El rey Felipe VI tenía que haberse marchado del palco del Nou Camp en la noche triste del 30 de mayo, cuando miles de aficionados, espoleados por los nacionalistas que odian a España, pitaron al monarca y al himno. Es mas que probable que, con ese gesto digno, el bisoño rey habría devuelto a los españoles parte del orgullo y se habría consagrado ante su pueblo.
Los españoles del presente, abrumados por la crisis económica, confundidos, indignados y asustados ante tantos abusos, corrupciones y debilidades del poder político, están deseosos y necesitados de que sus dirigentes afronten los problemas con inteligencia y decisión, que empleen gestos fuertes y solventes contra los muchos abusos y arbitrariedades que están destruyendo la nación. Los españoles necesitan mas que nunca la solidez de sus instituciones. A los pueblos, desde los comienzos de la historia humana, les ha gustado ser gobernados por los mas fuertes y valientes, no por cobardes y débiles.
El padre de Felipe Vi se consagró ante el pueblo y fortaleció su liderazgo cuando se impuso a los golpistas del 23 F, aunque lo hiciera en una operación oscura y llena de dudas. A partir de entonces, fue rey de verdad.
Su hijo Felipe perdió el 30 de mayo su gran ocasión para coronarse ante el pueblo si se hubiera mostrado digno y patriota ante los españoles indignados por el desafío secesionista catalán y la miserable risa de Artur Mas, que además de promotor del odio a España es el principal representante del Estado en Cataluña.
Felipe lo tenía fácil. Ni siquiera tenía que utilizar la fuerza. Solo tenía que haber abandonado el palco cuando los pitos sonaban y el traidor sonreía. Los españoles habrían aplaudido y valorado su valor y su defensa digna de la patria vejada.
Además, el joven monarca habría ofrecido a los políticos españoles, cobardes, acomplejados e incapaces de aplicar la ley ante el nacionalismo secesionista que siembra el odio a España desde hace décadas, un claro y elocuente ejemplo de rigor y de solvencia, muy necesario en esta España política de gallinas y garrapatas.
Su bisabuelo Alfonso XIII huyó de España acobardado ante unas elecciones que los suyos ganaron. Felipe, soportando impávido los insultos a España, recordaba demasiado al rey que huyó, dejando a España al borde de un cruel enfrentamiento civil que quizás Don Alfonso podría haber evitado.
En estos días se cumple un año desde que el rey Juan Carlos abdicó en su hijo. En junio de 2014, tras la abdicación del Rey, hubo manifestaciones de rechazo a la proclamación de Felipe VI y, a través de las redes sociales, surgió la convocatoria para exigir un referéndum que permitiera elegir entre Monarquía o República. Pero la consulta popular fue rechazada por el Parlamento con 274 votos del Partido Popular (PP), el oficial Partido Socialista Obrero Español (PSOE), y la Unión Progreso y Democracia (UPD).
Es probable que Juan Carlos, el rey padre, antes de abdicar, explicara al hijo que en España ser coronado por los políticos no es suficiente y que un monarca, para reinar de verdad, necesita ser también admirado y coronado por su pueblo.
El joven borbón, por desgracia, perdió su gran ocasión de exhibir su hombría y entereza ante una España que necesita urgentemente fiarse de sus líderes.
Los españoles del presente, abrumados por la crisis económica, confundidos, indignados y asustados ante tantos abusos, corrupciones y debilidades del poder político, están deseosos y necesitados de que sus dirigentes afronten los problemas con inteligencia y decisión, que empleen gestos fuertes y solventes contra los muchos abusos y arbitrariedades que están destruyendo la nación. Los españoles necesitan mas que nunca la solidez de sus instituciones. A los pueblos, desde los comienzos de la historia humana, les ha gustado ser gobernados por los mas fuertes y valientes, no por cobardes y débiles.
El padre de Felipe Vi se consagró ante el pueblo y fortaleció su liderazgo cuando se impuso a los golpistas del 23 F, aunque lo hiciera en una operación oscura y llena de dudas. A partir de entonces, fue rey de verdad.
Su hijo Felipe perdió el 30 de mayo su gran ocasión para coronarse ante el pueblo si se hubiera mostrado digno y patriota ante los españoles indignados por el desafío secesionista catalán y la miserable risa de Artur Mas, que además de promotor del odio a España es el principal representante del Estado en Cataluña.
Felipe lo tenía fácil. Ni siquiera tenía que utilizar la fuerza. Solo tenía que haber abandonado el palco cuando los pitos sonaban y el traidor sonreía. Los españoles habrían aplaudido y valorado su valor y su defensa digna de la patria vejada.
Además, el joven monarca habría ofrecido a los políticos españoles, cobardes, acomplejados e incapaces de aplicar la ley ante el nacionalismo secesionista que siembra el odio a España desde hace décadas, un claro y elocuente ejemplo de rigor y de solvencia, muy necesario en esta España política de gallinas y garrapatas.
Su bisabuelo Alfonso XIII huyó de España acobardado ante unas elecciones que los suyos ganaron. Felipe, soportando impávido los insultos a España, recordaba demasiado al rey que huyó, dejando a España al borde de un cruel enfrentamiento civil que quizás Don Alfonso podría haber evitado.
En estos días se cumple un año desde que el rey Juan Carlos abdicó en su hijo. En junio de 2014, tras la abdicación del Rey, hubo manifestaciones de rechazo a la proclamación de Felipe VI y, a través de las redes sociales, surgió la convocatoria para exigir un referéndum que permitiera elegir entre Monarquía o República. Pero la consulta popular fue rechazada por el Parlamento con 274 votos del Partido Popular (PP), el oficial Partido Socialista Obrero Español (PSOE), y la Unión Progreso y Democracia (UPD).
Es probable que Juan Carlos, el rey padre, antes de abdicar, explicara al hijo que en España ser coronado por los políticos no es suficiente y que un monarca, para reinar de verdad, necesita ser también admirado y coronado por su pueblo.
El joven borbón, por desgracia, perdió su gran ocasión de exhibir su hombría y entereza ante una España que necesita urgentemente fiarse de sus líderes.