Bajo el liderazgo de Zapatero, el socialismo vivió una etapa de indignidad y de fracaso moral sin precedentes, un declive político, ideológico y ético que la historia condenará, no sólo por lo que significó de negativo para España, sino por la cobardía de una militancia socialista que permitió a sus dirigentes, sin rebeldía alguna, perpetrar toda una interminable serie de errores, traiciones, atropellos, indignidades, injusticias y abusos.
La reiterada negación de la crisis, motivada por el ansia de ganar unas elecciones, el despilfarro, la negociación oscura y tramposa con ETA y otras muchas fueron fechorías típicas de aquel socialismo sin ética ni decencia patrocinado por el inepto presidente de León, hoy escondido, sin haber pedido perdón por sus estragos a España y vergonzosamente cobrando como miembro del Consejo de Estado, después de haber recibido de su pueblo el más brutal de los rechazos.
El pago a los terroristas de un cuantioso rescate (de entre 8 y 10 millones de euros, según la prensa), con dinero público, a cambio de la libertad de los dos cooperantes catalanes secuestrados por Al Queda en Mauritania, sobre los que pesaban sospechas y acusaciones de ser más turistas solidarios que verdaderos luchadores por la justicia internacional, due una de las fechorías típicas de aquel socialismo español que cargaba sus alforjas de ignominia e indecencia en el ejercicio del poder. Al negociar con terroristas y pagar un precio por el rescate, Zapatero no sólo demuestró que el negocio del secuestro y el ultraje terrorista es rentable, sino que permitió también a esos grupos renover su armamento y reforzar sus estructuras de poder y vocación delictiva.
Pero las traiciones y fracasos "antisocialistas" del zapaterismo han sido muchas más y de mayor calado, como las de hacer pagar a los más débiles (pensionistas, viudas, desempleados y funcionarios) el peso de la crisis, la negativa terca a reducir drásticamente el despilfarro público y los privilegios de la casta política gobernante, la incapacidad para reducir la monstruosa dimensión del aparato estatal, insostenible e ineficaz, el apoyo activo al nacionalismo más antiespañol y disgregador, la utilización de la mentira y del engaño como instrumentos básicos de gobierno, el acoso directo a la Constitución, la compra, con dinero público, de los votos nacionalistas que él necesitaba para seguir gobernando, la utilización de talonario de cheques como elemento fundamental de la política exterior española, su errónea y destructiva política económica, culpable del empobrecimiento de España, de los más de cinco millones de parados que pululan por las calles españolas y de la destrucción masiva de tejido productivo, además de su protagonismo indiscutible en la división de la sociedad española y en el profundo desprestigio de la política y hasta de la democracia en España hacen de Zapatero no sólo el peor gobernante de la España moderna en varios siglos, sino el "enterrador" de un socialismo basado en la ética y en la decencia, como lo concibieron León Bloom Jaurés y otros muchos pensadores históricos de la izquierda.
La desmoralización en las filas del socialismo español es ya dramática y no se ha frenado con la derrota y huida de Zapatero. Miles de socialistas honrados se sienten ideológica y moralmente vejados por su partido, además de avergonzados ante el comportamiento de sus líderes y los dramáticos resultados para España que tovo el último gobierno socialista.
El gran drama actual del PSOE es que los socialistas honrados que soñaban con una profunda refundación del PSOE se están marchando de la política, desesperados ante el continuismo de Rubalcaba y la persistencia en el error de forjar un PSOE cuya principal y casi única ideología es el poder y el reparto de beneficios entre sus socios (militantes y aliados). Sin esa fuerza renovadora interna, el socialismo español es poco más que una banda sin escrúpulos que orienta todos sus esfuerzos hacia la conquista del poder y el reparto del botín. Un socialismo así, por fortuna, no tiene espacio en un futuro que cada vez se perfila más como profundamente marcado por el renacimiento ético, el protagonismo de los ciudadanos y la exigencia de más decencia y solvencia en la política y los poderes públicos.
El gran drama de España es que la revolución ética que el país necesita para sobrevivir no la quiere hacer el PSOE, que podría hacerla si se refundara desde la honradez, ni la hará una derecha que hace mucho tiempo renunció a las ideas y principios para abrazar, al igual que el PSOE, la cultura del poder y del reparto entre los suyos del botín del Estado.
La reiterada negación de la crisis, motivada por el ansia de ganar unas elecciones, el despilfarro, la negociación oscura y tramposa con ETA y otras muchas fueron fechorías típicas de aquel socialismo sin ética ni decencia patrocinado por el inepto presidente de León, hoy escondido, sin haber pedido perdón por sus estragos a España y vergonzosamente cobrando como miembro del Consejo de Estado, después de haber recibido de su pueblo el más brutal de los rechazos.
El pago a los terroristas de un cuantioso rescate (de entre 8 y 10 millones de euros, según la prensa), con dinero público, a cambio de la libertad de los dos cooperantes catalanes secuestrados por Al Queda en Mauritania, sobre los que pesaban sospechas y acusaciones de ser más turistas solidarios que verdaderos luchadores por la justicia internacional, due una de las fechorías típicas de aquel socialismo español que cargaba sus alforjas de ignominia e indecencia en el ejercicio del poder. Al negociar con terroristas y pagar un precio por el rescate, Zapatero no sólo demuestró que el negocio del secuestro y el ultraje terrorista es rentable, sino que permitió también a esos grupos renover su armamento y reforzar sus estructuras de poder y vocación delictiva.
Pero las traiciones y fracasos "antisocialistas" del zapaterismo han sido muchas más y de mayor calado, como las de hacer pagar a los más débiles (pensionistas, viudas, desempleados y funcionarios) el peso de la crisis, la negativa terca a reducir drásticamente el despilfarro público y los privilegios de la casta política gobernante, la incapacidad para reducir la monstruosa dimensión del aparato estatal, insostenible e ineficaz, el apoyo activo al nacionalismo más antiespañol y disgregador, la utilización de la mentira y del engaño como instrumentos básicos de gobierno, el acoso directo a la Constitución, la compra, con dinero público, de los votos nacionalistas que él necesitaba para seguir gobernando, la utilización de talonario de cheques como elemento fundamental de la política exterior española, su errónea y destructiva política económica, culpable del empobrecimiento de España, de los más de cinco millones de parados que pululan por las calles españolas y de la destrucción masiva de tejido productivo, además de su protagonismo indiscutible en la división de la sociedad española y en el profundo desprestigio de la política y hasta de la democracia en España hacen de Zapatero no sólo el peor gobernante de la España moderna en varios siglos, sino el "enterrador" de un socialismo basado en la ética y en la decencia, como lo concibieron León Bloom Jaurés y otros muchos pensadores históricos de la izquierda.
La desmoralización en las filas del socialismo español es ya dramática y no se ha frenado con la derrota y huida de Zapatero. Miles de socialistas honrados se sienten ideológica y moralmente vejados por su partido, además de avergonzados ante el comportamiento de sus líderes y los dramáticos resultados para España que tovo el último gobierno socialista.
El gran drama actual del PSOE es que los socialistas honrados que soñaban con una profunda refundación del PSOE se están marchando de la política, desesperados ante el continuismo de Rubalcaba y la persistencia en el error de forjar un PSOE cuya principal y casi única ideología es el poder y el reparto de beneficios entre sus socios (militantes y aliados). Sin esa fuerza renovadora interna, el socialismo español es poco más que una banda sin escrúpulos que orienta todos sus esfuerzos hacia la conquista del poder y el reparto del botín. Un socialismo así, por fortuna, no tiene espacio en un futuro que cada vez se perfila más como profundamente marcado por el renacimiento ético, el protagonismo de los ciudadanos y la exigencia de más decencia y solvencia en la política y los poderes públicos.
El gran drama de España es que la revolución ética que el país necesita para sobrevivir no la quiere hacer el PSOE, que podría hacerla si se refundara desde la honradez, ni la hará una derecha que hace mucho tiempo renunció a las ideas y principios para abrazar, al igual que el PSOE, la cultura del poder y del reparto entre los suyos del botín del Estado.