La gente no quiere asumir que los que nos amenazan no vienen con lápices y bolígrafos, sino con un kalasnikov para exterminarnos y un machete para cortar las cabezas a los hombres y abrir los vientres y cortar los pechos a nuestras mujeres. Europa, entregada al matarife, está infectada de cobardía y huele ya a cordero degollado. La gente, por desgracia, olvida que la democracia y las libertades nunca se han defendido con bolígrafos alzados y cantos civilizados a la libertad, sino a mandobles y a balazo limpio.
La reacción de Francia ante el atentado asesino perpetrado por el islamismo radical contra el semanario Cherlie Hebdo ha sido de una gran belleza plática y de un inmenso pacifismo civilizado, pero inútil, cobarde y patética, propia de quien ya ha perdido la batalla sin luchar y huele a cadáver.
Alzar bolígrafos y lápices para defender la libertad de expresión, amenazada por asesinos islamistas salvajes, es hermoso como metáfora pero es inútil frente a bestias dispuestas a morir matando infieles porque creen que si mueren en combate cien vírgenes desnudas les esperan en el cielo para retozar eternamente.
El espectáculo de los franceses manifestándose después del atentado contra la prensa libre y el núcleo de la cultura europea demuestra que Europa está muerta y que es incapaz ya de defender su cultura y libertad frente a los salvajes endemoniados de la Yihad.
Nadie parece recordar que a los nazis, los últimos locos asesinos que amenazaron Europa, hubo que derrotarlos a tiros y cañonazos, no con canciones, afirmaciones democráticas y gestos civilizados.
El comportamiento patético de Francia y de la Europa sin vigor anticipa una triste derrota sin combatir frente a los fanáticos de Islam.
Por fortuna, no todo está perdido en Occidente porque quedan muchos todavía que, además de alzar el lápiz en homenaje a los dibujantes libres de Charlie Hebdo asesinados, también están dispuestos a vaciar algunos cargadores de un fusil de asalto en defensa de los valores y libertades europeos que tanto nos costó conseguir a lo largo de la Historia.
Francia y la misma Europa necesitan un Bonaparte furioso y brillante al frente de sus hombres y mujeres, no un Hollande, socialdemócrata acobardado y preocupado porque se desate la islamofobia, un político anticipadamente derrotado, incapaz de luchar por otra cosa que no sea su orondo trasero apoltronado en la política. Bonaparte, al igual que se revolvió contra los ejércitos absolutistas que acosaban a Francia a finales del siglo XVIII y puso a toda Europa de rodillas a base de bravura, cuando Francia estaba rodeada y parecía vencida, habría abrazado a los musulmanes integrados y los habría incorporado a la defensa de Europa, pero también habría ordenado la expulsión inmediata de todos los musulmanes radicales cargados de odio que contaminan con su presencia el suelo francés. Y habría empujado ya a los jóvenes franceses a que se entrenarán para defender la patria frente al invasor yihadista, que espera agazapado en los suburbios para destruir y matar.
La misma receta sirve para combatir la plaga en todos los países de Europa: en lugar de alzar bolígrafos haciendo exhibición de pacifismo estético, buenísimo y tolerancia suicida, deberíamos estar preparándonos en los bosques y montañas, aprendiendo a disparar con fusiles de asalto, mientras las fuerzas de seguridad expulsan en masa a los radicales islamistas que en lugar de integrarse se esconden para un día despertar, destruir y matar.
Europa repite hoy, quince siglos después, los mismos errores decadentes y cobardes que hicieron posible la caída del Imperio de Roma frente a los bárbaros.
La única forma de vencer a un enemigo que no tiene piedad y no teme morir es luchar igual que ellos, con idéntico ardor, para impedirles que nos exterminen o esclavicen. Siempre fue así en el pasado y seguirá siendo así en el futuro. A los cobardes que se arrodillan y piden diálogo a los salvajes siempre los degüellan.
Pero claro, la cobarde Europa de los políticos, con el alma comprada por los jeques y emires del petróleo, al escuchar estas arengas de defensa nos llamarán xenófobos y racistas y argumentarán que es mejor postrarnos ante Alá porque, a juzgar por la furia de sus hijos, ciertamente es el dios "mas grande".
Mientras los políticos europeos sigan infiltrados por esa inmensa panda de cobardes corruptos, siempre dispuestos a negociar para seguir gozando de privilegios y continúen anteponiendo sus privilegios e intereses al bien común, perderemos cualquier guerra que libremos, contra cualquier enemigo común: contra el progreso, la corrupción, la decencia y la barbarie islamista asesina. Y es probable que, cuando llegue el momento decisivo, nos entreguen a los matones del islam para salvar ellos sus dineros atesorados y sus blandos traseros. La verdad es dura, pero es mas que probable que todos los políticos europeos en el poder juntos no reúnan ni la mitad del valor y de la fe de un solo yihadista musulmán.
Con nuestros votos equivocados los ciudadanos europeos hemos entregado el poder a una clase política que ne merece liderar este continente. Mientras esos corderos cobardes y entregados a la molicie decadente nos gobiernen, solo seremos ovejas con la cerviz doblada, en espera de la cuchilla.
La reacción de Francia ante el atentado asesino perpetrado por el islamismo radical contra el semanario Cherlie Hebdo ha sido de una gran belleza plática y de un inmenso pacifismo civilizado, pero inútil, cobarde y patética, propia de quien ya ha perdido la batalla sin luchar y huele a cadáver.
Alzar bolígrafos y lápices para defender la libertad de expresión, amenazada por asesinos islamistas salvajes, es hermoso como metáfora pero es inútil frente a bestias dispuestas a morir matando infieles porque creen que si mueren en combate cien vírgenes desnudas les esperan en el cielo para retozar eternamente.
El espectáculo de los franceses manifestándose después del atentado contra la prensa libre y el núcleo de la cultura europea demuestra que Europa está muerta y que es incapaz ya de defender su cultura y libertad frente a los salvajes endemoniados de la Yihad.
Nadie parece recordar que a los nazis, los últimos locos asesinos que amenazaron Europa, hubo que derrotarlos a tiros y cañonazos, no con canciones, afirmaciones democráticas y gestos civilizados.
El comportamiento patético de Francia y de la Europa sin vigor anticipa una triste derrota sin combatir frente a los fanáticos de Islam.
Por fortuna, no todo está perdido en Occidente porque quedan muchos todavía que, además de alzar el lápiz en homenaje a los dibujantes libres de Charlie Hebdo asesinados, también están dispuestos a vaciar algunos cargadores de un fusil de asalto en defensa de los valores y libertades europeos que tanto nos costó conseguir a lo largo de la Historia.
Francia y la misma Europa necesitan un Bonaparte furioso y brillante al frente de sus hombres y mujeres, no un Hollande, socialdemócrata acobardado y preocupado porque se desate la islamofobia, un político anticipadamente derrotado, incapaz de luchar por otra cosa que no sea su orondo trasero apoltronado en la política. Bonaparte, al igual que se revolvió contra los ejércitos absolutistas que acosaban a Francia a finales del siglo XVIII y puso a toda Europa de rodillas a base de bravura, cuando Francia estaba rodeada y parecía vencida, habría abrazado a los musulmanes integrados y los habría incorporado a la defensa de Europa, pero también habría ordenado la expulsión inmediata de todos los musulmanes radicales cargados de odio que contaminan con su presencia el suelo francés. Y habría empujado ya a los jóvenes franceses a que se entrenarán para defender la patria frente al invasor yihadista, que espera agazapado en los suburbios para destruir y matar.
La misma receta sirve para combatir la plaga en todos los países de Europa: en lugar de alzar bolígrafos haciendo exhibición de pacifismo estético, buenísimo y tolerancia suicida, deberíamos estar preparándonos en los bosques y montañas, aprendiendo a disparar con fusiles de asalto, mientras las fuerzas de seguridad expulsan en masa a los radicales islamistas que en lugar de integrarse se esconden para un día despertar, destruir y matar.
Europa repite hoy, quince siglos después, los mismos errores decadentes y cobardes que hicieron posible la caída del Imperio de Roma frente a los bárbaros.
La única forma de vencer a un enemigo que no tiene piedad y no teme morir es luchar igual que ellos, con idéntico ardor, para impedirles que nos exterminen o esclavicen. Siempre fue así en el pasado y seguirá siendo así en el futuro. A los cobardes que se arrodillan y piden diálogo a los salvajes siempre los degüellan.
Pero claro, la cobarde Europa de los políticos, con el alma comprada por los jeques y emires del petróleo, al escuchar estas arengas de defensa nos llamarán xenófobos y racistas y argumentarán que es mejor postrarnos ante Alá porque, a juzgar por la furia de sus hijos, ciertamente es el dios "mas grande".
Mientras los políticos europeos sigan infiltrados por esa inmensa panda de cobardes corruptos, siempre dispuestos a negociar para seguir gozando de privilegios y continúen anteponiendo sus privilegios e intereses al bien común, perderemos cualquier guerra que libremos, contra cualquier enemigo común: contra el progreso, la corrupción, la decencia y la barbarie islamista asesina. Y es probable que, cuando llegue el momento decisivo, nos entreguen a los matones del islam para salvar ellos sus dineros atesorados y sus blandos traseros. La verdad es dura, pero es mas que probable que todos los políticos europeos en el poder juntos no reúnan ni la mitad del valor y de la fe de un solo yihadista musulmán.
Con nuestros votos equivocados los ciudadanos europeos hemos entregado el poder a una clase política que ne merece liderar este continente. Mientras esos corderos cobardes y entregados a la molicie decadente nos gobiernen, solo seremos ovejas con la cerviz doblada, en espera de la cuchilla.