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El caos de las vacunas debería ser el fin del gobierno de Sánchez



Han tenido casi un año, desde marzo del año 2020, para prepara la vacunación, pero cuando ha llegado la hora no saben cómo hacerlo y se acumulan la escasez de personal especializado, los fallos logísticos y la eficacia. Al ritmo actual, España emplearía muchos años en vacunar a todos los ciudadanos.

Pero hay otros problemas como la desconfianza en las vacunas, que un gobierno experto en mentiras no ha sabido disipar, lo que crea inseguridad, miedo y desconfianza en la población.

La campaña de vacunación, de la que depende en gran parte la salud del país y la marcha de la maltrecha economía, amenaza con ser un nuevo fracaso, como los que medio destrozaron el país al comienzo de la pandemia, con miles de muertos que podían haberse evitado, sin mascarillas, sin trajes de protección, sin respiradores y con un gobierno que ni siquiera sabia comprar suministros vitales.
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El caos de las vacunaciones es tan grave que debería representar el fin del gobierno de Sánchez, cuyo fracaso ante la pandemia ha costado y costará decenas de miles de vidas. Es la enésima prueba de que el gobierno de Sánchez es tan inepto que no merece gobernar. Al final, ante la incapacidad gobernante, habrá que adoptar medidas especiales y el ejército tendrá que actuar para solucionar la impotencia del poder civil. Los sanitarios también exigen que los políticos se echen a un lado y les entreguen el control de la vacunación para salvar la situación.

Nada hay más importante en la España del presente que vacunar a la población. El gobierno, en lugar de escurrir el bulto dejando el problema en manos de las Comunidades Autónomas, debería haber puesto en marcha un programa nacional de vacunación, con apoyo militar y mando único.

En el pasado, durante el Franquismo, las experiencias de vacunación masiva fueron un éxito, con un ritmo decenas de veces superior al actual, a pesar de que había menos tecnologías de apoyo.

Pero Pedro Sánchez es un cobarde y la experiencia le ha enseñado a tener miedo del fracaso. Sabe que su gobierno no sabe gestionar y ha decidido dejar la responsabilidad en manos de las autonomías, que no cuentan con el poder y los recursos suficientes.

Pero, como buen cobarde, se queda con algunos resortes de poder decisivos, como el reparto de los dineros y las vacunas, que utiliza para castigar al adversario, ganar votos y obtener contrapartidas.

En tan frívolo e ineficaz el planteamiento, sobre todo cuando se trata de un asunto de vida o muerte como la vacunación, que esa bajeza debería costarle el poder, como ocurriría, sin duda, en cualquier democracia de nuestro entorno europeo.

Francisco Rubiales

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Lunes, 11 de Enero 2021
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