Información y Opinión

El ejemplo inglés





Acabo de pasar cinco días en Londres y he comprobado que, desde la distancia, retirándose del foco, resulta más fácil ver y entender los problemas. En Londres he comprobado que una de las claves de la preocupante situación actual de España como nación es que no sentimos orgullo como pueblo, que nuestros líderes políticos son cobardes y no se atreven a defender el orgullo de ser españoles, a exhibir símbolos de unidad y de nacionalidad.

He visto con envidia como Gran Bretaña resuelve sus complejos problemas de integración multiétnica y cómo los ingleses se sienten orgullosos de pertenecer a un pueblo y a una cultura. He visto Inglaterra llena de banderas, de monumentos que recuerdan su historia, de orgullo patrio plasmado en cada plaza, en cada esquina. He visto como la inmensa mayoría de los millones de indues, paquistanies, musulmanes y miembros de otras ex-colonias que han emigrado a la metrópoli se sienten ingleses o, al menos, desean llegar a ser ingleses, quizás porque piensan que ser inglés es un privilegio.

Ese mensaje de exaltación de lo inglés, de la patria común, es constante y está reforzado por la escenografía, por los símbolos, por los mensajes políticos, por la constante presencia y asimilación de la historia.

He visto en la ciudad de Londres, en cinco días, más banderas inglesas que todas las españolas que he podido ver a lo largo de los últimos 30 años.

He visitado una tienda en Oxford Street donde vendían banderas y pins de cada nación. Los había de todos los paises imaginables, hasta de Malta y de pequeñas repúblicas africanas, pero no las había de España. Le pregunté a la dependienta por qué no tenía la española y me respondió: "Porque no hay demanda, porque los turistas españoles no las compran".

He comprendido en Londres que a los ingleses nunca se les habría ocurrido, como hemos hecho aquí, retirar las últimas estatuas de Franco de nuestras ciudades, tierando así a la basura toda una época de nuestra historia, sólo porque a algunos políticos enanos no les gusta esa etapa.

También he comprendido que los principales culpables de nuestra falta de identidad y de consistencia como nación son nuestros dirigentes políticos, cobardes, incapaces de lucir una bandera de España en la solapa por temor a que les llamen fascistas, incapaces de exhibir orgullo patrio o de pronunciar palabras que exalten el concepto de España. Algún día pagarán esa cobardía y tendrán que asumir que, además de dar órdenes y gozar de los privilegios del rango y de la representación, un dirigente democrático está obñligado a dar ejemplo, a compensar los déficits de las sociedades que lideran y a curar las heridas de la comunidad en la que viven.

No he visto la reacción de los londinenses tras los atentados porque regresé a España dos días antes de que estallaran las bombas, pero mis contactos me hablan de aplomo, entereza y cohesión, de un odio al terror que va por dentro y de un refuerzo general del orgullo de ser británicos ante la agresión.

¡Maldita envidia la mia!

Franky  
Viernes, 22 de Julio 2005
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