El clientelismo es un mal que destruye la democracia desde dentro, atacando sus recintos más sagrados, que son la voluntad popular y el libre albedrío. Opera como un “gusano” barrenador que destruye las defensas del sistema, como el más eficaz y sutil ácido que corroe la democracia.
El poder, cuando es corrupto y tiránico, más que en la fuerza de sus ejércitos y servicios de seguridad, se funda en la complicidad de los individuos que colaboran en todos sus maniobras ilícitas y delitos para poder participar en todas sus rapiñas. La maquinaria del clientelismo se fundamenta en el principio de que el poder tiene que conservarse en manos amigas para poder servirse de él. Todas las energías del sistema se ponen, entonces, al servicio no de la alternancia, ni de la renovación, sino de la conservación del poder y de la fuerza en las mismas manos. La democracia queda así suplantada por una oligarquía corrupta e indecente.
En un principio, los cómplices del poder no son muchos, pero cada uno de ellos cuenta con la complicidad de otros muchos que establecen con ellos la misma relación clientelar. El número se eleva porque cada cómplice se procura sus propios cómplices y así se construye la pirámide del clientelismo, integrada por cómplices, alcahuetes, corruptos y sinvergüenzas, todos unidos por el interés, por los privilegios. El dinero fluye por la pirámide engrasando sus mecanismos y en la gran orgía corrupta participan miles de capilares y terminales, incluyendo a colocados, enchufados, privilegiados, delegados, representantes, asesores, colocados y otros muchos.
En teoría, un gobierno que practique el clientelismo con suficiente ambición y osadía, utilizando en beneficio propio los enormes recursos del Estado, podría cerrar a la oposición el acceso al poder y garantizarse así eternamente la reelección. Lo más grave del clientelismo es que opera como un cáncer, destruyendo el sistema desde la legalidad porque sus desmanes no suelen estar tipificados como delito.
Esa pirámide clientelar del poder y de la esclavitud es el más insigne monumento a la servidumbre y la corrupción humana.
El poder, cuando es corrupto y tiránico, más que en la fuerza de sus ejércitos y servicios de seguridad, se funda en la complicidad de los individuos que colaboran en todos sus maniobras ilícitas y delitos para poder participar en todas sus rapiñas. La maquinaria del clientelismo se fundamenta en el principio de que el poder tiene que conservarse en manos amigas para poder servirse de él. Todas las energías del sistema se ponen, entonces, al servicio no de la alternancia, ni de la renovación, sino de la conservación del poder y de la fuerza en las mismas manos. La democracia queda así suplantada por una oligarquía corrupta e indecente.
En un principio, los cómplices del poder no son muchos, pero cada uno de ellos cuenta con la complicidad de otros muchos que establecen con ellos la misma relación clientelar. El número se eleva porque cada cómplice se procura sus propios cómplices y así se construye la pirámide del clientelismo, integrada por cómplices, alcahuetes, corruptos y sinvergüenzas, todos unidos por el interés, por los privilegios. El dinero fluye por la pirámide engrasando sus mecanismos y en la gran orgía corrupta participan miles de capilares y terminales, incluyendo a colocados, enchufados, privilegiados, delegados, representantes, asesores, colocados y otros muchos.
En teoría, un gobierno que practique el clientelismo con suficiente ambición y osadía, utilizando en beneficio propio los enormes recursos del Estado, podría cerrar a la oposición el acceso al poder y garantizarse así eternamente la reelección. Lo más grave del clientelismo es que opera como un cáncer, destruyendo el sistema desde la legalidad porque sus desmanes no suelen estar tipificados como delito.
Esa pirámide clientelar del poder y de la esclavitud es el más insigne monumento a la servidumbre y la corrupción humana.