Uno de los muchos carteles de boicot que circulan por Internet
Guste o no guste, el boicot es la única arma que el sistema ha dejado en manos de los ciudadanos, ya que las restantes que le otorga la democracia, como la participación activa en la política, la influencia en las decisiones del poder político, la independencia de la sociedad civil y hasta el voto libre les han sido arrebatadas o han sido trucadas para que siempre gane el poder y pierda el ciudadano.
El boicot es un arma tan poderosa que por si sólo puede devolver al pueblo todo el poder y la influencia que les han arrebatado los partidos políticos. El boicot ciudadano puede erradicar el nacionalismo vasco y catalán con más eficacia que la misma Constitución y las leyes y, por supuesto, con más contundencia y fuerza que la que han empleado los últimos gobiernos españoles, que, con su política cobarde y entreguista, han permitido a los nacionalistas que violen las leyes, que roben, que ignoren los derechos humanos, que incumplan la Constitución y que expandan el nacionalismo y el ansia independentista sin trabas y sin obstáculos, dentro de Cataluña y hasta en el extranjero, con embajadas ilegales y anticonstitucionales.
El boicot, capitaneado por Ghandi, fue el que expulsó a los británicos de la India y ha sido el arma más eficaz en la lucha mundial por la descolonización. Cuando el pueblo quiere y aplica el boicot, arruina a personas, empresas y estados, cambia los gobiernos y obliga a los poderosos a cambiar las leyes. Hoy, sin la menor duda, es el arma más democrática y eficaz en manos de la ciudadanía, en España y en el mundo.
Por qué es democrático el boicot: porque responde plenamente a la voluntad popular y es la única al alcance del ciudadano para imponer su voluntad como "soberano" del sistema.
En el caso de España, el boicot a las empresas y productos catalanes no sólo puso de rodillas al nacionalismo, sino que provocó una huida de empresas, cuyo número ya se acerca a los tres mil, que sirvió para asustar a Puigdemont y sus secuaces y también para redistribuir la riqueza que había acumulado Cataluña, compensando un mapa de España desequilibrado e injusto por culpa de la clase política, que ha favorecido la concentración industrial en el País Vasco y Cataluña sin otra razón que la cobardía y la negociación, de espaldas a la Constitución, con los que odiaban a España y soñaban con destruirla.
Lo que es antidemocrático e inmoral es la reciente llamada de Rajoy para que las empresas que se han ido de Cataluña regresen, prometiéndoles, incluso, unos incentivos fiscales que niega a las empresas para que se instalen en Extremadura o Andalucía, tierras dominadas por el desempleo y el atraso.
Cuando un partido político deja de ser votado y pierde sus escaños es que ha sido boicoteado y su reacción de supervivencia es cambiar en el sentido que desea el pueblo. Eso es pura democracia, lo mismo que ha sido profundamente democrático que cientos de miles de españoles retiraran su dinero de los bancos catalanes, convencidos de que esos bancos financiaban el independentismo, como realmente ocurría.
Los políticos le tienen pánico al boicot porque es una fuerza que no controlan y porque puede inyectar toneladas de democracia donde ellos, con su comportamiento corrupto, la han dinamitado. En España se gobierna por sistema contra la voluntad popular y se hace porque los partidos creen, con razón, que el pueblo no está organizado y que, manipulado desde el poder y los medios de comunicación, se comporta como un rebaño atolondrado. Pero si ese pueblo, como ocurrió recientemente, cuando sintió un rechazo profundo a la osadía arrogante y ofensiva del independentismo catalán, decidiera aplicar el boicot, no hay gobierno, ni partido, ni político, ni empresa, ni institución que lo resista.
Los españoles quieren que se castigue a los corruptos con cárcel, hasta que no devuelvan el botín, que los mandatos políticos tengan limitación de tiempo, que los partidos no sean financiados con dinero de los impuestos, que adelgace drásticamente el Estado y que se supriman por lo menos la mitad de los casi 500.000 políticos que en España viven ordeñando el Estado, pero los partidos no quieren y los gobiernos imponen su voluntad, con descaro, sobre la voluntad popular, toda una aberración antidemocrática que puede curarse con el simple y a la vez tremendo y terrible mecanismo del boicot.
Francisco Rubiales
El boicot es un arma tan poderosa que por si sólo puede devolver al pueblo todo el poder y la influencia que les han arrebatado los partidos políticos. El boicot ciudadano puede erradicar el nacionalismo vasco y catalán con más eficacia que la misma Constitución y las leyes y, por supuesto, con más contundencia y fuerza que la que han empleado los últimos gobiernos españoles, que, con su política cobarde y entreguista, han permitido a los nacionalistas que violen las leyes, que roben, que ignoren los derechos humanos, que incumplan la Constitución y que expandan el nacionalismo y el ansia independentista sin trabas y sin obstáculos, dentro de Cataluña y hasta en el extranjero, con embajadas ilegales y anticonstitucionales.
El boicot, capitaneado por Ghandi, fue el que expulsó a los británicos de la India y ha sido el arma más eficaz en la lucha mundial por la descolonización. Cuando el pueblo quiere y aplica el boicot, arruina a personas, empresas y estados, cambia los gobiernos y obliga a los poderosos a cambiar las leyes. Hoy, sin la menor duda, es el arma más democrática y eficaz en manos de la ciudadanía, en España y en el mundo.
Por qué es democrático el boicot: porque responde plenamente a la voluntad popular y es la única al alcance del ciudadano para imponer su voluntad como "soberano" del sistema.
En el caso de España, el boicot a las empresas y productos catalanes no sólo puso de rodillas al nacionalismo, sino que provocó una huida de empresas, cuyo número ya se acerca a los tres mil, que sirvió para asustar a Puigdemont y sus secuaces y también para redistribuir la riqueza que había acumulado Cataluña, compensando un mapa de España desequilibrado e injusto por culpa de la clase política, que ha favorecido la concentración industrial en el País Vasco y Cataluña sin otra razón que la cobardía y la negociación, de espaldas a la Constitución, con los que odiaban a España y soñaban con destruirla.
Lo que es antidemocrático e inmoral es la reciente llamada de Rajoy para que las empresas que se han ido de Cataluña regresen, prometiéndoles, incluso, unos incentivos fiscales que niega a las empresas para que se instalen en Extremadura o Andalucía, tierras dominadas por el desempleo y el atraso.
Cuando un partido político deja de ser votado y pierde sus escaños es que ha sido boicoteado y su reacción de supervivencia es cambiar en el sentido que desea el pueblo. Eso es pura democracia, lo mismo que ha sido profundamente democrático que cientos de miles de españoles retiraran su dinero de los bancos catalanes, convencidos de que esos bancos financiaban el independentismo, como realmente ocurría.
Los políticos le tienen pánico al boicot porque es una fuerza que no controlan y porque puede inyectar toneladas de democracia donde ellos, con su comportamiento corrupto, la han dinamitado. En España se gobierna por sistema contra la voluntad popular y se hace porque los partidos creen, con razón, que el pueblo no está organizado y que, manipulado desde el poder y los medios de comunicación, se comporta como un rebaño atolondrado. Pero si ese pueblo, como ocurrió recientemente, cuando sintió un rechazo profundo a la osadía arrogante y ofensiva del independentismo catalán, decidiera aplicar el boicot, no hay gobierno, ni partido, ni político, ni empresa, ni institución que lo resista.
Los españoles quieren que se castigue a los corruptos con cárcel, hasta que no devuelvan el botín, que los mandatos políticos tengan limitación de tiempo, que los partidos no sean financiados con dinero de los impuestos, que adelgace drásticamente el Estado y que se supriman por lo menos la mitad de los casi 500.000 políticos que en España viven ordeñando el Estado, pero los partidos no quieren y los gobiernos imponen su voluntad, con descaro, sobre la voluntad popular, toda una aberración antidemocrática que puede curarse con el simple y a la vez tremendo y terrible mecanismo del boicot.
Francisco Rubiales