Por primera vez desde la Transición, la militancia en un partido político español es causa de vergüenza y se oculta en los sondeos. Ese dato es de gran importancia para sociólogos y politologos y refleja un deterioro de la política superior al que se creía.
Hasta no hace mucho, ser miembro de un partido político español era motivo de orgullo y te situaba en la élite, pero ahora, después de los escándalos por corrupción generalizada y de que algunos jueces hayan decidido perseguir a los delincuentes atrincherados en los partidos políticos, las cosas han cambiado y ser militante es motivo de vergüenza y te acredita como miembro de la escoria nacional y como culpable destacado del hundimiento y fracaso de España.
La realidad de España es sangrante y terrible: dentro de un partido político español puedes hacerte rico sustrayendo dinero público, malversando o extorsionando, sin que la Justicia te castigue, como ha ocurrido con decenas de miles de dirigentes y cuadros corruptos, pero fuera, siendo un simple ciudadano, pueden encarcelarte con solo robar un jamón o un pavo porque tus hijos tienen hambre. Gracias a la impunidad reinante, los partidos políticos se han convertido en refugio de todo tipo de gente de moral baja y ganas de enriquecerse con rapidez, lo que convierte a esas agrupaciones en un grave peligro para España.
No hace mucho me lo dijo el dueño de una empresa nacional de sondeos de opinión y mercado y el dato me sorprendió. Entonces decidí investigarlo por mi cuenta para confirmarlo. He sondeado a otras tres empresas demoscópicas y en todas me han confirmado que mucha gente oculta ahora su militancia por vergüenza, sobre todo si pertenecen al PSOE y al PP, los dos partidos con mayor responsabilidad en la ruina y decadencia de España.
Les he preguntado la razón de esa vergüenza y me responden con el mismo argumento: ser miembro de un partido político en España ya no distingue ni produce orgullo, sino vergüenza y sentimiento de culpa.
Los políticos, en España, están empezando a cosechar el fruto de sus arbitrariedades, abusos de poder y corrupciones. La gente les señala por las calles, les desprecia y pierden amigos. En algunos casos extremos, sobre todo si son militantes destacados con altos cargos, también suelen ser objeto de abucheos y desprecios.
Sentarse con un político conocido en un restaurante es ya problemático y puede hacernos perder prestigio e imagen en el mercado laboral y profesional. Los políticos están desprestigiados, son portadores de infortunio y contaminan a su entorno por la imagen que arrastran de depredadores, ladrones y poco éticos.
Es cierto que en algunos ambientes, todavía se admira al político y se le hace la pelota, pero esos ambientes son cada día mas reducidos y se limitan a la militancia, a cargos que deben su puesto al partido, a empresarios sin demasiada ética que necesitan relacionarse con el poder para obtener contratos y ventajas y a gente lumperizada que sigue esperando de los políticos los favores, enchufes o dinero fácil que en el pasado otorgaban los caciques.
Conozco el caso de un padre de buena familia sevillana cuya hija se caso hace años con un político de cierta fama y hoy está teniendo problemas en sus negocios por haberse emparentado con la parte mas corrupta y negativa de la sociedad. También conozco varios casos de políticos que viven prácticamente recluidos en sus hogares, que sus hijos tienen problemas en los colegios y que han dejado de ir a los bares, restaurantes y supermercados.
El enorme desprestigio de la política en España es un drama que pagaremos durante mucho tiempo y que, entre otros estragos, provocará la deserción de los mejores ciudadanos, que huirán de la política para no contaminarse, lo que empobrecerá todavía mas la gestión pública y la vida de los partidos.
Otra consecuencia del desprestigio y envilecimiento de la política es el florecimiento en la ciudadanía de actitudes de rebeldía, resistencia y boicot a los asuntos y deberes públicos, cuyas manifestaciones mas visibles y destacadas son el auge de la economía sumergida y del fraude fiscal. No hace mucho, lo público se vinculaba a la garantía del Estado, pero hoy es sinónimo de problemas y contaminaciones éticas y legales.
El deterioro de la política en España no es un accidente, ni la consecuencia de la crisis económica, como defienden los partidos políticos, sino el resultado del envilecimiento real de la vida en el interior de los partidos políticos y en el ejercicio del poder. Cuando se produjeron los primeros casos de corrupción, los partidos pudieron cortar el fenómeno de raíz, castigando a los culpables, pero en lugar de eso los protegio y volcó todo el poder del partido en mantenerlo a salvo de la Justicia, en algunos casos colocando a los recaudadores y delincuentes en las listas electorales para que se convirtieran en aforados.
España no es una democracia no solo porque incumple todos los requerimientos de las democracias, incluyendo los fundamentales, que son el imperio de una ley que sea igual para todos, el protagonismo del ciudadano y la separación y funcionamiento independiente de los poderes básicos del Estado, sino, sobre todo, porque los políticos y sus partidos carecen de controles adecuados que limiten su poder, lo que les convierte en impunes peligrosos.
Hechos como la inexistencia de dimisiones en el poder político español es la consecuencia directa de ese abuso de poder y de ese terrible déficit de "democracia" en la política española. La dimisión de Matiano Rajoy, un dirigente que ha perdido la confianza de la inmensa mayoría de los españoles, se habría producido en cualquier democracia del mundo, incluyendo las menos exigentes y deterioradas. En España, para vergüenza de los españoles, es posible que un presidente del gobierno que ha mentido, estafado a sus electores incumpliendo sus promesas y que es sospechoso de haber cobrado sobresueldo se mantenga en el poder simplemente porque nadie puede obligarle a abandonarlo.
Hasta no hace mucho, ser miembro de un partido político español era motivo de orgullo y te situaba en la élite, pero ahora, después de los escándalos por corrupción generalizada y de que algunos jueces hayan decidido perseguir a los delincuentes atrincherados en los partidos políticos, las cosas han cambiado y ser militante es motivo de vergüenza y te acredita como miembro de la escoria nacional y como culpable destacado del hundimiento y fracaso de España.
La realidad de España es sangrante y terrible: dentro de un partido político español puedes hacerte rico sustrayendo dinero público, malversando o extorsionando, sin que la Justicia te castigue, como ha ocurrido con decenas de miles de dirigentes y cuadros corruptos, pero fuera, siendo un simple ciudadano, pueden encarcelarte con solo robar un jamón o un pavo porque tus hijos tienen hambre. Gracias a la impunidad reinante, los partidos políticos se han convertido en refugio de todo tipo de gente de moral baja y ganas de enriquecerse con rapidez, lo que convierte a esas agrupaciones en un grave peligro para España.
No hace mucho me lo dijo el dueño de una empresa nacional de sondeos de opinión y mercado y el dato me sorprendió. Entonces decidí investigarlo por mi cuenta para confirmarlo. He sondeado a otras tres empresas demoscópicas y en todas me han confirmado que mucha gente oculta ahora su militancia por vergüenza, sobre todo si pertenecen al PSOE y al PP, los dos partidos con mayor responsabilidad en la ruina y decadencia de España.
Les he preguntado la razón de esa vergüenza y me responden con el mismo argumento: ser miembro de un partido político en España ya no distingue ni produce orgullo, sino vergüenza y sentimiento de culpa.
Los políticos, en España, están empezando a cosechar el fruto de sus arbitrariedades, abusos de poder y corrupciones. La gente les señala por las calles, les desprecia y pierden amigos. En algunos casos extremos, sobre todo si son militantes destacados con altos cargos, también suelen ser objeto de abucheos y desprecios.
Sentarse con un político conocido en un restaurante es ya problemático y puede hacernos perder prestigio e imagen en el mercado laboral y profesional. Los políticos están desprestigiados, son portadores de infortunio y contaminan a su entorno por la imagen que arrastran de depredadores, ladrones y poco éticos.
Es cierto que en algunos ambientes, todavía se admira al político y se le hace la pelota, pero esos ambientes son cada día mas reducidos y se limitan a la militancia, a cargos que deben su puesto al partido, a empresarios sin demasiada ética que necesitan relacionarse con el poder para obtener contratos y ventajas y a gente lumperizada que sigue esperando de los políticos los favores, enchufes o dinero fácil que en el pasado otorgaban los caciques.
Conozco el caso de un padre de buena familia sevillana cuya hija se caso hace años con un político de cierta fama y hoy está teniendo problemas en sus negocios por haberse emparentado con la parte mas corrupta y negativa de la sociedad. También conozco varios casos de políticos que viven prácticamente recluidos en sus hogares, que sus hijos tienen problemas en los colegios y que han dejado de ir a los bares, restaurantes y supermercados.
El enorme desprestigio de la política en España es un drama que pagaremos durante mucho tiempo y que, entre otros estragos, provocará la deserción de los mejores ciudadanos, que huirán de la política para no contaminarse, lo que empobrecerá todavía mas la gestión pública y la vida de los partidos.
Otra consecuencia del desprestigio y envilecimiento de la política es el florecimiento en la ciudadanía de actitudes de rebeldía, resistencia y boicot a los asuntos y deberes públicos, cuyas manifestaciones mas visibles y destacadas son el auge de la economía sumergida y del fraude fiscal. No hace mucho, lo público se vinculaba a la garantía del Estado, pero hoy es sinónimo de problemas y contaminaciones éticas y legales.
El deterioro de la política en España no es un accidente, ni la consecuencia de la crisis económica, como defienden los partidos políticos, sino el resultado del envilecimiento real de la vida en el interior de los partidos políticos y en el ejercicio del poder. Cuando se produjeron los primeros casos de corrupción, los partidos pudieron cortar el fenómeno de raíz, castigando a los culpables, pero en lugar de eso los protegio y volcó todo el poder del partido en mantenerlo a salvo de la Justicia, en algunos casos colocando a los recaudadores y delincuentes en las listas electorales para que se convirtieran en aforados.
España no es una democracia no solo porque incumple todos los requerimientos de las democracias, incluyendo los fundamentales, que son el imperio de una ley que sea igual para todos, el protagonismo del ciudadano y la separación y funcionamiento independiente de los poderes básicos del Estado, sino, sobre todo, porque los políticos y sus partidos carecen de controles adecuados que limiten su poder, lo que les convierte en impunes peligrosos.
Hechos como la inexistencia de dimisiones en el poder político español es la consecuencia directa de ese abuso de poder y de ese terrible déficit de "democracia" en la política española. La dimisión de Matiano Rajoy, un dirigente que ha perdido la confianza de la inmensa mayoría de los españoles, se habría producido en cualquier democracia del mundo, incluyendo las menos exigentes y deterioradas. En España, para vergüenza de los españoles, es posible que un presidente del gobierno que ha mentido, estafado a sus electores incumpliendo sus promesas y que es sospechoso de haber cobrado sobresueldo se mantenga en el poder simplemente porque nadie puede obligarle a abandonarlo.