El "Zapaterismo", hoy en agonía, ha sido la peor plaga de la historia moderna de España, un país que, bajo la zarpa de Zapatero, no sólo se ha arruinado, sino que también se ha convertido en el reino de lo inmoral y en la patria de la indecencia. Por culpa del "Zapaterismo", el PSOE, que aparece ante los ciudadanos como el partido que ha arruinado a España, avanza hacia una derrota tan severa en las próximas elecciones generales, que tendrá que ser refundado, después de protagonizar una dolorosa travesía del desierto.
El Zapaterismo ni siquiera es una doctrina y menos aún una ideología. Es sólo una forma antidemocrática de ejercer la política, basada en criterios básicos inmorales. El Zapaterismo nació como una ecuación matemática que perfeccionaba el clientelismo desplegado en Andalucía por Manuel Chaves y en Extremadura por Rodríguez Ibarra, transformándolo en un sistema capaz de asegurar una larga y poderosa hegemonía al socialismo.
Zapatero ya tenía su sistema pergeñado cuando ganó las primarias a Bono y se hizo con la secretaría general del PSOE. Había hecho números y descubierto que, a pesar del auge de la población urbana, cuyos votos son mayoritariamente de derechas, utilizando los recursos públicos para captar a grupos marginados y colectivos perfectamente detectados, el PSOE podría añadir por lo menos dos millones de votos a su ya amplia base de votantes fieles, lo que le garantizaría una masa electoral suficiente para mantenerse en el poder un mínimo de tres o cuatro legislaturas. Los números, bien definidos y basados en cálculos reales, demostraban que el acceso del PP a la Moncloa podría quedar bloqueado, lo que causaba un efecto muy convincente en los interlocutores. El plan fue mostrado con habilidad por Zapatero a Manolo Chaves, a Felipe González y a otros socialistas influyentes de la época y todos apoyaron aquella brillante teoría, por lo que decidieron darle un oportunidad y otorgarle un poder especial al joven y ambicioso Zapatero, dotado, además, de una sonrisa cautivadora y un atractivo talante, muy cotizado por entonces en la crispada sociedad española gobernada por Aznar.
El "Zapaterismo", según lo previsto, debía entrar en escena en 2008, después de desgastar severamente al gobierno de Aznar con movidas y campañas como las del Prestige, el "No a la Guerra" y otras, pero los atentados de Atocha en vísperas de las elecciones del 2004 aterrorizaron a la sociedad española que dio la victoria, sorpresivamente, a un Zapatero que ni siquiera lo esperaba.
Aquella victoria hizo que el plan de conquista que conllevaba el Zapaterismo tuviera que improvisarse.
Ya antes, para que sirviera como asesor y director del gran programa de captación clientelar, había sido trasladado a Madrid el político andaluz Alfonso Perales (posteriormente fallecido), que era la mejor cabeza política y estratégica del socialismo andaluz, destinado a ser Secretario de Organización del PSOE, un cargo que asumió Pepiño Blanco como resultado de la inesperada victoria de su campaña, en 2004.
Pero el plan de Zapatero, que aseguraba once millones de votos socialistas, tenía un punto débil: la prosperidad de la sociedad y la abundancia de dinero público tenían que mantenerse a toda costa para que los ciudadanos se sintieran a gusto y el gobierno pudiera financiar con los abundantes ingresos fiscales la adhesión y la compra de votos de gays, lesbianas, sindicalistas, grandes empresarios, artistas, intelectuales, empresarios de la comunicación, políticos nacionalistas, gente de la movida ecologísta y otros grupos marginados, que debía sumarse, a base de subvenciones y dinero abundante, al gran movimiento zapaterista.
La maquinaria comenzó a funcionar con fluidez, dentro de una prosperidad desconocida en España, lo que permitió perpetrar atentados tan antidemocráticos y viles como el "Pacto del Tinel", en el que las fuerzas políticas catalanas, encabezadas por los socialistas, sellaron ante notario un boicot al Partido Popular para impedirle el acceso a las instituciones de gobierno, lo que tiñó de abuso y vileza el nacimiento del Zapaterismo activo.
Las cosas marchaban tan bien que cuando entró la crisis en escena Zapatero se resistió como gato panza arriba a admitir su existencia e intentó paliarla con un endeudamiento exterior que llegó a ser temerario y demencial.
Cuando, por fin, la crisis se adueñó del territorio y empezó a crear desempleo y destrucción en el tejido productivo, un Zapatero nervioso y asustado, que veía como su montaje se derrumbaba hecho pedazos, no supo reaccionar y, con sus dilaciones y medidas erróneas, contribuyó seriamente a que la crisis fuese en España diez veces más cruel y dañina que en cualquier otro país de nuestro entorno.
Si a esos comienzos se agregan otras traiciones a la democracia y a la ética como la entronización de la mentira como política de gobierno, el engaño, la manipulación, la compra de votos y apoyos parlamentarios con dinero público, el despilfarro, el endeudamiento irracional, la politización descarnada de la Justicia, el uso de la Fiscalía como bate de deisbol para golpear al adversarios, las negociaciones cobardes y sucias con ETA y, sobre todo, el amparo de la corrupción más feroz en el sector público, el "Zapaterismo", hoy en profundo declive tras haber causado a España enormes estragos, pasará a la Historia como la peor plaga para un país al que arruinó y llenó de desempleados, nuevos pobres y gente triste y sin esperanza.
El Zapaterismo, por fortuna y para alegría de los españoles decentes, está siendo enterrado en estos días, cargado de la ignominia que merece por sus planteamientos mafiosos y antidemocráticos. Utilizar el dinero público para crear redes clientelares que garanticen la hegemonía de un partido es, además de contrario a la democracia, indecente y digno de castigo.
El Zapaterismo fue una enorme trampa envilecedora que pudo funcionar en la prosperidad porque el dinero abundante lo suaviza todo y lubrica las mentes y las almas, pero que, en si mismo, era una forma nauseabunda de hacer política que nunca debió nacer y desarrollarse en España.
El Zapaterismo ni siquiera es una doctrina y menos aún una ideología. Es sólo una forma antidemocrática de ejercer la política, basada en criterios básicos inmorales. El Zapaterismo nació como una ecuación matemática que perfeccionaba el clientelismo desplegado en Andalucía por Manuel Chaves y en Extremadura por Rodríguez Ibarra, transformándolo en un sistema capaz de asegurar una larga y poderosa hegemonía al socialismo.
Zapatero ya tenía su sistema pergeñado cuando ganó las primarias a Bono y se hizo con la secretaría general del PSOE. Había hecho números y descubierto que, a pesar del auge de la población urbana, cuyos votos son mayoritariamente de derechas, utilizando los recursos públicos para captar a grupos marginados y colectivos perfectamente detectados, el PSOE podría añadir por lo menos dos millones de votos a su ya amplia base de votantes fieles, lo que le garantizaría una masa electoral suficiente para mantenerse en el poder un mínimo de tres o cuatro legislaturas. Los números, bien definidos y basados en cálculos reales, demostraban que el acceso del PP a la Moncloa podría quedar bloqueado, lo que causaba un efecto muy convincente en los interlocutores. El plan fue mostrado con habilidad por Zapatero a Manolo Chaves, a Felipe González y a otros socialistas influyentes de la época y todos apoyaron aquella brillante teoría, por lo que decidieron darle un oportunidad y otorgarle un poder especial al joven y ambicioso Zapatero, dotado, además, de una sonrisa cautivadora y un atractivo talante, muy cotizado por entonces en la crispada sociedad española gobernada por Aznar.
El "Zapaterismo", según lo previsto, debía entrar en escena en 2008, después de desgastar severamente al gobierno de Aznar con movidas y campañas como las del Prestige, el "No a la Guerra" y otras, pero los atentados de Atocha en vísperas de las elecciones del 2004 aterrorizaron a la sociedad española que dio la victoria, sorpresivamente, a un Zapatero que ni siquiera lo esperaba.
Aquella victoria hizo que el plan de conquista que conllevaba el Zapaterismo tuviera que improvisarse.
Ya antes, para que sirviera como asesor y director del gran programa de captación clientelar, había sido trasladado a Madrid el político andaluz Alfonso Perales (posteriormente fallecido), que era la mejor cabeza política y estratégica del socialismo andaluz, destinado a ser Secretario de Organización del PSOE, un cargo que asumió Pepiño Blanco como resultado de la inesperada victoria de su campaña, en 2004.
Pero el plan de Zapatero, que aseguraba once millones de votos socialistas, tenía un punto débil: la prosperidad de la sociedad y la abundancia de dinero público tenían que mantenerse a toda costa para que los ciudadanos se sintieran a gusto y el gobierno pudiera financiar con los abundantes ingresos fiscales la adhesión y la compra de votos de gays, lesbianas, sindicalistas, grandes empresarios, artistas, intelectuales, empresarios de la comunicación, políticos nacionalistas, gente de la movida ecologísta y otros grupos marginados, que debía sumarse, a base de subvenciones y dinero abundante, al gran movimiento zapaterista.
La maquinaria comenzó a funcionar con fluidez, dentro de una prosperidad desconocida en España, lo que permitió perpetrar atentados tan antidemocráticos y viles como el "Pacto del Tinel", en el que las fuerzas políticas catalanas, encabezadas por los socialistas, sellaron ante notario un boicot al Partido Popular para impedirle el acceso a las instituciones de gobierno, lo que tiñó de abuso y vileza el nacimiento del Zapaterismo activo.
Las cosas marchaban tan bien que cuando entró la crisis en escena Zapatero se resistió como gato panza arriba a admitir su existencia e intentó paliarla con un endeudamiento exterior que llegó a ser temerario y demencial.
Cuando, por fin, la crisis se adueñó del territorio y empezó a crear desempleo y destrucción en el tejido productivo, un Zapatero nervioso y asustado, que veía como su montaje se derrumbaba hecho pedazos, no supo reaccionar y, con sus dilaciones y medidas erróneas, contribuyó seriamente a que la crisis fuese en España diez veces más cruel y dañina que en cualquier otro país de nuestro entorno.
Si a esos comienzos se agregan otras traiciones a la democracia y a la ética como la entronización de la mentira como política de gobierno, el engaño, la manipulación, la compra de votos y apoyos parlamentarios con dinero público, el despilfarro, el endeudamiento irracional, la politización descarnada de la Justicia, el uso de la Fiscalía como bate de deisbol para golpear al adversarios, las negociaciones cobardes y sucias con ETA y, sobre todo, el amparo de la corrupción más feroz en el sector público, el "Zapaterismo", hoy en profundo declive tras haber causado a España enormes estragos, pasará a la Historia como la peor plaga para un país al que arruinó y llenó de desempleados, nuevos pobres y gente triste y sin esperanza.
El Zapaterismo, por fortuna y para alegría de los españoles decentes, está siendo enterrado en estos días, cargado de la ignominia que merece por sus planteamientos mafiosos y antidemocráticos. Utilizar el dinero público para crear redes clientelares que garanticen la hegemonía de un partido es, además de contrario a la democracia, indecente y digno de castigo.
El Zapaterismo fue una enorme trampa envilecedora que pudo funcionar en la prosperidad porque el dinero abundante lo suaviza todo y lubrica las mentes y las almas, pero que, en si mismo, era una forma nauseabunda de hacer política que nunca debió nacer y desarrollarse en España.