líderes de la derecha actual con más poder e influencia, José María Aznar y Rodrigo Rato, cualquiera de los dos con más carisma y arrastre que el frígido Rajoy. Quien consiga el apoyo de esos dos pesos pesados, ganará el próximo congreso del PP.
El discurso pronunciado ayer por Esperanza Aguirre, que no descartó presentar una candidatura para presidir el PP, sacudió a la derecha española como un latigazo y hizo ver a los militantes que existe la esperanza, que no hay por qué seguir respirando desidia y derrota, que bajo la dirección de Rajoy llevan años con la cabeza agachada, aceptando sin resistencia que la derecha española es el pasado y sometidos a una direccción política acomplejada, sin empuje, sin nervio, incapaz de plantar cara a la propaganda socialista.
En esa lucha por el poder, que será intensa y tendrá un gran peso en el futuro de España, hay dos factores que serán decisivos: el primero es que alguien apueste por una auténtica renovación del partido, no tanto de personas como de ideas y métodos, un cambio profundo que transforme al PP en un partido auténticamente democrático; el segundo es lograr el apoyo de los dos personajes actualmente más influyentes de la derecha española, que son el ex presidente José María Aznar y Rodrigo Rato.
El gran problema del actual PP es que los ciudadanos no lo perciben como un partido diferente al PSOE, ni más democrático, ni más limpio, porque sus semejanzas pesan más que sus diferencias: su arrogancia es la misma, su veneración a la partitocracia es idéntica, su desprecio a la ciudadanía es similar y ambos partidos se sienten a gusto en las aguas sucias de la degenerada democracia española, necesitada de una urgente regeneración ética y política.
Si uno de los líderes del PP que aspiran a controlar el partido en los próximos años fuera capaz de conectar con la ciudadanía abandonada, si se decidiera a emprender la senda que ha iniciado Unión Progreso y Democracia (UPyD), tal vez se encontraría con sorpresas muy agradables, sobre todo con una masa de votantes que recuperarían la fe en el partido, el entusiasmo por la política, la esperanza en el sistema y la confianza en sus dirigentes. Pero si la lucha se mantiene, como hasta ahora, en los pobres y estrechos límites de una disputa interna por el poder, cualquier solución dejará a la derecha española inerme y escuálida, sin muchas esperanzas de victoria frente a un PSOE que sí es capaz de arriesgar y de intentar cambiar el país, aunque lo esté haciendo mal, poniendo en peligro la cohesión, rompiendo la igualdad y alimentando la corrupción, la bestia del nacionalismo y la ineficiencia.
Si ún factor decisivo para la batalla que libra la derecha es la voluntad regeneradora, el otro factor decisivo será el apoyo concreto de los dos líderes de la derecha actual con más poder e influencia, José María Aznar y Rodrigo Rato, cualquiera de los dos con más carisma y arrastre que el frígido Rajoy. Quien consiga el apoyo de esos dos pesos pesados, ganará el próximo congreso del PP.