Basta escuchar hablar a Teresa Jiménez Becerril, hermana del concejal de 37 años del PP asesinado por ETA en Sevilla junto con su esposa, y a Pepiño Blanco, secretario de organización del PSOE, para descubrir que las víctimas son el mayor referente moral en España y que están en el lado positivo de la vida, mientras que el PSOE, enfrentado con los que sufren y con los familiares de quienes han sido asesinados, ha perdido las entrañas y la brújula ética, colocándose en el bando de lo negativo, de lo más cruel y despreciable.
Aplicando la malvada receta del ataque y del insulto al adversario con ánimo de confundir a la sociedad y de impedirle saber donde está el bien y dónde el mal, que es la verdad y qué es la mentira, Pepiño Blanco ha acusado a las víctimas del terrorismo de rodearse de malas compañías.
Hay que tener cinismo para acusar de tener "malas compañías" a una pobre gente que ha perdido a sus esposos, hijos o hermanos, asesinados por una banda de malvados con los que el gobierno de Zapatero se empeña en negociar. Quien de verdad se rodea de malas compañías es el poder político gobernante, que ha considerado "hombres de paz" a asesinos en serie como De Juana Chaos, que ha aplicado la ley con benevolencia a gente que tiene las manos y el alma manchadas de sangre y que se ha sentado y pretende seguir sentándose en una mesa de negociación con asesinos en serie como Josu Ternera y otros.
Los ciudadanos independientes que no están envilecidos por el "hooliganismo" político que contamina a la sociedad española perciben claramente que el gobierno se siente más cerca de ETA que de las víctimas., lo que constituye una vergüenza tanto para los políticos que se sumergen en esa pocilga moral como para los ciudadanos que lo toleran.
Lo que ocurre en España con las víctimas del terrorismo no podría ocurrir en ninguna otra democracia occidental, ni en muchas democracias degradadas del Tercer Mundo. Nadie en su sano juicio puede entender que un gobierno democrático acose a las víctimas del terrorismo y se sienta a gusto con sus asesinos.
Algo muy malo y enfermo está afectando a la vida socialista. ¿No será que esa enfermedad de la cobardía colectiva, que ya es una pandemia en el País Vasco, está contagiando también a las élites que gobiernan un partido como el PSOE, sensible a lo humano y a lo ético en un pasado todavía no lejano?
El comportamiento de Pepiño y sus seguidores se parece demasiado al comportamiento cobarde y ruin que se observa en muchos pueblos y aldeas de Vasconia, donde las víctimas de los terroristas son aisladas y marginadas por la población, mientras que los asesinos se sientan en los ayuntamientos, cobran sueldos públicos y, cuando mueren, reciben homenajes y se les ponen sus nombres a las calles y plazas.
Aplicando la malvada receta del ataque y del insulto al adversario con ánimo de confundir a la sociedad y de impedirle saber donde está el bien y dónde el mal, que es la verdad y qué es la mentira, Pepiño Blanco ha acusado a las víctimas del terrorismo de rodearse de malas compañías.
Hay que tener cinismo para acusar de tener "malas compañías" a una pobre gente que ha perdido a sus esposos, hijos o hermanos, asesinados por una banda de malvados con los que el gobierno de Zapatero se empeña en negociar. Quien de verdad se rodea de malas compañías es el poder político gobernante, que ha considerado "hombres de paz" a asesinos en serie como De Juana Chaos, que ha aplicado la ley con benevolencia a gente que tiene las manos y el alma manchadas de sangre y que se ha sentado y pretende seguir sentándose en una mesa de negociación con asesinos en serie como Josu Ternera y otros.
Los ciudadanos independientes que no están envilecidos por el "hooliganismo" político que contamina a la sociedad española perciben claramente que el gobierno se siente más cerca de ETA que de las víctimas., lo que constituye una vergüenza tanto para los políticos que se sumergen en esa pocilga moral como para los ciudadanos que lo toleran.
Lo que ocurre en España con las víctimas del terrorismo no podría ocurrir en ninguna otra democracia occidental, ni en muchas democracias degradadas del Tercer Mundo. Nadie en su sano juicio puede entender que un gobierno democrático acose a las víctimas del terrorismo y se sienta a gusto con sus asesinos.
Algo muy malo y enfermo está afectando a la vida socialista. ¿No será que esa enfermedad de la cobardía colectiva, que ya es una pandemia en el País Vasco, está contagiando también a las élites que gobiernan un partido como el PSOE, sensible a lo humano y a lo ético en un pasado todavía no lejano?
El comportamiento de Pepiño y sus seguidores se parece demasiado al comportamiento cobarde y ruin que se observa en muchos pueblos y aldeas de Vasconia, donde las víctimas de los terroristas son aisladas y marginadas por la población, mientras que los asesinos se sientan en los ayuntamientos, cobran sueldos públicos y, cuando mueren, reciben homenajes y se les ponen sus nombres a las calles y plazas.