La verdadera democracia otorga protagonismo pleno a la voluntad popular y a las leyes comunmente aceptadas, no a los tiranos y fantoches corrompidos y mediocres
El fracaso de los políticos españoles y de la sanidad pública ha sido tan enorme que hasta Amnistía Internacional se ha visto obligada a denunciar públicamente que España ha vulnerado el derecho a la salud física y mental durante la pandemia y que mayores, crónicos, enfermos mentales, mujeres e inmigrantes han sido los que más han sufrido el colapso de la atención primaria y el sistema sanitario en general. Otros informes revelan que España ha desoído durante los últimos 12 años delas recomendaciones internacionales sobre la necesidad de fortalecer la atención primaria y de eso modo ha vulnerado el derecho a la salud de muchos pacientes, sobre todo los que padecían otras enfermedades que no fueran el COVID.
Hemos asistido con estupor a espectáculos terribles: políticos que no saben que hacer, hospitales desbordados, imprevisión de los poderes, incapaces de dotar al sistema de materiales, equipos y medicinas, decisiones fatales que costaron miles de vidas y un comportamiento indecente y descorazonador de la clase dirigente, que ha aprovechado la pandemia para acumular poder, privilegios y recursos.
El ciudadano, cuando salga del caos y de la crisis actuales, tendrá que reflexionar y llegar a la conclusión de que el mundo está mal dirigido y que es urgente sustituir el actual sistema político, ineficaz y suicida, por otro donde las decisiones las tomen los mejores y no los mediocres, ineptos y corruptos.
Pocas sentencias definen mejor la política actual que la de Georg C. Lichtenberg, científico y escritor alemán: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”, sin olvidar la del general francés De Gaulle: "La política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.
El siglo XXI, del que pronto se cumplirá su primer cuarto, va a ser el siglo de la lucha entre los ciudadanos y sus dirigentes, sobre todo entre ciudadanos indignados, decepcionados y en rebeldía contra políticos ineptos y corrompidos.
El siglo XX fue el siglo de los estados y de los políticos, que acumularon demasiado poder y sembraron la humanidad de dictaduras, esclavitud y sangre, como quedó demostrado con fenómenos como el comunismo, el nazismo y el fascismo, ramas de un mismo árbol llamado tiranía, que aplastaron a los ciudadanos, llenaron los campos de concentración de víctimas y convirtieron los campos y las ciudades en escenarios de batallas que causaron destrucción y muerte como nunca antes en la Historia.
El ser humano está demostrando ser duro de mollera y tener demasiada dificultad para aprender porque las mismas doctrinas que convirtieron el siglo XX en un infierno, sobre todo el comunismo, están resucitando en este siglo XXI y recibiendo el apoyo de millones de descerebrados suicidas.
La pandemia del COVID 19 ha permitido a la humanidad, encerrada en sus hogares, reflexionar y ojalá surja de esa reflexión una voluntad férrea de cambiar el actual sistema, dominado por élites insensatas, incapaces e indecentes, y sustituirlo por un sistema nuevo en el que los mejores accedan al poder y no como ahora, donde el poder se ha convertido en un refugio exclusivo para ambiciosos sin escrúpulos, sin bondad y sin inteligencia.
La humanidad tiene que instaurar por fin la democracia, pero no el remedo prostituido que los políticos han creado, sino esa democracia auténtica, donde los mejores sean elegidos libremente y en la que sea el pueblo soberano el que marque el rumbo, con la ayuda de las leyes y los valores reconstruidos. La democracia no es un asunto de ideología sino una opción ineludible, absolutamente trascendental para la especie humana, porque es el único sistema que le permite ser dueña de sí misma, que hace posible a los hombres y a las mujeres decidir como quieren vivir, como quieren resolver los problemas y como avanzar.
Francisco Rubiales
Hemos asistido con estupor a espectáculos terribles: políticos que no saben que hacer, hospitales desbordados, imprevisión de los poderes, incapaces de dotar al sistema de materiales, equipos y medicinas, decisiones fatales que costaron miles de vidas y un comportamiento indecente y descorazonador de la clase dirigente, que ha aprovechado la pandemia para acumular poder, privilegios y recursos.
El ciudadano, cuando salga del caos y de la crisis actuales, tendrá que reflexionar y llegar a la conclusión de que el mundo está mal dirigido y que es urgente sustituir el actual sistema político, ineficaz y suicida, por otro donde las decisiones las tomen los mejores y no los mediocres, ineptos y corruptos.
Pocas sentencias definen mejor la política actual que la de Georg C. Lichtenberg, científico y escritor alemán: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”, sin olvidar la del general francés De Gaulle: "La política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.
El siglo XXI, del que pronto se cumplirá su primer cuarto, va a ser el siglo de la lucha entre los ciudadanos y sus dirigentes, sobre todo entre ciudadanos indignados, decepcionados y en rebeldía contra políticos ineptos y corrompidos.
El siglo XX fue el siglo de los estados y de los políticos, que acumularon demasiado poder y sembraron la humanidad de dictaduras, esclavitud y sangre, como quedó demostrado con fenómenos como el comunismo, el nazismo y el fascismo, ramas de un mismo árbol llamado tiranía, que aplastaron a los ciudadanos, llenaron los campos de concentración de víctimas y convirtieron los campos y las ciudades en escenarios de batallas que causaron destrucción y muerte como nunca antes en la Historia.
El ser humano está demostrando ser duro de mollera y tener demasiada dificultad para aprender porque las mismas doctrinas que convirtieron el siglo XX en un infierno, sobre todo el comunismo, están resucitando en este siglo XXI y recibiendo el apoyo de millones de descerebrados suicidas.
La pandemia del COVID 19 ha permitido a la humanidad, encerrada en sus hogares, reflexionar y ojalá surja de esa reflexión una voluntad férrea de cambiar el actual sistema, dominado por élites insensatas, incapaces e indecentes, y sustituirlo por un sistema nuevo en el que los mejores accedan al poder y no como ahora, donde el poder se ha convertido en un refugio exclusivo para ambiciosos sin escrúpulos, sin bondad y sin inteligencia.
La humanidad tiene que instaurar por fin la democracia, pero no el remedo prostituido que los políticos han creado, sino esa democracia auténtica, donde los mejores sean elegidos libremente y en la que sea el pueblo soberano el que marque el rumbo, con la ayuda de las leyes y los valores reconstruidos. La democracia no es un asunto de ideología sino una opción ineludible, absolutamente trascendental para la especie humana, porque es el único sistema que le permite ser dueña de sí misma, que hace posible a los hombres y a las mujeres decidir como quieren vivir, como quieren resolver los problemas y como avanzar.
Francisco Rubiales