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El comunismo es cien veces peor que el fascismo



Cuba es la demostración tangible y dolorosa de que el comunismo es cien veces peor que el fascismo. Conocer la naturaleza íntima del régimen castrista, la bajeza de sus dirigentes y sus razonamientos y la brutalidad que esconde ese sistema en sus entrañas es la mejor manera que existe en el mundo de vacunarse contra la maldad y de convertirse en un demócrata y en un permanente amante de las libertades y derechos del ser humano.

Pero Cuba no es la única muestra convincente de que el comunismo empobrece, envilece y degrada a los pueblos. Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte y otros países donde el comunismo avanza, como España, también son ya despojos que pierden libertades y derechos y que van hacia la aniquilación.

Del fascismo se pueden escapar los pueblos, como ha ocurrido en Italia, Alemania, Argentina, Chile, España y otros muchos, pero del comunismo es casi imposible librarse. Sus garras, cuando se clavan en los pueblos, jamás sueltan la presa, salvo con dramáticos derramamientos de sangre o después de un colapso como el que afectó al bloque de la URSS en tiempos de Gorbachov, tras el derribo del Muro de Berlín.
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Cuba demuestra que el maldito comunismo es mil veces peor que cualquier fascismo. Todo es agonia, miseria y desesperación, contenida por el terror. El hambre es ya la mayor tragedia para el pueblo. No se pueden comprar alimentos, salvo que tengas divisas. Asqueroso comunismo.

Cuando uno contempla los estragos del comunismo en Cuba, resulta inexplicable que todavía existan en el mundo millones de personas dispuestas a votar a las izquierdas marxistas.

En países como España, que han conocido los frutos positivos de las libertades y derechos, el comunismo tiene sus garras clavadas y, aliado con socialistas corrompidos, con independentistas y herederos del terrorismo, ya gobierna y amenaza con volver a ganar en las próximas elecciones, ya sea limpiamente o con trampas, a pesar de que el país retrocede en todos los ámbitos y sólo se sostiene en pie porque el gobierno de Pedro Sánchez obtiene miles de millones de euros, endeudándose locamente en los mercados, que emplea en comprar medios de comunicación, voluntades y votos a mansalva, sin respeto a la verdad y a la decencia política.

Hay numerosos argumentos y pruebas para demostrar que el comunismo es peor que el fascismo. La primera es que los únicos beneficiados en el comunismo son los miembros de la casta suprema de dirigentes que gobiernan con mano de hierro, uno de cuyos rasgos dominantes es el desprecio a los trabajadores de carne y hueso, a los que los comunistas en el poder desprecian y sustituyen por esclavos por no estar a la altura de sus ideales.

Los masivos crímenes políticos que llevarán a cabo los matarifes comunistas fueron justificados y practicados por Lenin y Mao tanto como por Marx y Engels, todos ellos autores reales o intelectuales de la barbarie y de un genocidio perpetrado desde un falso y truculento humanismo. Esa justificación de la violencia y de la sangre desde un humanismo falso y canalla es lo que hace que el comunismo sea todavía peor que el fascismo y que su capacidad de mistificación sea mucho mayor, hasta el punto de que hoy, a pesar de sus millones de torturas y asesinatos, siga todavía engañando a mucha gente.

El comunismo, como el fascismo, encandila a los envidiosos y a los degenerados que aman la sangre y la venganza. Esa gente, verdadera escoria de la Humanidad, es la que nutre las filas del activismo comunista y la que defiende al régimen en Cuba, Nicaragua, Venezuela y otros países infectados por la barbarie roja.

Una doctrina que justifica la violencia y que se basa en la filosofía de Marx para convertir en heroicos todos los asesinatos perpetrados por ETA, por Pol Pot, las Brigada Rojas, el castrismo cubano, Nicaragua, Venezuela, Corea del Norte, los gulags soviéticos y la chekas de la guerra civil española no puede tener justificación y debería ser prohibida y perseguida como la peor de las infecciones del género humano, en lugar de ser bendecida y protegida por una multitud de enfermos mentales y canallas con ansias de poder.

La capacidad de los comunistas para travestirse de demócratas y mantener activos sus disfraces hasta que alcanzan el poder, cuando se despojan de ellos y se colocan el traje de matarifes, no debería servirles para infectar las democracias desde dentro, engañar a los ciudadanos y destruir las sociedades libres.

Las élites más lúcidas y pensantes, obligadas a defender las libertades y derechos del ser humano, deberían alzarse contra el comunismo y erradicarlo sin piedad para defender al género humano, como es su deber.

Francisco Rubiales

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Lunes, 6 de Febrero 2023
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