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El fracaso de los partidos políticos (DS)





Basta con echar una mirada al mundo actual para percatarse que la política ha fracasado y que la democracia basada en el dominio de los partidos políticos (partitocracia) no funciona. La experiencia ha demostrado que los partidos políticos no sirven para gestionar la democracia porque acumulan demasiado poder, eliminan los controles, cautelas y contrapesos del sistema y aprovechan su posición para prostituir la democracia, expulsando a los ciudadanos del proceso de toma de decisiones y suprimiendo cualquier traba ética o legal que ponga límites a su dominio.

El fracaso del mundo político actual, basado en los partidos, es casi absoluto. A pesar de que los actuales gobiernos acumulan más poder, de hecho, que los faraones del antiguo Egipto o los emperadores persas, no han conseguido eliminar ninguna de las grandes lacras y déficits que hostigan a la raza humana: hambre, enfermedad, pobreza, indefensión de los débiles, desigualdad, injusticia, inseguridad, violencia,corrupción, abuso de poder, insolidaridad, guerra, etc..

El sistema, dominado y prostituido por los partidos políticos, carece de filtros y garantías, pues permite que acedan al poder canallas, sinvergüenzas y muchos políticos sin la dotación ética y profesional necesaria para actuar como dirigentes.

Proyectos en teoría hermosos como el de unidad de Europa, que partieron de un generoso grito de "nunca mas" de paz y repudio a la violencia bélica, después de dos guerras mundiales terribles, se han ido al traste por culpa de una política que no ha sabido estimular ni despertar en la ciudadanía la bondad, el apoyo mutuo, la hermandad y los valores y que, indigna y vergonzosamente, ha apostado por impulsar en las masas la insolidaridad, el odio, las diferencias, la envidia y otras bajas pasiones y vicios.

La imagen presente de nuestro mundo, sumido en la crisis, sin confianza en sus líderes y deambulando entre la desesperación y la rebelión frente a sus injustos e ineptos líderes, muchas veces atrincherados detrás de la policía y de sus balas de goma, es la prueba evidente de que la política mundial tiene que cambiar y que los partidos políticos, ejes del actual sistema, deben ser arrojados al vertedero por inútiles y depravados.

Hay que recuperar viejas tradiciones democráticas eliminadas por los partidos políticos porque constituían verdaderos diques frente al abuso y la opresión. No es admisible que a un presidente de gobierno se le exija menos formación, conocimientos y valores que a una secretaria o a un director de empresa. A un dirigente político no se le exigen estudios universitarios, ni valor demostrado, ni virtud, ni decencia en su biografía, ni mérito alguno, sino únicamente el apoyo de su partido. Demasiado poco para que el sistema sea confiable. Por esa enorme fisura suelen llegar al poder algunos canallas, no pocos delincuentes, multitud de corruptos y legiones de egoístas sin generosidad ni preparación.

Los romanos, para avanzar en su carrera política (cursus honorum), tenían que superar pruebas constantemente, demostrar su valor y virtud y someterse a controles y juicios muy exigentes. Para llegar a ser legado, censor, pretor o cónsul, un romano tenía que haber combatido en las legiones y superar exámenes rigurosos de solvencia moral y profesional, cada vez que subía un escalón en su carrera, hasta el punto de que un cónsul, al llegar a su cargo, había superado tantas pruebas que su virtud y preparación eran ya hechos constatados para el Estado y la ciudadanía.

En democracia tan degradadas como la española, una de las de peor calidad en el mundo desarrollado, no existen prácticamente controles ni exigencias para los políticos, salvo los controles internos de sus propios partidos, insuficientes y orientados a facilitar el camino hacia el poder de sumisos, pelotas, mediocres y cómplices de los jefes, que son los que deciden.

La nueva democracia deberá restablecer todos los controles que han sido laminados por los partidos políticos, sustituir los actuales partidos por asociaciones de ciudadanos donde el poder no sea controlado por las cúspides sino por las bases, incrementar notablemente las exigencias éticas para acceder al poder y nombrar a personas de gran capacidad intelectual, probada independencia, prestigio cívico y solvencia ética para que, situadas en la cumbre del sistema, supervisen y controlen las carreras políticas de los altos cargos, en especial la de los ministros y jefes de gobierno y de Estado, sin impunidades ni inmunidades, sin excepción alguna, sin privilegios democráticamente indefendibles.

Los gobiernos auténticamente democráticos nunca podrán gobernar en contra de la voluntad popular. Cuando exista conflicto entre lo que recomienda un gobierno y lo que quieren los ciudadanos, habrá que recurrir a la consulta popular. Los actuales partidos dirán que ese sistema es inviable, pero será una mentira defensiva y mafiosa más porque las nuevas tecnologías permiten saber en cada momento qué piensa la población sobre cada uno de los asuntos de interés general. De esa manera, los gobiernos serán fiduciarios y los ciudadanos jamás tendrán que delegar en otros lo que es indelegable por naturaleza: la voluntad popular. Como ocurre en las empresas y en otros sectores de la vida, los ciudadanos, que son los dueños de la gran empresa llamada nación, podrán retirar la confianza y remover a cualquier cargo, cuando éste haya cometido errores imperdonables y violado las reglas básicas de comportamiento.

Eso será una democracia verdadera, ética, decente y responsable, no el actual bodrio, un disfraz basado en la mentira, el engaño y el oprobio cuyo único fin es controlar el poder por parte de una élite usurpadora y tramposa, que llama democracia a la dictadura de partidos y que ni siquiera merece ser respetada.


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Lunes, 9 de Diciembre 2013
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