Millones de ciudadanos en todo el mundo no entienden por qué los políticos roban, abusan del poder y no resuelven problemas que les acucian y que son tan fáciles de solucionar que hasta los mismos ciudadanos tienen la receta. Muchos ciudadanos creen que los gobiernos no resuelven los problemas porque no quieren y otros piensan que los políticos son los peores enemigos del ciudadano y de la Humanidad porque responden a sus propios intereses mezquinos y son adversarios del bien común y del interés general. La creencia de que los políticos prefieren gobernar a pueblos mal informados, divididos y dominados por la incultura y el odio está tan extendida que debe ser cierta. Personalmente, creo que la clase política mundial ha elegido un camino sucio y deleznable y que gran parte de los problemas existentes en las sociedades son culpa de los gobernantes, gente cuya mezquindad y bajeza es muchas veces inexplicable y que se están convirtiendo, cada día mas claramente, en los enemigos del pueblo y de la civilización.
Pongamos un ejemplo: en un país como España, acuciado por el desempleo, los gobiernos de Zapatero y de Rajoy se dedican a cerrar empresas como consecuencia de los impagos del sector público, de los impuestos agobiantes e injustos y de una burocracia insoportable, que convierte la creación de una nueva empresa en un tormento. Solucionar ese drama sería simple y fácil, pero los políticos no lo hacen y la gente, lógicamente, sospechan que los gobernantes están luchando por hundir la economía, sepultar a las clases medias y borrar al empresariado del mapa.
Cada día hay más gente que opina que el verdadero enemigo del ciudadano es el gobierno y que los gobiernos cada día son más hostiles con sus propios ciudadanos, a los que temen porque saben que tienen motivos más que suficientes para la rebelión.
Muchos gobiernos, con mala conciencia porque han fracasado, han causado sufrimiento gratuito y han empobrecido la sociedad, contemplan al ciudadano como su enemigo natural, como a gente a la que teme porque en buena lógica debería exigirles eficacia y echarles del poder por inútiles. El ciudadano, por su parte, mira al gobierno con recelo y se siente cada día más estafado y maltratado por el poder. Como consecuencia de esos sentimientos, los gobiernos miman más a su policía represiva y la dotan de los más modernos materiales antidisturbios que a sus ejércitos, instrumentos éstos diseñados para guerras exteriores, que son cada día más improbables.
Si eres un empresario español que has tenido que cerrar tu empresa porque las administraciones públicas no te pagan, ¿quien es tu enemigo, el gobierno o ETA? Si eres un pensionista al que han rebajado la pensión y que contempla impotente como tu dinero pierde poder adquisitivo cada año, mientras los políticos hacen ostentación de su poder, riqueza y despilfarro, ¿quién es tu enemigo, el gobierno o Al Queda? Si eres un parado que sufre a diario y se siente humillado porque la torpeza del gobierno de Zapatero ante la crisis te impide alimentar y educar a tu familia, ¿quien es tu verdadero enemigo? Si eres uno de los estafados por los bancos con las participaciones preferentes, un crimen de robo perpetrado con el apoyo del Estado, ¿no es lógico que tu enemigo sea el gobernante que te aplasta y arruina?
El pueblo de Islandia, cuando decidió destituir y juzgar por negligencia a su primer ministro Geir Haarde, el primero del mundo que se sentaba en el banquillo por su mala gestión de la economía, concitó la envidia y la admiración de millones de ciudadanos aplastados por sus gobernantes en todo el planeta. Sentimientos similares de respeto y admiración despertaron los ciudadanos alzados de Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen y otros países regidos por tiranos desalmados.
El número de ciudadanos que se sienten enemigos de sus respectivos gobiernos crece de manera vertiginosa en todo el mundo, del mismo modo que los políticos adquieren cada día con más firmeza la conciencia de que los ciudadanos, indignados ante el fracaso de sus gobernantes, están agazapados, dispuestos a expulsarlos del poder y arrebatarles sus injustos privilegios y ventajas.
Hay algunos pensadores que creen que la enemistad profunda entre Estado y ciudadanos, un fenómeno que cada día se parece más a una guerra entre los dos bandos, será el gran signo de los tiempos durante el presente siglo XXI. Esa guerra entre políticos y ciudadanos marginados y oprimidos es la única tesis que explica el terrible resultado de las encuestas en España, donde, a pesar del maquillaje, la corrupción de los políticos y los políticos como grupo son dos de los cuatro grandes problemas del pueblo y de la nación, reflejando así un rechazo ciudadano a la clase dirigente que, en si mismo, deslegitima a los que están gestionando el Estado, muchas veces en contra de la voluntad popular.
Esa "guerra" entre ciudadanos y políticos es la espina dorsal de mi libro "Políticos, los nuevos amos" (Francisco Rubiales, ed. Almuzara 2007), premonitorio del terrible deterioro político actual, del avance de la corrupción y del enfrentamiento entre el poder político y la ciudadanía que hoy ya es el gran fenómeno de nuestro tiempo.
Pongamos un ejemplo: en un país como España, acuciado por el desempleo, los gobiernos de Zapatero y de Rajoy se dedican a cerrar empresas como consecuencia de los impagos del sector público, de los impuestos agobiantes e injustos y de una burocracia insoportable, que convierte la creación de una nueva empresa en un tormento. Solucionar ese drama sería simple y fácil, pero los políticos no lo hacen y la gente, lógicamente, sospechan que los gobernantes están luchando por hundir la economía, sepultar a las clases medias y borrar al empresariado del mapa.
Cada día hay más gente que opina que el verdadero enemigo del ciudadano es el gobierno y que los gobiernos cada día son más hostiles con sus propios ciudadanos, a los que temen porque saben que tienen motivos más que suficientes para la rebelión.
Muchos gobiernos, con mala conciencia porque han fracasado, han causado sufrimiento gratuito y han empobrecido la sociedad, contemplan al ciudadano como su enemigo natural, como a gente a la que teme porque en buena lógica debería exigirles eficacia y echarles del poder por inútiles. El ciudadano, por su parte, mira al gobierno con recelo y se siente cada día más estafado y maltratado por el poder. Como consecuencia de esos sentimientos, los gobiernos miman más a su policía represiva y la dotan de los más modernos materiales antidisturbios que a sus ejércitos, instrumentos éstos diseñados para guerras exteriores, que son cada día más improbables.
Si eres un empresario español que has tenido que cerrar tu empresa porque las administraciones públicas no te pagan, ¿quien es tu enemigo, el gobierno o ETA? Si eres un pensionista al que han rebajado la pensión y que contempla impotente como tu dinero pierde poder adquisitivo cada año, mientras los políticos hacen ostentación de su poder, riqueza y despilfarro, ¿quién es tu enemigo, el gobierno o Al Queda? Si eres un parado que sufre a diario y se siente humillado porque la torpeza del gobierno de Zapatero ante la crisis te impide alimentar y educar a tu familia, ¿quien es tu verdadero enemigo? Si eres uno de los estafados por los bancos con las participaciones preferentes, un crimen de robo perpetrado con el apoyo del Estado, ¿no es lógico que tu enemigo sea el gobernante que te aplasta y arruina?
El pueblo de Islandia, cuando decidió destituir y juzgar por negligencia a su primer ministro Geir Haarde, el primero del mundo que se sentaba en el banquillo por su mala gestión de la economía, concitó la envidia y la admiración de millones de ciudadanos aplastados por sus gobernantes en todo el planeta. Sentimientos similares de respeto y admiración despertaron los ciudadanos alzados de Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen y otros países regidos por tiranos desalmados.
El número de ciudadanos que se sienten enemigos de sus respectivos gobiernos crece de manera vertiginosa en todo el mundo, del mismo modo que los políticos adquieren cada día con más firmeza la conciencia de que los ciudadanos, indignados ante el fracaso de sus gobernantes, están agazapados, dispuestos a expulsarlos del poder y arrebatarles sus injustos privilegios y ventajas.
Hay algunos pensadores que creen que la enemistad profunda entre Estado y ciudadanos, un fenómeno que cada día se parece más a una guerra entre los dos bandos, será el gran signo de los tiempos durante el presente siglo XXI. Esa guerra entre políticos y ciudadanos marginados y oprimidos es la única tesis que explica el terrible resultado de las encuestas en España, donde, a pesar del maquillaje, la corrupción de los políticos y los políticos como grupo son dos de los cuatro grandes problemas del pueblo y de la nación, reflejando así un rechazo ciudadano a la clase dirigente que, en si mismo, deslegitima a los que están gestionando el Estado, muchas veces en contra de la voluntad popular.
Esa "guerra" entre ciudadanos y políticos es la espina dorsal de mi libro "Políticos, los nuevos amos" (Francisco Rubiales, ed. Almuzara 2007), premonitorio del terrible deterioro político actual, del avance de la corrupción y del enfrentamiento entre el poder político y la ciudadanía que hoy ya es el gran fenómeno de nuestro tiempo.