La lectura de la prensa de hoy, en una España arrodillada y desmoralizada por una crisis que, ante la impotente ineptitud del gobierno, fabrica cada día más desempleo, pobreza y desesperación, impone un criterio amargo y decepcionante para los demócratas españoles: ni el PSOE ni el PP se merecen el respeto y el voto de los ciudadanos libres y honrados de España.
Los nuevos casos de corrupción descubiertos, que golpean al PP en Galicia, donde ha tenido que dimitir el cabeza de lista por Orense, Luis Carrera Pásaro, y en otros lugares de España, demuestran que PP y PSOE son dos partidos cortados por la misma tijera, ninguno de los cuales merece ni el respeto ni el voto de los demócratas españoles.
La historia ha demostrado muchas veces que los enemigos que se combaten con tesón terminan pareciéndose entre sí. El PP de José María Aznar odiaba tanto al PSOE de Felipe González que terminó imitándole y siendo una triste copia de aquel socialismo corrompido, más interesado en el poder que en el servicio a los ciudadanos, la democracia y los valores.
Aznar pudo haber demostrado durante su mandato que el PP era una opción diferente y mejor que el corrompido socialismo de González, al que sustituyó en el gobierno en 1996, pero no lo hizo. Aunque lo había prometido, no regeneró la democracia, no cambio la injusta y parcial Ley Electoral, no eliminó las vengonzosas listas cerradas y bloqueadas, no impuso la ética en sus filas y permitió que la derecha, al igual que había hecho la izquierda durante años, siguiera coqueteando con la corrupción, abrazada a financiaciones turbias y a tramas borrosas, y manteniendo el sucio propósito de sustituir la democracia por una oligarquía de partidos en la que la casta política, elitista y preñada de ambición, desplazara al ciudadano soberano y le arrebatara el poder y los privilegios que le corresponden en democracia.
El momento más vergonzoso en la historia del PP quizás fuera cuando, por iniciativa de Aznar, firmó con el PSOE algunos pactos que fortalecían la partitocracia, el bipartidismo y el reparto del poder, uno de ellos tan vergonzoso como el que abrió las puertas a la intervención de la Justicia y facultaba a los partidos a controlar el poder judicial y a nombrar magistrados en los altos tribunales del Estado (Supremo y Constitucional). Ni siquiera supo o quiso el PP acabar con la degradación de la educación, fuente del decaimiento de España y sustento de la esclavitud de las masas que votan sin reflexión, como "hooligans" fanatizados. Presentó una nueva ley de educación al final de su mandato, después de perder ocho años, y el PSOE, más interesado que nadie en que los descerebrados sean mayoría cuando se abren las urnas, la derogó nada más llegar al poder.
La durísima convicción de que PSOE y PP son casi la misma cosa coloca a los ciudadanos demócratas en una terrible y desoladora tesitura: ¿Qué hacer con estos partidos que han traicionado la democracia y han prostituido el sistema?
La única respuesta digna de un demócrata es la lucha sin tregua, mediante la rebeldía y el desprecio a la "casta", para erradicar la partitocracia y regenerar la democracia que nos han arrebatado.
La gran pregunta es cómo ejercer esa "venganza democrática" contra los partidos que nos han inundado de ineficacia y corrupción, contra los que se suben los sueldos clandestinamente y compran coches de lujo en tiempos de crisis, contra los que acumulan privilegios sin parar, se embolsan comisiones, saquean el erario público y arruinan la nación hasta poner en peligro nuestras pensiones futuras. En el plano inmediato, la gran cuestión a resolver es qué hacer cuando se abran las urnas en marzo y junio y cómo debe votar un demócrata en un país de mangantes e ineptos.
La abstención activa es una gran tentación, pero debe ser rechazada. No acudir a las urnas es renunciar al derecho del voto, una conquista histórica ganada por los ciudadanos con el precio de su sangre y, lo que es más importante, renunciar al único poder que nos queda en esta democracia prostituida que nos envuelve y degrada.
Desechada la abstención, por ser poco cívica, porque renuncia al único poder que nos resta y porque coloca al ciudadano en el mismo lugar de los que se abstienen por desidia o desinterés, o porque prefieren irse a la playa o al campo en la jornada electoral, quedan únicamente dos opciones dignas.
La primera es votar en blanco, demostrando así que no estamos dispuestos a renunciar a la participación y al voto, pero despreciando y rechazando las opciones que nos ofrecen una partitocracia antidemocrática y una casta política minada por la corrupción y la ineficiencia. El Voto en Blanco es descrito por los grandes pensadores políticos como "una bofetada del ciudadano al poder", una manera civilizada y democrática de decir "Basta ya" a aquellos que están arruinando al país y que no merecen nuestro respeto por su comportamiento insolidario, ineficiente, corrupto, arrogante y antidemocrático.
La otra opción digna es votar a partidos limpios que constituyan una esperanza. Habrá muchos de esos partidos cargados de limpieza y utopías, pero la mayoría son pequeños y sin opciones reales de tocar poder. Sin embargo hay dos opciones que hoy brillan por su valentía y decencia, por sus planteamientos democráticos, capacidad de critica al sistema corrupto e ineficiente y por su coraje y valentía. Se trata de UPyD y de Ciudadanos, los dos embriones de esperanza en el estercolero de la política española.
Votarlos es una digna y encomiable manera de ser rebeldes frente al abuso y la indecencia.
Los nuevos casos de corrupción descubiertos, que golpean al PP en Galicia, donde ha tenido que dimitir el cabeza de lista por Orense, Luis Carrera Pásaro, y en otros lugares de España, demuestran que PP y PSOE son dos partidos cortados por la misma tijera, ninguno de los cuales merece ni el respeto ni el voto de los demócratas españoles.
La historia ha demostrado muchas veces que los enemigos que se combaten con tesón terminan pareciéndose entre sí. El PP de José María Aznar odiaba tanto al PSOE de Felipe González que terminó imitándole y siendo una triste copia de aquel socialismo corrompido, más interesado en el poder que en el servicio a los ciudadanos, la democracia y los valores.
Aznar pudo haber demostrado durante su mandato que el PP era una opción diferente y mejor que el corrompido socialismo de González, al que sustituyó en el gobierno en 1996, pero no lo hizo. Aunque lo había prometido, no regeneró la democracia, no cambio la injusta y parcial Ley Electoral, no eliminó las vengonzosas listas cerradas y bloqueadas, no impuso la ética en sus filas y permitió que la derecha, al igual que había hecho la izquierda durante años, siguiera coqueteando con la corrupción, abrazada a financiaciones turbias y a tramas borrosas, y manteniendo el sucio propósito de sustituir la democracia por una oligarquía de partidos en la que la casta política, elitista y preñada de ambición, desplazara al ciudadano soberano y le arrebatara el poder y los privilegios que le corresponden en democracia.
El momento más vergonzoso en la historia del PP quizás fuera cuando, por iniciativa de Aznar, firmó con el PSOE algunos pactos que fortalecían la partitocracia, el bipartidismo y el reparto del poder, uno de ellos tan vergonzoso como el que abrió las puertas a la intervención de la Justicia y facultaba a los partidos a controlar el poder judicial y a nombrar magistrados en los altos tribunales del Estado (Supremo y Constitucional). Ni siquiera supo o quiso el PP acabar con la degradación de la educación, fuente del decaimiento de España y sustento de la esclavitud de las masas que votan sin reflexión, como "hooligans" fanatizados. Presentó una nueva ley de educación al final de su mandato, después de perder ocho años, y el PSOE, más interesado que nadie en que los descerebrados sean mayoría cuando se abren las urnas, la derogó nada más llegar al poder.
La durísima convicción de que PSOE y PP son casi la misma cosa coloca a los ciudadanos demócratas en una terrible y desoladora tesitura: ¿Qué hacer con estos partidos que han traicionado la democracia y han prostituido el sistema?
La única respuesta digna de un demócrata es la lucha sin tregua, mediante la rebeldía y el desprecio a la "casta", para erradicar la partitocracia y regenerar la democracia que nos han arrebatado.
La gran pregunta es cómo ejercer esa "venganza democrática" contra los partidos que nos han inundado de ineficacia y corrupción, contra los que se suben los sueldos clandestinamente y compran coches de lujo en tiempos de crisis, contra los que acumulan privilegios sin parar, se embolsan comisiones, saquean el erario público y arruinan la nación hasta poner en peligro nuestras pensiones futuras. En el plano inmediato, la gran cuestión a resolver es qué hacer cuando se abran las urnas en marzo y junio y cómo debe votar un demócrata en un país de mangantes e ineptos.
La abstención activa es una gran tentación, pero debe ser rechazada. No acudir a las urnas es renunciar al derecho del voto, una conquista histórica ganada por los ciudadanos con el precio de su sangre y, lo que es más importante, renunciar al único poder que nos queda en esta democracia prostituida que nos envuelve y degrada.
Desechada la abstención, por ser poco cívica, porque renuncia al único poder que nos resta y porque coloca al ciudadano en el mismo lugar de los que se abstienen por desidia o desinterés, o porque prefieren irse a la playa o al campo en la jornada electoral, quedan únicamente dos opciones dignas.
La primera es votar en blanco, demostrando así que no estamos dispuestos a renunciar a la participación y al voto, pero despreciando y rechazando las opciones que nos ofrecen una partitocracia antidemocrática y una casta política minada por la corrupción y la ineficiencia. El Voto en Blanco es descrito por los grandes pensadores políticos como "una bofetada del ciudadano al poder", una manera civilizada y democrática de decir "Basta ya" a aquellos que están arruinando al país y que no merecen nuestro respeto por su comportamiento insolidario, ineficiente, corrupto, arrogante y antidemocrático.
La otra opción digna es votar a partidos limpios que constituyan una esperanza. Habrá muchos de esos partidos cargados de limpieza y utopías, pero la mayoría son pequeños y sin opciones reales de tocar poder. Sin embargo hay dos opciones que hoy brillan por su valentía y decencia, por sus planteamientos democráticos, capacidad de critica al sistema corrupto e ineficiente y por su coraje y valentía. Se trata de UPyD y de Ciudadanos, los dos embriones de esperanza en el estercolero de la política española.
Votarlos es una digna y encomiable manera de ser rebeldes frente al abuso y la indecencia.
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