Los políticos recurren siempre al concepto de "la inmensa mayoría" cuando quieren justificar sus decisiones o dar solvencia a sus palabras. Los socialistas, por ejemplo, para justificar su deseo de negociar en el futuro con los terroristas, siguen afirmando hoy que "la inmensa mayoría" desea la paz con ETA, mientras que el PP afirma que la "inmensa mayoría" no quiere "la rendición" del Estado de derecho ante el terrorismo etarra. Todos aseguran contar con "la inmensa mayoría", pero, en realidad, a ninguno les interesa lo que piensan u opinan esas masas populares relegadas y exiliadas de la democracia porque estorban al monopolio del poder que representan los partidos políticos.
Si los partidos quisieran conocer realmente lo que piensa y opina esa "inmensa mayoría", podrían hacerlo fácilmente, pero no tienen el más mínimo interés en saberlo porque, si lo supieran, tendrían que seguir esos criterios ciudadanos y perderían poder.
Existen las tecnologías y las condiciones necesarias para que el pensamiento y el criterio de la mayoría de los ciudadanos pudiera ser conocido, en tiempo real y de manera científica, en cada instante, ante cada problema, duda o incógnita. Los expertos en sociología, derecho y pensamiento político no cesan de decir a los políticos que necesitan revitalizar la democracia y que existen todas las condiciones necesarias para recuperar aquel concepto puro de "democracia directa y deliberativa" que se dio en el Ágora de Atenas, en los brillantes tiempos clásicos de Pericles, cuando los ciudadanos deliberaban y decidían por mayoría la política de la ciudad.
Existen encuestas rápidas y fiables que reflejan el criterio de la mayoría con márgenes de error inferiores al 3 por ciento. A través de Internet, los ciudadanos pueden responder cada día a cuestionarios gubernamentales sobre los grandes temas de interés general: ¿Cómo hacemos frente a la crisis? ¿Es lícito el despilfarro de nuestros políticos en tiempos de crisis? ¿Cómo detener el hundimiento de la economía y el torrente de parados? ¿Que hacemos con la inmigración? ¿Nos retiramos de Irak? ¿Es democrático el nuevo Estatuto de Cataluña? ¿Negociamos con ETA? ¿Apoyamos o aplastamos a las víctimas del terrorismo? ¿Que piensa usted de la cuestión de Gibraltar?... etc.
Conocer las respuestas ciudadanas a esas preguntas obligaría a los gobiernos y a los partidos a someterse a los criterios de la ciudadanía y a ser demócratas, algo que no les conviene. Imaginemos, por ejemplo, que la inmensa mayoría quiere que se adelgace el Estado y que en lugar de esos casi 3.5 millones de funcionarios, cargos, enchufados y parásitos que cobran del erario público, el número se reduzca a un tercio, como recomiendan los expertos. ¿Que harían los políticos con sus familiares, amiguetes, enchufados y gente del partido a la que hay que colocar? Imaginemos que la inmensa mayoría desprecia a los políticos que despilfarran, como el gallego Touriño, experto en gastar en coches de ensueño y en mesas y sillas que cuestan más que un apartamento. ¿Habría, entonces, que despedir al cacique socialista gallego?
Los partidos políticos y los gobiernos son, por desgracia, los peores enemigos de la verdadera democracia. Han hipertrofiado su representación y han marginado vergonzosamente al ciudadano, expulsándolo de la participación política, bajo la excusa de que la sociedad es muy compleja y que resulta imposible saber qué piensan los ciudadanos en cada momento, lo que justifica los privilegios y poderes especiales de los representantes, que, de hecho, pueden gobernar y decidir al margen y hasta en contra de los criterios de la "inmensa mayoría".
Pero esa excusa ya no es válida porque el advenimiento de la Sociedad de la información y del conocimiento, con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) permite convertir el mundo entero en un gran Ágora donde los ciudadanos participan, debaten y hacen valer sus criterios, como corresponde en democracia.
Sólo bastaría con que los gobiernos y los partidos que los controlan quisieran. Pero no quieren. Para conseguirlo, tendrían que emplear apenas un tercio del esfuerzo que emplean en cobrar los impuestos cada año a la totalidad de la población. La única diferencia es que a ellos, miembros de la oligarquía política que está asesinando la verdadera democracia, sí les interesa "exprimir" al ciudadano y llenar las arcas públicas, mientras que no les interesa en modo alguno conocer lo que opinan, quieren y sueñan.
Es así de triste... y así de sucio.
Si los partidos quisieran conocer realmente lo que piensa y opina esa "inmensa mayoría", podrían hacerlo fácilmente, pero no tienen el más mínimo interés en saberlo porque, si lo supieran, tendrían que seguir esos criterios ciudadanos y perderían poder.
Existen las tecnologías y las condiciones necesarias para que el pensamiento y el criterio de la mayoría de los ciudadanos pudiera ser conocido, en tiempo real y de manera científica, en cada instante, ante cada problema, duda o incógnita. Los expertos en sociología, derecho y pensamiento político no cesan de decir a los políticos que necesitan revitalizar la democracia y que existen todas las condiciones necesarias para recuperar aquel concepto puro de "democracia directa y deliberativa" que se dio en el Ágora de Atenas, en los brillantes tiempos clásicos de Pericles, cuando los ciudadanos deliberaban y decidían por mayoría la política de la ciudad.
Existen encuestas rápidas y fiables que reflejan el criterio de la mayoría con márgenes de error inferiores al 3 por ciento. A través de Internet, los ciudadanos pueden responder cada día a cuestionarios gubernamentales sobre los grandes temas de interés general: ¿Cómo hacemos frente a la crisis? ¿Es lícito el despilfarro de nuestros políticos en tiempos de crisis? ¿Cómo detener el hundimiento de la economía y el torrente de parados? ¿Que hacemos con la inmigración? ¿Nos retiramos de Irak? ¿Es democrático el nuevo Estatuto de Cataluña? ¿Negociamos con ETA? ¿Apoyamos o aplastamos a las víctimas del terrorismo? ¿Que piensa usted de la cuestión de Gibraltar?... etc.
Conocer las respuestas ciudadanas a esas preguntas obligaría a los gobiernos y a los partidos a someterse a los criterios de la ciudadanía y a ser demócratas, algo que no les conviene. Imaginemos, por ejemplo, que la inmensa mayoría quiere que se adelgace el Estado y que en lugar de esos casi 3.5 millones de funcionarios, cargos, enchufados y parásitos que cobran del erario público, el número se reduzca a un tercio, como recomiendan los expertos. ¿Que harían los políticos con sus familiares, amiguetes, enchufados y gente del partido a la que hay que colocar? Imaginemos que la inmensa mayoría desprecia a los políticos que despilfarran, como el gallego Touriño, experto en gastar en coches de ensueño y en mesas y sillas que cuestan más que un apartamento. ¿Habría, entonces, que despedir al cacique socialista gallego?
Los partidos políticos y los gobiernos son, por desgracia, los peores enemigos de la verdadera democracia. Han hipertrofiado su representación y han marginado vergonzosamente al ciudadano, expulsándolo de la participación política, bajo la excusa de que la sociedad es muy compleja y que resulta imposible saber qué piensan los ciudadanos en cada momento, lo que justifica los privilegios y poderes especiales de los representantes, que, de hecho, pueden gobernar y decidir al margen y hasta en contra de los criterios de la "inmensa mayoría".
Pero esa excusa ya no es válida porque el advenimiento de la Sociedad de la información y del conocimiento, con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) permite convertir el mundo entero en un gran Ágora donde los ciudadanos participan, debaten y hacen valer sus criterios, como corresponde en democracia.
Sólo bastaría con que los gobiernos y los partidos que los controlan quisieran. Pero no quieren. Para conseguirlo, tendrían que emplear apenas un tercio del esfuerzo que emplean en cobrar los impuestos cada año a la totalidad de la población. La única diferencia es que a ellos, miembros de la oligarquía política que está asesinando la verdadera democracia, sí les interesa "exprimir" al ciudadano y llenar las arcas públicas, mientras que no les interesa en modo alguno conocer lo que opinan, quieren y sueñan.
Es así de triste... y así de sucio.