Éstos no dudan en disparar contra su pueblo
Daniel Ortega, el comunista educado en Cuba que derrotó a Somoza, está asesinando a su propio pueblo porque los nicaragüenses no lo quieren y exigen su dimisión. Es la reacción típica del nuevo comunismo, que llega al poder ganando unas elecciones y ya jamás lo abandona. El pueblo nicaragüense ya está siendo asesinado sin que la cobarde y egoísta comunidad internacional intervenga en defensa de los ciudadanos.
El comunismo del siglo XXI, una nueva versión estratégica del comunismo ideada en Cuba por los hermanos Castro y un grupo de ideólogos y estrategas del comunismo internacional, dueño ya de Venezuela y Nicaragua y con enorme influencia en otros países como Bolivia y en partidos políticos como el español Podemos, tiene clara su hoja de ruta, que dice que nunca se debe abandonar el poder, una vez conquistado, aunque haya que asesinar para impedirlo.
El nuevo disfraz de esa versión actualizada de la doctrina más cruel y asesina de la Historia se forjó en la Cuba de finales de los años 70 y en la década de los 80 del pasado siglo, con un Fidel Castro pletórico que ya pretendía tejer su red comunista mundial por todo el mundo, con la ayuda expresa de la URSS, al enviar sus soldados a Angola, el Congo, Eritrea y otros países.
Al iniciarse ese proceso de conquista estaba yo en la Habana como director de la oficina de la agencia EFE (1975-77) y conversé varias veces con Fidel sobre ese proyecto. Ante mi, el comandante analizó el intento fallido de implantar el comunismo en Portugal y expresó su gran esperanza de que triunfara en España tras la muerte de Franco, que por entonces estaba agonizando. Mas tarde, al caer el muro de Berlín, la estrategia estaba corregida y perfeccionada. No se podía conquistar el poder con las armas, como se había intentado en Angola y otros países latinoamericanos y africanos porque esa conquista despertaba enorme rechazo y colisionaba con la ruta democrática. La conquista del poder debía lograrse aprovechando las contradicciones del sistema democrático y ganando las elecciones. Una vez conquistado, desde el núcleo del poder, había que cambiar las leyes y las reglas para evitar que el comunismo fuera desalojado.
Así ha ocurrido en Nicaragua y Venezuela, países donde la tutela de Cuba es fortísima, sobre todo en materia de seguridad, infiltración en la sociedad y formación de los cuadros comunistas.
En Nicaragua, el mismo Daniel Ortega que derrotó al dictador Anastasio Somoza, se ha convertido en un nuevo dictador, pero más implacable y asesino, dispuesto a acabar con su pueblo antes de dar un paso atrás, toda una versión nueva de Stalin, adaptada al siglo XXI.
La única manera de acabar con esa plaga, que infecta no sólo a los países conquistados, sino a muchos otros donde hay grupos comunistas disfrazados y agazapados, en espera de las condiciones apropiadas para tomar el poder y no abandonarlo nunca más, es cambiando Cuba, que hoy es la cabeza de la serpiente.
La nueva estrategia comunista recibió un enorme impulso cuando el dictador venezolano Hugo Chavez se entregó en cuerpo y alma a la causa y puso los millones de dólares del petroleo venezolano al servicio de la conquista del mundo por el nuevo comunismo. En 2009, muchos de los dictadores y sátrapas que simpatizaban con esa alianza se reunieron en la venezolana isla Margarita, invitados por Hugo Chávez. Además del brasileño Lula da Silva y de la chilena Bachelet, quizás los únicos no convencidos del todo en aquella reunión de "forajidos", allí estuvieron el dictador libio, Muamar el Gadafi, Robert Mugabe, tirano de Zimbawe, Teodoro Obiang, dueño de Guinea Ecuatorial, el mariscal de campo Alí Abdulah Saleh, dictador de Yemen, coronel Ibrahim Baré Mainassara, dictador de Niger, Yahya Jamneh, de Gambia, Joseph Kabila, cleptócrata del Congo, General Mohamed Abdelazzis, presidente de Mauritania gracias a un golpe de Estado, Faure Eyadima, sátrapa e Togo, también elevado al poder tras un golpe de Estado, y Abdelasis Bouteflika, líder de la totalitaria Argelia.
A ese inigualable "aquelarre" faltaron algunos amigos y aliados, como los sátrapas amigos latinoamericanos, especialmente el "nica" Ortega, el ecuatoriano Correa y el boliviano Morales, además de los sátrapas de Siria, Irán y Bielorrusia, el dubitativo Putín, que juega las dos cartas, las de la democracia y la de los dictadores, y el enigmático español Zapatero, del que se decía que nadie en el mundo sabía lo que realmente pensaba.
De allí surgió la decisión de "invertir" también en partidos comunistas nuevos, camuflados de populismo, nacionalismo y democracia radical, pero dispuestos a alcanzar el poder sin abandonarlo jamás. Y se definió la gran meta: conquistar una cabeza de puente en Europa.
Francisco Rubiales
El comunismo del siglo XXI, una nueva versión estratégica del comunismo ideada en Cuba por los hermanos Castro y un grupo de ideólogos y estrategas del comunismo internacional, dueño ya de Venezuela y Nicaragua y con enorme influencia en otros países como Bolivia y en partidos políticos como el español Podemos, tiene clara su hoja de ruta, que dice que nunca se debe abandonar el poder, una vez conquistado, aunque haya que asesinar para impedirlo.
El nuevo disfraz de esa versión actualizada de la doctrina más cruel y asesina de la Historia se forjó en la Cuba de finales de los años 70 y en la década de los 80 del pasado siglo, con un Fidel Castro pletórico que ya pretendía tejer su red comunista mundial por todo el mundo, con la ayuda expresa de la URSS, al enviar sus soldados a Angola, el Congo, Eritrea y otros países.
Al iniciarse ese proceso de conquista estaba yo en la Habana como director de la oficina de la agencia EFE (1975-77) y conversé varias veces con Fidel sobre ese proyecto. Ante mi, el comandante analizó el intento fallido de implantar el comunismo en Portugal y expresó su gran esperanza de que triunfara en España tras la muerte de Franco, que por entonces estaba agonizando. Mas tarde, al caer el muro de Berlín, la estrategia estaba corregida y perfeccionada. No se podía conquistar el poder con las armas, como se había intentado en Angola y otros países latinoamericanos y africanos porque esa conquista despertaba enorme rechazo y colisionaba con la ruta democrática. La conquista del poder debía lograrse aprovechando las contradicciones del sistema democrático y ganando las elecciones. Una vez conquistado, desde el núcleo del poder, había que cambiar las leyes y las reglas para evitar que el comunismo fuera desalojado.
Así ha ocurrido en Nicaragua y Venezuela, países donde la tutela de Cuba es fortísima, sobre todo en materia de seguridad, infiltración en la sociedad y formación de los cuadros comunistas.
En Nicaragua, el mismo Daniel Ortega que derrotó al dictador Anastasio Somoza, se ha convertido en un nuevo dictador, pero más implacable y asesino, dispuesto a acabar con su pueblo antes de dar un paso atrás, toda una versión nueva de Stalin, adaptada al siglo XXI.
La única manera de acabar con esa plaga, que infecta no sólo a los países conquistados, sino a muchos otros donde hay grupos comunistas disfrazados y agazapados, en espera de las condiciones apropiadas para tomar el poder y no abandonarlo nunca más, es cambiando Cuba, que hoy es la cabeza de la serpiente.
La nueva estrategia comunista recibió un enorme impulso cuando el dictador venezolano Hugo Chavez se entregó en cuerpo y alma a la causa y puso los millones de dólares del petroleo venezolano al servicio de la conquista del mundo por el nuevo comunismo. En 2009, muchos de los dictadores y sátrapas que simpatizaban con esa alianza se reunieron en la venezolana isla Margarita, invitados por Hugo Chávez. Además del brasileño Lula da Silva y de la chilena Bachelet, quizás los únicos no convencidos del todo en aquella reunión de "forajidos", allí estuvieron el dictador libio, Muamar el Gadafi, Robert Mugabe, tirano de Zimbawe, Teodoro Obiang, dueño de Guinea Ecuatorial, el mariscal de campo Alí Abdulah Saleh, dictador de Yemen, coronel Ibrahim Baré Mainassara, dictador de Niger, Yahya Jamneh, de Gambia, Joseph Kabila, cleptócrata del Congo, General Mohamed Abdelazzis, presidente de Mauritania gracias a un golpe de Estado, Faure Eyadima, sátrapa e Togo, también elevado al poder tras un golpe de Estado, y Abdelasis Bouteflika, líder de la totalitaria Argelia.
A ese inigualable "aquelarre" faltaron algunos amigos y aliados, como los sátrapas amigos latinoamericanos, especialmente el "nica" Ortega, el ecuatoriano Correa y el boliviano Morales, además de los sátrapas de Siria, Irán y Bielorrusia, el dubitativo Putín, que juega las dos cartas, las de la democracia y la de los dictadores, y el enigmático español Zapatero, del que se decía que nadie en el mundo sabía lo que realmente pensaba.
De allí surgió la decisión de "invertir" también en partidos comunistas nuevos, camuflados de populismo, nacionalismo y democracia radical, pero dispuestos a alcanzar el poder sin abandonarlo jamás. Y se definió la gran meta: conquistar una cabeza de puente en Europa.
Francisco Rubiales